Sábado, 22 de Noviembre de 2025

Mª Soledad Martín Turiño
Jueves, 24 de Febrero de 2022
ZAMORANA

La velocidad del tiempo

[Img #62702]“No hay nada que corra más rápido que el tiempo”, esta frase acuñada por mi madre y escuchada por mí durante muchos años mientras la observaba con la sonrisa condescendiente de mis tiempos de adolescencia, se hace realidad cada día en mi actual etapa de mujer madura porque, en efecto, los días se suceden a un ritmo vertiginoso, pese a que estén repletos de acontecimientos, ya sean penosos o gratos.

 

A este propósito y, tal vez por mor de la edad, cuando ya se ha vivido lo suficiente como para atesorar experiencias, quemar etapas, luchar en distintos frentes, bregar con personas y personajes y asumir con satisfacción la llegada de una etapa tranquila, donde priman esos pequeños instantes que nos regalan minutos de felicidad, a cuentagotas para degustarlos mejor; ahora, es cuando hago mía aquella sentencia materna procurando exprimir las horas, no llenándolas obsesivamente con quehaceres autoimpuestos como hacía antes, sino gozándolas con la calma que nunca tuve: relajando la mente, contemplando como cada mañana el sol va iluminando la estancia donde trabajo, dedicando algún tiempo a la meditación, a que no influyan demasiado los actos ajenos, a estar bien con uno mismo… todas esas cosas, en fin, que tantos libros de autoayuda y meditación reflejan en cada una de sus páginas.

 

No resulta sencillo abandonarse al tiempo, confiar en el ocio, vivir sin prisas o degustar cada momento en la seguridad de que nunca volverá; sin embargo, cuando se ha estado en el filo de la espada, o a merced de esos golpes secos con que suele obsequiarnos de vez en cuando la vida, se activa un resorte para ponernos en guardia, un muelle que se despliega para que seamos conscientes de que aún seguimos aquí y hemos de estar preparados para afrontar los envites con ánimo de ganar la partida.

 

Es entonces cuando los viejos aforismos, conocidos por todos, salen a relucir: el “carpe diem” de Horacio, o el “tempus fugit”, (atribuido a un verso de las Geórgicas de Virgilio), y momentáneamente cedemos al ensueño filosófico de cumplir con estos certeros axiomas, pese a que tal propósito tenga una escasa duración en el tiempo.

 

Vivimos en una sociedad versátil, cambiante, tornadiza... donde las noticias se conocen a tiempo real, la guerra se sigue por televisión y nos convertimos en espectadores sin alma, como si fuera una película más de las que visionamos para entretener el ocio; los cambios políticos, los desastres naturales o las situaciones amenas que se producen en todo el mundo las conocemos al momento y, pese a que ocurran hechos terribles, van pasando como en una filmación noticia tras noticia hasta que dejan de serlo.

 

Sí, el tiempo es el bálsamo que sana las más grandes heridas porque en su rápido transcurrir, deja una impronta perdurable pero también algo remota de aquello que, en su día, nos influyó hasta el punto de sufrir o gozar intensamente, pero que disminuye su consistencia con el desfilar de los años hasta el punto de, en ocasiones, olvidar incluso aquello que detonó tales sentimientos.

 

 

Mª Soledad Martín Turiño

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