CON LOS CINCO SENTIDOS
Quisiera
Quisiera recuperar la sonrisa de mi infancia, esa que se me dibujaba en el rostro porque todo era sencillo. Me alimentaban, me vestían, me educaban, me querían. No tenía problema importante alguno, más allá de compartir los juegos con mis hermanos y el amor de nuestros padres. Tuve suerte, mucha suerte. Crecí en una casa llena de libros y de música, de letras y de notas, de conversaciones que no terminaban porque no nos daba la gana dejar las cosas a medias. Nunca me sentía sola y si en algún momento del día la soledad me quería hacer sombra, me afanaba en buscar un libro para evadirme y transitar por otros mundos entre sus renglones.
Fue con el transcurso de los años cuando me percaté de que el tiempo se me pasó demasiado rápido y no soy muy consciente de si supe aprovecharlo. Cuando creces, todo es más lento y pesado, tomas conciencia de tus buenas y de tus malas decisiones. A veces te arrepientes, a veces no. La inercia te levanta de la cama cada día para hacer casi exactamente lo mismo que hiciste ayer. Te puede gustar más o menos. Puedes sentir que tus actos son útiles para alguien y eso te da fuerzas para seguir adelante sin hacerte demasiadas preguntas. Te dejas llevar por la marea. Pero hay días en los que me paro en seco y pienso qué hubiera podido cambiar de niña, aunque ya no tenga mucho sentido el hacerlo, si no es para torturar mi cerebro. Entonces me veo en tonos sepia cuando cierro los ojos, con mis libros y mi música, rodeada de personas que ya no están y que llenaban casi todas las horas. Y quiero ser el hilo que pase por el ojo de la aguja y volver a ese universo durante unos instantes, para saborear de nuevo algunas vivencias y retenerlas en una esquina de mi memoria. Sólo por si vienen mal dadas y tengo que echar mano de las risas de antaño y los abrazos con olor a colonia infantil.
Pero el día al día me devuelve a la realidad. Abro los ojos y me encuentro aquí de nuevo, esperando retornar a los ecos de los niños y los brazos de mi padre, donde el calor era un refugio seguro para lo que no sabía que vendría después. Quisiera colarme por el ojo de una aguja y comerme el tiempo antes de que me alcance.
Nélida L. del Estal Sastre
Quisiera recuperar la sonrisa de mi infancia, esa que se me dibujaba en el rostro porque todo era sencillo. Me alimentaban, me vestían, me educaban, me querían. No tenía problema importante alguno, más allá de compartir los juegos con mis hermanos y el amor de nuestros padres. Tuve suerte, mucha suerte. Crecí en una casa llena de libros y de música, de letras y de notas, de conversaciones que no terminaban porque no nos daba la gana dejar las cosas a medias. Nunca me sentía sola y si en algún momento del día la soledad me quería hacer sombra, me afanaba en buscar un libro para evadirme y transitar por otros mundos entre sus renglones.
Fue con el transcurso de los años cuando me percaté de que el tiempo se me pasó demasiado rápido y no soy muy consciente de si supe aprovecharlo. Cuando creces, todo es más lento y pesado, tomas conciencia de tus buenas y de tus malas decisiones. A veces te arrepientes, a veces no. La inercia te levanta de la cama cada día para hacer casi exactamente lo mismo que hiciste ayer. Te puede gustar más o menos. Puedes sentir que tus actos son útiles para alguien y eso te da fuerzas para seguir adelante sin hacerte demasiadas preguntas. Te dejas llevar por la marea. Pero hay días en los que me paro en seco y pienso qué hubiera podido cambiar de niña, aunque ya no tenga mucho sentido el hacerlo, si no es para torturar mi cerebro. Entonces me veo en tonos sepia cuando cierro los ojos, con mis libros y mi música, rodeada de personas que ya no están y que llenaban casi todas las horas. Y quiero ser el hilo que pase por el ojo de la aguja y volver a ese universo durante unos instantes, para saborear de nuevo algunas vivencias y retenerlas en una esquina de mi memoria. Sólo por si vienen mal dadas y tengo que echar mano de las risas de antaño y los abrazos con olor a colonia infantil.
Pero el día al día me devuelve a la realidad. Abro los ojos y me encuentro aquí de nuevo, esperando retornar a los ecos de los niños y los brazos de mi padre, donde el calor era un refugio seguro para lo que no sabía que vendría después. Quisiera colarme por el ojo de una aguja y comerme el tiempo antes de que me alcance.
Nélida L. del Estal Sastre


















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