Jueves, 20 de Noviembre de 2025

Eugenio de Ávila
Miércoles, 09 de Marzo de 2022
HUMANOS

Feminismo y feminidad

[Img #63282]Soy un hombre muy femenino. No soy gay; tampoco sucedería nada malo si lo fuera. Lo mejor de mí tiene nombre de mujer: sensibilidad, delicadeza, ternura. Lo peor radica en mi parte masculina: soberbia, vanidad, arrogancia. Nací en un gineceo. Bisabuela, abuela, madre, hermanas, hijas, nieta. Mi mundo es femenino. Discrepo con cualquier mujer, como discuto con varón. No hay sexo cuando se traba de dialogar sobre arte, cultura, política, periodismo, esoterismo, astrofísica.

 

De una dama, me enamoran su feminidad, su talento, su belleza, su delicadeza, su cultura. Quizá sea machista por fijarme, en primer término, cuando conozco a una señorita, en su hermosura. Verbigracia: cuando me llama la atención una fémina, en la distancia, en un pub, cafetería, calle, plaza,  no se debe a su inteligencia, porque el talento y el genio no se ven, como mucho, se intuyen. Nunca me enamoré de una dama que careciera de estilo, elegancia, exquisitez. Casi siempre, añadió a esas virtudes, la de la belleza. Me vuelvo loco por una mujer femenina. Lo mejor de mí, insisto, reside en mi alma de mujer. Me aburren las féminas y los hombres bastos, vulgares, groseros. No hay diferencia sexual en cuanto a la mediocridad. Hay periodistas hombres y mujeres cobistas, ágrafos y vulgares.

 

Soy ateo, como suelo confesar. Pero, si Dios existiese, creo que sería un ser femenino. Diría más: el punto de inflexión en la Historia de la Humanidad se produjo cuando los semitas, el pueblo judío, dio un golpe de Estado, derribando a las diosas y entronizando al macho como Yahvé, monarca absoluto, cruel, genocida, monstruoso. Después los cristianos católicos elevaron a la diestra de Dios a una señora, a la Virgen María. El Islam humilló más aún a la mujer. Todavía hoy, 2020, muchas naciones de religión musulmana consideran a las féminas como seres inferiores.

 

Reconozco que a  las mujeres, en tiempos remotos, solo se consideraron como máquinas que perpetuaban la especie. No se las respetaba, solo servían al hombre para su disfrute sexual y laboral. La democracia burguesa empezó a considerar a las mujeres. Cuando las féminas empezaron a trabajar, a percibir un salario digno, a no depender del varón, del marido, para vivir, iniciaron su liberación.

 

Advierto una taxonomía en el hombre, que es un ser esencialmente hedonista: El machista, el espécimen más abundante, se distingue por considerar a la mujer un ser menos inteligente, más débil psíquicamente, más vulnerable. No soporta que una dama, señorita o señora, sea superior intelectualmente, ni que le supere en cualquier debate. Pero la necesita cuando padece problemas laborales o enferma. Por supuesto, le ofendería que su esposa o novia percibiese un mayor salario que el suyo.

 

Hay otro tipo de hombre, el que sabe que la mujer posee más capacidad de trabajo, de entrega, virtudes a las que añade inteligencia, clase y elegancia. Ese varón necesita a su vera a mujeres con las que aprender, intercambiar opiniones, disfrutar de toda manifestación cultural, desde la lectura a la pintura, pasando por la escultura o la arquitectura. Ese caballero no se conforma con que esa fémina que le atrae muchísimo físicamente, pues necesita que le aporte sensibilidad, genio, sabiduría, finura. El hombre que desea la igualdad de sexos en derechos y deberes celebra todos los días del año a la mujer, porque, sin el toque femenino, la vida del varón inteligente se convertiría en insulsa, simple, anodina y sosa.

 

Ahora bien, el machista encuentra en la feminista radical sus mismos defectos, pero con distinto sexo, voz y fuerza. Se puede, y se debería, ser feminista para reclamar idénticos derechos y deberes. Pero nunca considerar al hombre como el enemigo, el sexo a extinguir, el mal. Ese feminismo proyecta el marxismo político sobre el hombre, que se convierte en la clase burguesa y a la mujer en el proletariado. Así aspira a establecer una dictadura femenina.

 

Porque, allá donde hay un movimiento social, feminismo, gay, animalismo, que intenta romper con la injusticia, aparecerá un marxista con el único objetivo de radicalizarlo y abrir una revolución contra todo el que discrepe, mantenga otro tipo de criterio y respete otra manera de pensar y una evolución distinta.

 

Si alcanza su objetivo, después iniciará las conocidas purgas, abc del leninismo, porque el partido necesita, de vez en cuando, purificarse. Eso puede estar sucediendo ya en el feminismo español, donde existen distintas formas de enfocar un problema que también incumbe al hombre y que solo se superará cuando los docentes, desde la entrada en las guarderías, pasando por las escuelas, institutos y universidades, enseñen, antes que las vocales, las cuatro reglar y el Teorema de Thales, a respetar a las niñas, a las jóvenes, a las mujeres, sin olvidar al prójimo y la naturaleza. Después habrá que legislar de acuerdo a la igualdad, sin castigar más al hombre que a la mujer, porque, en el momento que se prime a uno de los dos sexos en la aplicación de la Ley, la sociedad ya no se podrá definir como democrática.

 

Insisto: soy un hombre muy femenino, pero nunca seré un feminista, ni tampoco un machista, porque considero que toda mujer, desde su venida al mundo, debe tener los mismos derechos e idénticos deberes. Las féminas no son mis enemigas, sino hermanas, amigas, amantes, porque me aportan talento, me enseñan, me enamoran y las admiro. Dejo para los progres su feminismo cursi. La mujer nunca debería parecerse a los hombres en nada. Solo en derechos y deberes. Por supuesto, una dama nunca debería parecerse ni a Irene Montero,  ni a Carmen Calvo, ni a Soraya Sáenz de Santamaría, ni a Ana Botella. Me explico.

 

Y habrá que reconocer que mujeres de escaso o nulo talento, más en el periodismo, alcanzaron cargos directivos por ser señoritas, nunca por su inteligencia, cultura y erudición.

Eugenio-Jesús de Ávila

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