La cruda realidad

¿Qué pensará esa cabecita mientras observa un punto cualquiera del horizonte, con los ojos semicerrados, tras la ventana? La veo silenciosa, mientras los demás se enfrascan en una conversación sobre los temas que copan la actualidad y que, además, dan para mucho porque la situación social y política anda revuelta como pocas veces. A la odiosa invasión de Putin a Ucrania, añadimos en casa la justa huelga de transportistas que se han unido haciendo piña para hacer oír sus reivindicaciones, así como el mundo rural representado por agricultores y ganaderos que ya no pueden seguir conformándose con mínimos y también han salido a las calles para manifestarse.

- Me parece un tanto vergonzoso que el gobierno, ante unas protestas tan razonables, que están afectando a los consumidores, aún no haya tomado las medidas necesarias para solucionar esta situación previsible desde el momento en que empezaron a subir los carburantes y la electricidad, de los que todos dependemos. –dice uno-

- Esto podría parecer un castigo divino, las plagas de Egipto de la modernidad, una situación que, si no fuera porque vivimos en una sociedad más avanzada, se asemeja a esa condena que llevamos padeciendo desde hace más de dos años: la pandemia, la nevada Filomena, el volcán de La Palma, la guerra en Ucrania, las protestas en la carretera… todo está generando un grado de temor y ansiedad desconocidos en la población, con una sensación añadida de desilusión, pérdida de interés ante un futuro incierto, problemas mentales y psicológicos de ansiedad, depresión, miedo, fobias…- apostilla el otro-

En el corrillo que se ha formado tras los postres, sentados ante un humeante café, la familia habla de los temas de actualidad, se precipitan en tomar la palabra y todos opinan, porque hay mucho en juego; sin embargo ella, la anfitriona, la madre de la casa que hoy ha reunido a su familia para comer y, de paso, darles la gran noticia, sigue con la mirada perdida, ajena a las conversaciones que producen un ruido de fondo que no es capaz de escuchar.

Ha preparado el escenario desde que le dieron a conocer el diagnóstico pero ahora, llegado el momento, cuando escucha las preocupaciones que tiene su familia sobre la actualidad, observa despacio a cada uno de ellos que continúa la disquisición analizando y desmenuzando los problemas: el hijo mayor ya es un hombre: culto, con personalidad, cabeza de familia y orgulloso padre de ese primer nieto que la vuelve loca; la hija, ambiciosa y con tesón, ha conseguido el puesto para el que se había estado formando durante años, sacrificando horas y días de su vida, y los dos con sus respectivas parejas viven una evidente felicidad en estos primeros años de matrimonio. Les ve con tanta armonía que ha de pellizcarse para comprobar que aquello es cierto, que toda su entrega ha dado resultado y que los hijos están bien.

De pronto, ellos reparan en que su madre no les ha acompañado en la salita donde llevan ya un buen rato debatiendo y reclaman su presencia para unirse al grupo. La madre llega despacio y se sienta junto a ellos, con cautela, indecisa, sonriendo bondadosamente a todos y, justo en el momento en que va a tomar la palabra, el nieto reclama su atención porque acaba de despertarse. Saben que le encanta ese momento y lo ponen en sus brazos para que disfrute de aquel ser diminuto e indefenso que le ha cambiado la vida; así que coge al bebé, lo mira con arrobo, besa suavemente su manita, luego mira a los demás que la observan en silencio… y decide que no es el momento, que quizá haya habido un error, que es mejor no preocuparles más y, sobre todo, que se va a centrar en vivir el momento y disfrutar de estas reuniones que provocará con más frecuencia para tenerlos a todos juntos como hoy.

Mª Soledad Martín Turiño