ZAMORANA
Reflexiones sobre la guerra en Ucrania
Europa vivía con relativa calma hasta que un frio y testosterónico dictador ruso llamado Vladimir Putin, sorprendió emprendiendo unas sospechosas maniobras militares en la frontera de Ucrania con Rusia, que nos pusieron en alerta, pese a que el Kremlin tildara esta preocupación como una “histeria de occidente”; pero esta alerta no era infundada, ya que hace seis años los rusos se anexionaron ilegalmente la península de Crimea y muchos temían que el patrón se repitiera, esta vez con Ucrania.
Putin se ha revelado como un ser megalómano y pretencioso que pretende revivir un pasado glorioso y agregar para Rusia los territorios de lo que un día fue un gran imperio, obviando el hecho de que el mundo ha avanzado por cauces pacíficos, que estamos condenados a entendernos, que la diplomacia está para algo y las leyes también, y que la gente no quiere seguir luchando por un pedazo de tierra a cambio de muertes de inocentes que no llevan más que al odio, el enfrentamiento y la sinrazón.
El mundo se ha posicionado en contra de este conflicto absurdo; las manifestaciones se suceden por muchos rincones del planeta expresando que no queremos volver a la era de piedra, al oscurantismo, a la pobreza, las muertes y a la violencia que supone el enfrentamiento armado, además de las implicaciones económicas y políticas que significa una guerra. “Queremos paz” –dicen los ucranianos- y es un grito ahogado que secundan miles de personas.
Yo pensaba que había pasado el tiempo de los héroes, de los patriotas que se ven en las películas, de aquellos que se levantaban en armas por defender la posesión que tanto les había costado conseguir; pero, viendo la actitud de un pueblo pequeño que se ha enfrentado como David contra Goliat, con cócteles molotov caseros en lugar de misiles y tanques; con hombres y mujeres de a pie convertidos en improvisados soldados frente a un ejército pertrechado con armamento de primera generación, viendo a ucranianos que regresan a su país desde lugares donde están a salvo para ayudar a la familia que aún permanece allí y luchar por su patria; ahora con esos ejemplos, he vuelto a creer en el patriotismo, ya es una palabra que ha adquirido un significado, no aquella expresión vacía que sublimamos algunas personas de modo ocasional.
A pesar de la soledad del pueblo ucraniano que se ve inevitablemente abandonado por el resto de sus vecinos de Europa, por muy justificados que sean los motivos, a pesar de la rabia, la impotencia y desolación que sentimos el resto de países, una vez más se ha hecho vital y poderoso aquello de “la unión hace la fuerza”; solo cuando se han visto unidas a diferentes naciones en contra del líder ruso, he sentido un orgullo que hacía mucho tiempo que no notaba, en una grata mezcla de incredulidad y el escepticismo.
Desconozco lo que ocurrirá en adelante, pero hasta ahora el pequeño se ha defendido con ejemplar tesón ante un gigante que pretendía aplastarle con la crudeza de su superioridad. Ojalá prime la cordura –aunque mucho me temo que para ello es necesaria una sensatez de la que, por el momento, el líder ruso carece- y se ponga fin a esta innecesaria locura.
Mª Soledad Martín Turiño
Europa vivía con relativa calma hasta que un frio y testosterónico dictador ruso llamado Vladimir Putin, sorprendió emprendiendo unas sospechosas maniobras militares en la frontera de Ucrania con Rusia, que nos pusieron en alerta, pese a que el Kremlin tildara esta preocupación como una “histeria de occidente”; pero esta alerta no era infundada, ya que hace seis años los rusos se anexionaron ilegalmente la península de Crimea y muchos temían que el patrón se repitiera, esta vez con Ucrania.
Putin se ha revelado como un ser megalómano y pretencioso que pretende revivir un pasado glorioso y agregar para Rusia los territorios de lo que un día fue un gran imperio, obviando el hecho de que el mundo ha avanzado por cauces pacíficos, que estamos condenados a entendernos, que la diplomacia está para algo y las leyes también, y que la gente no quiere seguir luchando por un pedazo de tierra a cambio de muertes de inocentes que no llevan más que al odio, el enfrentamiento y la sinrazón.
El mundo se ha posicionado en contra de este conflicto absurdo; las manifestaciones se suceden por muchos rincones del planeta expresando que no queremos volver a la era de piedra, al oscurantismo, a la pobreza, las muertes y a la violencia que supone el enfrentamiento armado, además de las implicaciones económicas y políticas que significa una guerra. “Queremos paz” –dicen los ucranianos- y es un grito ahogado que secundan miles de personas.
Yo pensaba que había pasado el tiempo de los héroes, de los patriotas que se ven en las películas, de aquellos que se levantaban en armas por defender la posesión que tanto les había costado conseguir; pero, viendo la actitud de un pueblo pequeño que se ha enfrentado como David contra Goliat, con cócteles molotov caseros en lugar de misiles y tanques; con hombres y mujeres de a pie convertidos en improvisados soldados frente a un ejército pertrechado con armamento de primera generación, viendo a ucranianos que regresan a su país desde lugares donde están a salvo para ayudar a la familia que aún permanece allí y luchar por su patria; ahora con esos ejemplos, he vuelto a creer en el patriotismo, ya es una palabra que ha adquirido un significado, no aquella expresión vacía que sublimamos algunas personas de modo ocasional.
A pesar de la soledad del pueblo ucraniano que se ve inevitablemente abandonado por el resto de sus vecinos de Europa, por muy justificados que sean los motivos, a pesar de la rabia, la impotencia y desolación que sentimos el resto de países, una vez más se ha hecho vital y poderoso aquello de “la unión hace la fuerza”; solo cuando se han visto unidas a diferentes naciones en contra del líder ruso, he sentido un orgullo que hacía mucho tiempo que no notaba, en una grata mezcla de incredulidad y el escepticismo.
Desconozco lo que ocurrirá en adelante, pero hasta ahora el pequeño se ha defendido con ejemplar tesón ante un gigante que pretendía aplastarle con la crudeza de su superioridad. Ojalá prime la cordura –aunque mucho me temo que para ello es necesaria una sensatez de la que, por el momento, el líder ruso carece- y se ponga fin a esta innecesaria locura.
Mª Soledad Martín Turiño





























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