CON LOS CINCO SENTIDOS
Dicha, felicidad y amistad
No recuerdo la última vez en la que pude considerarme un ser feliz; ya sé que la felicidad es un vocablo que adjuntamos a nuestros escritos, cartas, mensajes, pero que en sí mismo, no deja de ser algo subjetivo, aleatorio y profundamente arbitrario, como la suerte, otro vocablo que no entiendo, ni quiero entender. No me interesa la superchería ni los santos en sus peanas, no. Ninguno vino a mí cuando lo necesité y ahora ya no los quiero. ¡Qué demonios! Si es que alguna vez ayudaron a alguien, supongo que fue porque el susodicho beneficiario de tal bondad salió bien del trance por el que pasaba. Punto. Empirismo. Nada más.
Ser feliz es algo sobrevalorado. Total y absolutamente. Bien es cierto que cuando te encuentras con alguna persona que te hace y procura el bien, te considera y te facilita la vida, es más que un santo, es un amigo y has de cuidarlo, pues pocos son los que en verdad se tienen por tales, aunque muchos los que esperan a la cola sin obtener el tan ansiado título de AMIGO. Yo tengo pocos, pero vive dios que son de lo mejor que he encontrado en el camino hacia la nada que es mi vida. Me asentaron el supuesto llano que es la supervivencia, quitaron las piedras y barrieron el arcén de mi vida, para que sólo encontrara lo liso, sin rastrojos ni malas hierbas. Me allanaron la lucha por vivir y estaré, estoy, agradecida hasta un inexplicable extremo que casi no me sale con las pocas palabras de las que dispongo y domino. Porque son más grandes, se salen del cuadro y extienden sus manos amigas por el marco y por la pared de mi existencia.
No sé si mi pared es lisa o llena de rugosidades, no sé, pero ahí han estado estas personas. Otras se fueron, desaparecieron casi sin darme cuenta, sólo cuando estuve mal las eché en falta, si acaso dijeron algo, ese algo fue para peor. Ya las olvidé, o eso creo y quiero. Porque los amigos de verdad te acompañan, te miman, te quieren y siempre encuentran un minuto de su tiempo para desearte lo mejor y cogerte de la mano sea donde quiera que fueras a parar. Ya sé cuáles son. Triste haberme dado cuenta en el preciso instante en el que me hicieron falta éstos y los otros.
Pero resurgí como el Ave Fénix y es ahora cuando, desde la escalera de camino hacia la nada, veo todo con una claridad diáfana. Dichosos los que ayudan y quieren desinteresadamente a otros, porque de ellos será el reino de los cielos. Ese sería uno de mis mandamientos, si yo mandase en algo. Si yo creyese en algo superior.
Nélida L. del Estal Sastre
No recuerdo la última vez en la que pude considerarme un ser feliz; ya sé que la felicidad es un vocablo que adjuntamos a nuestros escritos, cartas, mensajes, pero que en sí mismo, no deja de ser algo subjetivo, aleatorio y profundamente arbitrario, como la suerte, otro vocablo que no entiendo, ni quiero entender. No me interesa la superchería ni los santos en sus peanas, no. Ninguno vino a mí cuando lo necesité y ahora ya no los quiero. ¡Qué demonios! Si es que alguna vez ayudaron a alguien, supongo que fue porque el susodicho beneficiario de tal bondad salió bien del trance por el que pasaba. Punto. Empirismo. Nada más.
Ser feliz es algo sobrevalorado. Total y absolutamente. Bien es cierto que cuando te encuentras con alguna persona que te hace y procura el bien, te considera y te facilita la vida, es más que un santo, es un amigo y has de cuidarlo, pues pocos son los que en verdad se tienen por tales, aunque muchos los que esperan a la cola sin obtener el tan ansiado título de AMIGO. Yo tengo pocos, pero vive dios que son de lo mejor que he encontrado en el camino hacia la nada que es mi vida. Me asentaron el supuesto llano que es la supervivencia, quitaron las piedras y barrieron el arcén de mi vida, para que sólo encontrara lo liso, sin rastrojos ni malas hierbas. Me allanaron la lucha por vivir y estaré, estoy, agradecida hasta un inexplicable extremo que casi no me sale con las pocas palabras de las que dispongo y domino. Porque son más grandes, se salen del cuadro y extienden sus manos amigas por el marco y por la pared de mi existencia.
No sé si mi pared es lisa o llena de rugosidades, no sé, pero ahí han estado estas personas. Otras se fueron, desaparecieron casi sin darme cuenta, sólo cuando estuve mal las eché en falta, si acaso dijeron algo, ese algo fue para peor. Ya las olvidé, o eso creo y quiero. Porque los amigos de verdad te acompañan, te miman, te quieren y siempre encuentran un minuto de su tiempo para desearte lo mejor y cogerte de la mano sea donde quiera que fueras a parar. Ya sé cuáles son. Triste haberme dado cuenta en el preciso instante en el que me hicieron falta éstos y los otros.
Pero resurgí como el Ave Fénix y es ahora cuando, desde la escalera de camino hacia la nada, veo todo con una claridad diáfana. Dichosos los que ayudan y quieren desinteresadamente a otros, porque de ellos será el reino de los cielos. Ese sería uno de mis mandamientos, si yo mandase en algo. Si yo creyese en algo superior.
Nélida L. del Estal Sastre






























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