Sábado, 08 de Noviembre de 2025

Eugenio de Ávila
Lunes, 28 de Marzo de 2022
PARADOJAS POLÍTICAS

El léxico del nacionalcatolicismo perdura

[Img #64128]Lascivia. Concupiscencia. Voluptuosidad. Tales palabras y otras con parecidos significados me acompañaron durante toda mi adolescencia, una edad en la que el placer sexual procurado por uno mismo podría dar lugar a la ceguera. El dictador Franco, un hombre sin ideología, utilizó los símbolos falangistas para colorear el régimen, entre los que se hallaba la bandera rojinegra, imitación de la de la CNT-FAI, a la que tanto admiraban los filofascistas, pero descargó todo el aparato ideológico sobre la Iglesia, que nos castró el placer, que nos lo prohibió, que nos transformó en medio hombres. En Cuba la libertad falta desde el 1 de enero de 1959. Pero en la isla el sexo se disfruta como un habano, un arroz negro o las olas del Caribe. El placer de la carne, no de la de ternera, aligera el peso de toda  dictadura.

 

El nuevo feminismo, que no tiene nada que ver con el de los últimos años del franquismo y el de la transición, como tampoco Sánchez con González ni con el PSOE golpista de 1934, ni con el revolucionario de 1936,  desprende aroma a nacionalcatolicismo, a rancio, a polilla. Utiliza palabras como espadas, como censura, como  catecismo. La Iglesia del franquismo aprobaría las consignas de Irene Montero y sus amazonas.

 

Por lo que conozco, por lo que mi experiencia me demostró, porque es empírico, hay hombres, y los hubo, y los habrá, a no ser que los castren, que mirarán a las mujeres, más a las más hermosas físicamente, con deseo exacerbado, como queriendo devorarlas, sin ninguna sensibilidad al contemplar la belleza de una dama, digna de inspirar versos, estrofas y rimas, de amar.

 

 El macho del género humano es, en esencia, un ser hedonista. Si en la relación sexual con la mujer no obtuviese placer, el homo sapiens no habría pasado del australopithecus. La fémina también me parece superior a su pareja en este aspecto. No obstante, legíslese para castigar miradas lascivas y otros comportamientos huérfanos de delicadeza al mirar a una mujer, a cualquier dama, señora, señorita, tenga la edad que tenga, físico, altura y otras circunstancias físicas. Pero hay una pregunta qué hacer: ¿Quién define, cómo, cuándo, qué es un hombre que mira con lascivia, obscenidad, lujuria a una mujer? ¿Qué eruditos en Derecho legislarán al respecto? ¿Qué pena merece un hombre libidinoso? Y otra cuestión: ¿Hay mujeres que observan a los varones con ojos de pecado, con un erotismo pornográfico, con vicio? Si fuera así, ¿merecerían idéntico castigo al que debería recibir un macho alfa?

 

Lo que sí deseo, pido e imploro –no sé rezar ni creo en dioses divinos y humanos- de tantos  cerebros  progresistas en las formas, reaccionarios en el fondo, es que nos permitan amar en libertad, que nos perdonen los pecados propios de la sexualidad, que no nos expropien el placer, que no estatalicen el sexo, que no nos condenen al gulag o al campo de concentración de los que preferimos el hedonismo de amar al masoquismo de odiar. Pero me temo que toda la poesía erótica de Lorca, Neruda, César Vallejo, Cernuda, y el de poetisas femeninas como Gioconda Belli, Ana Istanú (Mi clítoris destella en las barbas de la noche como un pétalo de lava, como un ojo tremendo  al que ataca la dicha), o Margara Sáenz, por citar a unos cuantos artistas líricos de ambos sexos, ahora se consideraría obscena y concupiscente.

Nos acercamos, a marchas forzadas, a la teocracia iraní.

Eugenio-Jesús de Ávila

 

 

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