CON LOS CINCO SENTIDOS
Dual o única
Nélida L. del Estal Sastre.
No sé qué extraña forma de ser es la que me acompaña, que da lugar a que se me tilde de egocéntrica unas veces y de demasiado desprendida con el prójimo, otras. Es una dualidad que siempre han interpretado los otros, los que me ven desde fuera, pero yo no. No lo entiendo. Estoy algo mayor y cansada para martirizarme con eso. Ya me he machacado las neuronas intentando comprenderme durante demasiado tiempo. Me conformo con vivir el momento.
Esa dualidad de carácter hacia otros, no hacia uno mismo, también le acontecía a mi padre. Reconozco que de él heredé muchísimas cosas en lo tocante al carácter y el ansia por conocer, aprender y no dejar de hacerlo nunca. Todo nos era sorprendente: el florecimiento de un almendro, el nacimiento de un ternero, un poema, una pieza musical, un cuadro, un niño jugando en la calle, el rostro de una mujer, imaginar qué estaría pensando a través de la expresión de sus ojos…Quizá las personas nos veían desde fuera como a seres extraños, extravagantes, bohemios o visionarios. Yo qué sé. Pero me resulta curioso pensar que esa percepción que los demás tenían de ambos no difiera en absoluto, sino que sea convergente, cuando somos iguales con todo el mundo y nos adaptamos a cada interlocutor como se adapta una media a la pierna de una mujer. Quizá sean los demás los que no nos ven. O no nos miran.
Puedo ser tan inmensamente feliz en un pueblo, rodeada de vacas, como en una ciudad llena de restaurantes caros y tiendas de moda. No soy muy exigente mientras tenga un cuaderno a mano y bolígrafos o plumas estilográficas. También puedo ser igualmente infeliz en cualquier lugar, sea o no bullicioso. Es difícil ser extrovertida cuando tu mundo interior es solitario, cuando lo que ansías es un silencio compartido con quien ames y poco más. Pero soy de natural alegre, optimista hasta cansar o pesimista hasta causar tedio, aunque esto último lo haga siempre a solas y nadie se entere. Quizá de ahí provenga esa dualidad, papá, esa luna que tenemos por cabeza, que pasa del cuarto menguante al creciente, para ser luna llena o luna nueva. Y así, cada cierto tiempo. Una persona a la que admiro y quiero me dijo no hace mucho que resultaba ciertamente “cíclica”. No se equivocaba, mis pensamientos pasan de la luz a la penumbra en tiempo récord. Puedo estar en lo más alto del escalafón de la vitalidad existencial, para, acto seguido, por una decepción, pasar a caer en barrena como la piloto de un avión kamikaze.
Alguna vez pregunté el porqué de esta manera de ser a un especialista y me dijo que hay ciertas personas hipersensibles a todo lo que les rodea, aparentemente fuertes, pero con un corazón enorme dentro de una tela fina y porosa, con millones de milimétricas fugas de aire y de sangre. Que se sufre mucho porque todo lo sientes multiplicado de manera exponencial, tanto lo bueno como lo malo. Puedes ser el mejor amante que imagines, el genio más brillante en un campo que domines, o desmerecerte a ti mismo y no querer que nadie te vea cuando estás abajo cayendo en picado. Eso, no obstante, no es tener una doble cara, no. Es tener una faz demasiado transparente. Puedes hechizar, enamorar, o molestar hasta el límite.
Vaya herencia me dejaste…Siempre me decías que la gente que menos sabe, menos sufre, pero nosotros no éramos de esa clase de personas, nos va la marcha. ¿Ves? Hablo de ti en presente y en pasado, no me doy cuenta, y hace casi diez años que te fuiste. Te tengo presente a diario y me haces tanta falta en este mundo que se va por el retrete, que no sé qué hacer con mi vida. ¿Con quién hablo yo ahora? Pues conmigo misma, escribiendo cada tarde sobre cualquier cosa que se me pase por la cabeza, sea de actualidad o no, como si te lo consultase o tuviéramos una de nuestras habituales discusiones razonadas al calor de la lumbre, como lo hacíamos desde que era una cría. Eso me da igual. De hecho, el 99% de las veces, comienzo a escribir en la página en blanco y pongo el título al final. No sé por qué derroteros irá la cosa ese día y no paro de teclear cosas magníficas o delirantes estupideces sin sentido alguno para nadie más que para mí misma.
Pero aquí sigo, pese a todo, intentando que me quieran a toda costa y eso es algo que no se puede forzar. Tengo que aprender que no todo el mundo me acepta y que no pasa nada por ello. Aunque si estuvieras aquí, sería todo más sencillo. Ahora camino sola, como una niña que nunca maduró lo suficiente y a la que abandonaron en mitad de un camino, esperando que vengas a recogerme porque te habrás despistado con la hora de salida del colegio. No tardes. Tráeme algo de abrigo y algo de comer, que tengo frío y hambre.
La acuarela que ilustra mi relato de hoy es de la genial artista Erica Dal Maso
Nélida L. del Estal Sastre.
