ZAMORANA
De generación en generación
Desde hace apenas un par de años, cuando se hizo evidente como la pandemia asoló y resquebrajó la vida de muchas personas mayores que habitaban en residencias, lejos de su familia y sometidos a una disciplina casi cuartelaria, tuve una sensación acrecentada a lo largo de aquel tiempo de contagios y muertes, cuando tantos mayores fallecieron, de que se estaba acabando una generación importante, la generación que enseñó a vivir y a pensar a personas de mi edad, que nos educó en el respeto, valores y principios, sentimientos que hoy en día algunos consideran trasnochados y confunden con la falta de libertad, y entonces fue como si el suelo desapareciera bajo mis pies en una imagen personal de abandono y soledad que pocas veces he sufrido.
La generación de nuestros padres y abuelos se iba perdiendo poco a poco, desapareciendo con ellos una forma de vida que, sobre todo quienes nos criamos en el medio rural, no ha vuelto a ser la misma. Los campos se quedaban sin los brazos arrugados y los rostros curtidos por el tiempo, que tanto trabajaron de forma artesanal, con sus propias manos en labores agrarias que, afortunadamente, en la actualidad con los medios que disponen, son mucho más cómodas y llevaderas.
También nos quedamos huérfanos de una sabiduría no expresa con palabras, pero sí manifestada a través de los hechos; así fue como aprendimos muchos adultos de hoy –entonces niños y jóvenes-, porque los zamoranos no somos muy proclives a exteriorizar los sentimientos, parece que el hacerlo nos mermara, mostrara nuestras debilidades; así que solemos callar; sin embargo, con la mirada expresamos todo aquello que las palabras no dicen.
Sí, esa generación disminuye por días y está presta a desaparecer porque muchas personas que aún viven tienen una edad avanzada y, en muchos casos, se encuentran enfermas y solo esperan terminar sus días en paz.
La paradoja llega cuando en poco tiempo estoy perdiendo también a gente de mi edad que parecían tener toda la vida por delante y, no obstante, ya forman parte de la generación que sustituye a nuestros padres. Ahora somos nosotros quienes, en esta rueda de la vida, preparamos el terreno para que nuestros hijos tomen la alternativa y sean los protagonistas, quedándonos ya un poco al margen. Lo que pienso a menudo es si ellos tendrán la sensación de pérdida para con nosotros como la tuvimos con nuestros padres o, por el contrario, les hemos formado en el seno de una sociedad tan independiente que incluso esos sentimientos los superen sin el menor desasosiego. No obstante, aún nos queda mucho que hacer, hemos sacado adelante a padres, hijos y –en ocasiones- nietos; lo que da una idea de que no es fácil arrinconarnos porque podemos aportar mucho a esta sociedad compleja para allanar, en lo posible, el camino a los que vienen detrás, reconozcan o no nuestro esfuerzo.
Mª Soledad Martin Turiño
Desde hace apenas un par de años, cuando se hizo evidente como la pandemia asoló y resquebrajó la vida de muchas personas mayores que habitaban en residencias, lejos de su familia y sometidos a una disciplina casi cuartelaria, tuve una sensación acrecentada a lo largo de aquel tiempo de contagios y muertes, cuando tantos mayores fallecieron, de que se estaba acabando una generación importante, la generación que enseñó a vivir y a pensar a personas de mi edad, que nos educó en el respeto, valores y principios, sentimientos que hoy en día algunos consideran trasnochados y confunden con la falta de libertad, y entonces fue como si el suelo desapareciera bajo mis pies en una imagen personal de abandono y soledad que pocas veces he sufrido.
La generación de nuestros padres y abuelos se iba perdiendo poco a poco, desapareciendo con ellos una forma de vida que, sobre todo quienes nos criamos en el medio rural, no ha vuelto a ser la misma. Los campos se quedaban sin los brazos arrugados y los rostros curtidos por el tiempo, que tanto trabajaron de forma artesanal, con sus propias manos en labores agrarias que, afortunadamente, en la actualidad con los medios que disponen, son mucho más cómodas y llevaderas.
También nos quedamos huérfanos de una sabiduría no expresa con palabras, pero sí manifestada a través de los hechos; así fue como aprendimos muchos adultos de hoy –entonces niños y jóvenes-, porque los zamoranos no somos muy proclives a exteriorizar los sentimientos, parece que el hacerlo nos mermara, mostrara nuestras debilidades; así que solemos callar; sin embargo, con la mirada expresamos todo aquello que las palabras no dicen.
Sí, esa generación disminuye por días y está presta a desaparecer porque muchas personas que aún viven tienen una edad avanzada y, en muchos casos, se encuentran enfermas y solo esperan terminar sus días en paz.
La paradoja llega cuando en poco tiempo estoy perdiendo también a gente de mi edad que parecían tener toda la vida por delante y, no obstante, ya forman parte de la generación que sustituye a nuestros padres. Ahora somos nosotros quienes, en esta rueda de la vida, preparamos el terreno para que nuestros hijos tomen la alternativa y sean los protagonistas, quedándonos ya un poco al margen. Lo que pienso a menudo es si ellos tendrán la sensación de pérdida para con nosotros como la tuvimos con nuestros padres o, por el contrario, les hemos formado en el seno de una sociedad tan independiente que incluso esos sentimientos los superen sin el menor desasosiego. No obstante, aún nos queda mucho que hacer, hemos sacado adelante a padres, hijos y –en ocasiones- nietos; lo que da una idea de que no es fácil arrinconarnos porque podemos aportar mucho a esta sociedad compleja para allanar, en lo posible, el camino a los que vienen detrás, reconozcan o no nuestro esfuerzo.
Mª Soledad Martin Turiño























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