Del impasse al cambio de rumbo

   El avance electoral de Vox, ahora en Castilla y León pero antes en Cataluña e incluso Madrid, todo a la espera de unos dirimentes comicios andaluces, está lejos de evaluarse en su justa medida. No se trata únicamente del juego de posibles pactos y coaliciones, de cara a la formación de un ejecutivo regional al que Vox no puede renunciar, pues, aun desde el hábil cálculo que en términos cortoplacistas supondría dejar hacer al PP sin sufrir desgaste alguno, los de Abascal no están en condiciones de prolongar indefinidamente esa inercia más allá de un exitoso discurso de oposición, sin comprometerse a una efectiva labor de gobierno. Y si bien se mira, comenzar por un ejecutivo autonómico tiene ventajas, como experiencia previa a una gestión de alcance nacional. Ocasiones habrá para limar políticas y enmendar errores.

   Pese al énfasis o incluso agria polémica en torno a un posible pacto PP Vox, con la entrada de éste en un gobierno de coalición presidido por un Mañueco desarbolado y amortizado políticamente, lo fundamental del papel que las urnas han otorgado a Vox de modo legítimo estriba en que, con independencia de la demonización jaleada por la ultra izquierda de PSOE, comunistas y separatistas, Vox a los ojos de la ciudadanía representa una opción compatible sin ambages con los principios y valores del conservadurismo, en definitiva la ley, el Estado de derecho, la familia y la propiedad privada, frente a los experimentos revolucionarios, confiscatorios y dictatoriales de una izquierda incapaz de asumir su propio fracaso histórico.

   El ascenso de Vox tiene la virtud de romper el impasse, la situación verdaderamente encenegada y pútrida a que ha llegado la política española de la mano de una democracia degradada a partitocracia, bajo disfraz de un bipartidismo corrupto y al servicio de castas privilegiadas. En realidad, hasta ahora un oficialismo indistinto tras el cómodo parapeto de las instituciones no ha hecho más que parasitar el diseño imperfecto de la transición, materializado en el no menos imperfecto régimen del setenta y ocho, con una Constitución, meritoria por lo que tuvo de voluntad de concordia, pero nefasta con sus muchos defectos, así la articulación de la unidad nacional bajo la desastrosa fórmula del Título VIII. La importancia del papel jugado por Vox, se esté o no de acuerdo  tanto en el fondo como en la forma, radica en haber denunciado ante la sociedad española la gran impostura que subyace a nuestra política doméstica, con sus nuevas ideologías convertidas en dogmas de obligada observancia, y con una extrema izquierda que, a través de fórmulas progresistas o caraqueñas, auténticos subproductos políticos e ideológicos haciendo fortuna gracias al engaño de su estúpido empalago, tiene como único objetivo el monopolio perpetuo del poder, bajo un régimen totalitario y liberticida.

   Se estigmatiza falsamente a Vox con la etiqueta de extrema derecha porque su presencia y avance, siquiera en el terreno de un discurso político coherente: ley, familia, propiedad privada y unidad nacional, viene a desenmascarar a un socialismo y un comunismo cuya memoria y herencia, guste o no a los popes de la corrección política, es el estalinismo, el gulag y la dictadura proletaria. En definitiva, la antítesis de todo aquello que representa libertad, democracia parlamentaria y Estado de derecho, como únicas garantías individuales frente a los abusos del poder.