Nélida L. del Estal Sastre.
No sé qué extraña forma de ser es la que me acompaña, que da lugar a que se me tilde de egocéntrica unas veces y de demasiado desprendida con el prójimo, otras. Es una dualidad que siempre han interpretado los otros, los que me ven desde fuera, pero yo no. No lo entiendo. Estoy algo mayor y cansada para martirizarme con eso. Ya me he machacado las neuronas intentando comprenderme durante demasiado tiempo. Me conformo con vivir el momento.
Esa dualidad de carácter hacia otros, no hacia uno mismo, también le acontecía a mi padre. Reconozco que de él heredé muchísimas cosas en lo tocante al carácter y el ansia por conocer, aprender y no dejar de hacerlo nunca. Todo nos era sorprendente: el florecimiento de un almendro, el nacimiento de un ternero, un poema, una pieza musical, un cuadro, un niño jugando en la calle, el rostro de una mujer, imaginar qué estaría pensando a través de la expresión de sus ojos…Quizá las personas nos veían desde fuera como a seres extraños, extravagantes, bohemios o visionarios. Yo qué sé. Pero me resulta curioso pensar que esa percepción que los demás tenían de ambos no difiera en absoluto, sino que sea convergente, cuando somos iguales con todo el mundo y nos adaptamos a cada interlocutor como se adapta una media a la pierna de una mujer. Quizá sean los demás los que no nos ven. O no nos miran.
Puedo ser tan inmensamente feliz en un pueblo, rodeada de vacas, como en una ciudad llena de restaurantes caros y tiendas de moda. No soy muy exigente mientras tenga un cuaderno a mano y bolígrafos o plumas estilográficas. También puedo ser igualmente infeliz en cualquier lugar, sea o no bullicioso. Es difícil ser extrovertida cuando tu mundo interior es solitario, cuando lo que ansías es un silencio compartido con quien ames y poco más. Pero soy de natural alegre, optimista hasta cansar o pesimista hasta causar tedio, aunque esto último lo haga siempre a solas y nadie se entere. Quizá de ahí provenga esa dualidad, papá, esa luna que tenemos por cabeza, que pasa del cuarto menguante al creciente, para ser luna llena o luna nueva. Y así, cada cierto tiempo. Una persona a la que admiro y quiero me dijo no hace mucho que resultaba ciertamente “cíclica”. No se equivocaba, mis pensamientos pasan de la luz a la penumbra en tiempo récord. Puedo estar en lo más alto del escalafón de la vitalidad existencial, para, acto seguido, por una decepción, pasar a caer en barrena como la piloto de un avión kamikaze.
Alguna vez pregunté el porqué de esta manera de ser a un especialista y me dijo que hay ciertas personas hipersensibles a todo lo que les rodea, aparentemente fuertes, pero con un corazón enorme dentro de una tela fina y porosa, con millones de milimétricas fugas de aire y de sangre. Que se sufre mucho porque todo lo sientes multiplicado de manera exponencial, tanto lo bueno como lo malo. Puedes ser el mejor amante que imagines, el genio más brillante en un campo que domines, o desmerecerte a ti mismo y no querer que nadie te vea cuando estás abajo cayendo en picado. Eso, no obstante, no es tener una doble cara, no. Es tener una faz demasiado transparente. Puedes hechizar, enamorar, o molestar hasta el límite.
Vaya herencia me dejaste…Siempre me decías que la gente que menos sabe, menos sufre, pero nosotros no éramos de esa clase de personas, nos va la marcha. ¿Ves? Hablo de ti en presente y en pasado, no me doy cuenta, y hace casi diez años que te fuiste. Te tengo presente a diario y me haces tanta falta en este mundo que se va por el retrete, que no sé qué hacer con mi vida. ¿Con quién hablo yo ahora? Pues conmigo misma, escribiendo cada tarde sobre cualquier cosa que se me pase por la cabeza, sea de actualidad o no, como si te lo consultase o tuviéramos una de nuestras habituales discusiones razonadas al calor de la lumbre, como lo hacíamos desde que era una cría. Eso me da igual. De hecho, el 99% de las veces, comienzo a escribir en la página en blanco y pongo el título al final. No sé por qué derroteros irá la cosa ese día y no paro de teclear cosas magníficas o delirantes estupideces sin sentido alguno para nadie más que para mí misma.
Pero aquí sigo, pese a todo, intentando que me quieran a toda costa y eso es algo que no se puede forzar. Tengo que aprender que no todo el mundo me acepta y que no pasa nada por ello. Aunque si estuvieras aquí, sería todo más sencillo. Ahora camino sola, como una niña que nunca maduró lo suficiente y a la que abandonaron en mitad de un camino, esperando que vengas a recogerme porque te habrás despistado con la hora de salida del colegio. No tardes. Tráeme algo de abrigo y algo de comer, que tengo frío y hambre.
La acuarela que ilustra mi relato de hoy es de la genial artista Erica Dal Maso
Nélida L. del Estal Sastre.
































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