COSAS MÍAS
Lo que será de Zamora…
Zamora nos mostró, durante ese periodo de confinamiento, su imagen del futuro. La pandemia vírica nos adelantó lo que será nuestra provincia dentro de unos 15 años, salvo que algún milagro político la transforme: un paraíso para el ciudadano de las grandes urbes que busque regresar al pasado durante los fines de semana: naturaleza salvaje, abundante fauna, paisajes espectaculares y dispares: desde la hermosa Sanabria hasta el Aliste bucólico, pasando por el Sayago eterno, o las llanuras de la Tierra de Campos y las regadas tierras de los Valles de Benavente, o la rica vega de Toro y su alfoz.
Naturales del lugar, pues escasos, porque en el ecuador de la tercera década de este siglo XXI, apenas quedará población en las comarcas occidentales, que, mientras pueda, vivirá en pueblos semiabandonados. Los más viejitos pasarán sus últimos días en residencias de la tercera edad, que parece la única industria que ofrecerá rendimientos en nuestra tierra. Me temo que muchos ancianitos de otras regiones españoles también ocuparán plazas en nuestras residencias. Importaremos gente mayor. La vejez como negocio. La juventud, como utopía.
Si no hay personas, ni las tierras se cultivan, ni se ocupan, las elites urbanitas encontrarán en nuestros montes y valles un edén para la caza mayor y menor, práctica que deja extraordinarios rendimientos económicos. Quizá los municipios saquen partido a tanta desnudez de población. Pero no sé para qué, porque sin gente, gobernar resulta una estupidez.
Las tres ciudades, dignas de tal nombre, Zamora, Benavente y Toro perderán casi la mitad de su población actual. La capital de la provincia, verbigracia, vivirá del turismo cultural, del turismo gastronómico y del paisajístico. Me temo que la ciudad no tendrá más de 40.000 habitantes, con una gran mayoría de jubilados. No habrá jóvenes. Funcionarios poquitos, porque apenas tendrá nada que administrar. Cafeterías, bares, hoteles y unos cuantos restaurantes, que obtendrán sus beneficios del turismo. Se haría necesario la construcción de un campo de golf, deporte que suelen practicar la gente de cierta edad que goza de ocio abundante. Y el Duero discurrirá más pulcro por la ciudad del Romancero, en cuyas orillas y zona boscosa vivirá una fauna extraordinaria.
Habrá pocos agricultores jóvenes. Quizá trabajarán para empresas, aunque la Junta lo evitará, como la Biorrefinería Multifuncional de Barcial del Barco, y otro tipo de industrias transformadoras de materias primas que producirán nuestras tierras y rebaños de ovejas y cabras.
Las personas que dirijan los ayuntamientos de Zamora, Benavente y Toro y la Diputación Provincial ya no se podrán considerar como políticos, sino como gestores, técnicos en distintas materias, cualificados para administrar una sociedad más exigente, envejecida y ociosa.
Habrá muy pocos niños, porque la edad media de la población superará los 50 años, con una mayoría por encima de los 65 años. Los jóvenes de más de 18 años estudiarán lejos de la ciudad y la provincia y nunca más regresarán para afincarse en su patria chica.
Antropólogos, sociólogos, ornitólogos, zoólogos, historiadores, entomólogos y otros científicos se darán cita en Zamora para desarrollar tesis doctorales e investigaciones.
La gente solo se informará a través de las televisiones y emisoras de ámbito nacional, con algunos corresponsales en la ciudad y provincia, dado que apenas se producirán noticias de interés para lo que quede de España. No habrá periódicos. De hecho, casi todos pierden dinero. La prensa escrita local no existirá. Es inviable ahora mismo. Sus ingresos proceden, en un tanto por ciento extraordinario, de las instituciones públicas. Dentro de década y media, permanecerá algún periódico gratuito. Y poco más.
La pandemia vírica nos adelantó el futuro de Zamora y su provincia. Los que pudimos salir a nuestros espacios de trabajo volvimos a escuchar el trino de los pájaros, la feracidad de las hierbas en los jardines, todos los comercios cerrados, sin bares ni cafeterías, sin gente. Y nos dimos cuenta que la naturaleza se embellecería si el hombre apreciase que se ha equivocado de progreso.
Enero de 2022, melancolía: Zamora ciudad se achica, se empequeñece, sigue menguando. No quiero ser agorero, pero, de aquí a un año, habrá encogido aún más. Y, cuando nos alcance el 2030 a los, ya ancianos, que todavía respiremos el aire de la ciudad del Romancero y nos escondamos entre la niebla; cuando ya hasta el bicho se haya cansado de los zamoranos, y nos veamos todos la cara, recordaremos que hubo un tiempo en que nacieron niños en nuestra ciudad. Y llegará un día en el que hasta las cigüeñas abandonarán los campanarios de nuestras iglesias por falta de trabajo.
Eugenio-Jesús de Ávila
Zamora nos mostró, durante ese periodo de confinamiento, su imagen del futuro. La pandemia vírica nos adelantó lo que será nuestra provincia dentro de unos 15 años, salvo que algún milagro político la transforme: un paraíso para el ciudadano de las grandes urbes que busque regresar al pasado durante los fines de semana: naturaleza salvaje, abundante fauna, paisajes espectaculares y dispares: desde la hermosa Sanabria hasta el Aliste bucólico, pasando por el Sayago eterno, o las llanuras de la Tierra de Campos y las regadas tierras de los Valles de Benavente, o la rica vega de Toro y su alfoz.
Naturales del lugar, pues escasos, porque en el ecuador de la tercera década de este siglo XXI, apenas quedará población en las comarcas occidentales, que, mientras pueda, vivirá en pueblos semiabandonados. Los más viejitos pasarán sus últimos días en residencias de la tercera edad, que parece la única industria que ofrecerá rendimientos en nuestra tierra. Me temo que muchos ancianitos de otras regiones españoles también ocuparán plazas en nuestras residencias. Importaremos gente mayor. La vejez como negocio. La juventud, como utopía.
Si no hay personas, ni las tierras se cultivan, ni se ocupan, las elites urbanitas encontrarán en nuestros montes y valles un edén para la caza mayor y menor, práctica que deja extraordinarios rendimientos económicos. Quizá los municipios saquen partido a tanta desnudez de población. Pero no sé para qué, porque sin gente, gobernar resulta una estupidez.
Las tres ciudades, dignas de tal nombre, Zamora, Benavente y Toro perderán casi la mitad de su población actual. La capital de la provincia, verbigracia, vivirá del turismo cultural, del turismo gastronómico y del paisajístico. Me temo que la ciudad no tendrá más de 40.000 habitantes, con una gran mayoría de jubilados. No habrá jóvenes. Funcionarios poquitos, porque apenas tendrá nada que administrar. Cafeterías, bares, hoteles y unos cuantos restaurantes, que obtendrán sus beneficios del turismo. Se haría necesario la construcción de un campo de golf, deporte que suelen practicar la gente de cierta edad que goza de ocio abundante. Y el Duero discurrirá más pulcro por la ciudad del Romancero, en cuyas orillas y zona boscosa vivirá una fauna extraordinaria.
Habrá pocos agricultores jóvenes. Quizá trabajarán para empresas, aunque la Junta lo evitará, como la Biorrefinería Multifuncional de Barcial del Barco, y otro tipo de industrias transformadoras de materias primas que producirán nuestras tierras y rebaños de ovejas y cabras.
Las personas que dirijan los ayuntamientos de Zamora, Benavente y Toro y la Diputación Provincial ya no se podrán considerar como políticos, sino como gestores, técnicos en distintas materias, cualificados para administrar una sociedad más exigente, envejecida y ociosa.
Habrá muy pocos niños, porque la edad media de la población superará los 50 años, con una mayoría por encima de los 65 años. Los jóvenes de más de 18 años estudiarán lejos de la ciudad y la provincia y nunca más regresarán para afincarse en su patria chica.
Antropólogos, sociólogos, ornitólogos, zoólogos, historiadores, entomólogos y otros científicos se darán cita en Zamora para desarrollar tesis doctorales e investigaciones.
La gente solo se informará a través de las televisiones y emisoras de ámbito nacional, con algunos corresponsales en la ciudad y provincia, dado que apenas se producirán noticias de interés para lo que quede de España. No habrá periódicos. De hecho, casi todos pierden dinero. La prensa escrita local no existirá. Es inviable ahora mismo. Sus ingresos proceden, en un tanto por ciento extraordinario, de las instituciones públicas. Dentro de década y media, permanecerá algún periódico gratuito. Y poco más.
La pandemia vírica nos adelantó el futuro de Zamora y su provincia. Los que pudimos salir a nuestros espacios de trabajo volvimos a escuchar el trino de los pájaros, la feracidad de las hierbas en los jardines, todos los comercios cerrados, sin bares ni cafeterías, sin gente. Y nos dimos cuenta que la naturaleza se embellecería si el hombre apreciase que se ha equivocado de progreso.
Enero de 2022, melancolía: Zamora ciudad se achica, se empequeñece, sigue menguando. No quiero ser agorero, pero, de aquí a un año, habrá encogido aún más. Y, cuando nos alcance el 2030 a los, ya ancianos, que todavía respiremos el aire de la ciudad del Romancero y nos escondamos entre la niebla; cuando ya hasta el bicho se haya cansado de los zamoranos, y nos veamos todos la cara, recordaremos que hubo un tiempo en que nacieron niños en nuestra ciudad. Y llegará un día en el que hasta las cigüeñas abandonarán los campanarios de nuestras iglesias por falta de trabajo.
Eugenio-Jesús de Ávila






















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