CON LOS CINCO SENTIDOS
Volveré a verte
Hoy recogí unas cuantas flores y algunas ramas verdes para componer un bonito y fragante ramo con el que adornar tu empolvada lápida. Hacía meses que no te visitaba, bueno, que no visitaba lo que de ti pueda quedar en ese sitio feo en el que depositaron lo que le faltaba a tu alma.
Tu alma voló libre a otra dimensión en la que nunca creí porque no has venido a decirme que existe. Pero como tengo fe en ti y te hablo, aún he de creer. Y creo. En ti.
Hoy recogí unas cuantas flores de esta primavera que todo lo inunda y las até con el coletero que llevaba anudado en mi pelo, para que recuerdes el olor a cerezas de mi champú y esa melena larga, frondosa y salvaje que ponía por encima de tu reluciente calva para hacer el tonto y echarnos unas risas, ¿recuerdas? Ha sido un buen día.
Me da cosa entrar en el cementerio, pero luego se me pasa. Sé que ya no estás allí, no lo estuviste nunca, pero me gusta hablar con esa placa que pone tu nombre y hacer como si te hablase a la cara. Y te cuento cómo me va, si el Bilbao ha ganado algo (aunque yo de fútbol no entiendo nada de nada) y que son los más grandes señores jugando a ese deporte que no he entendido nunca porque me aburre, pero tú lo veías sólo cuando era la Selección Nacional la que jugaba o el Athletic de Bilbao. Así que, para informarte, me informo.
Cualquiera que me vea en minifalda, sentada en tu tumba sucia, llena de polvo, hablando con nadie, pensará que me falta un hervor, que no estoy en mis cabales. Pero es que voy cuando sé que no habrá nadie. Entonces te pregunto y sé que me escuchas, que me respondes e intentas ayudarme y guiar unos pasos que, muchas veces, son equivocados. Ya sé que soy yo mientras elucubro conmigo misma, con mi álter ego. Pero me gusta pensar que me das la réplica y mantenemos una charla como las de antes.
Ya han pasado algunos años y he conseguido entrar en ese repulsivo espacio sin que la angustia me invada y me haga llorar como a una virgen niña. Ya no lloro. Me lleno de serenidad y de respeto. No molesto a los demás, sólo hablo contigo. Estás cerca del pasillo central, sólo, pero tan a gusto. No quisiste formar parte de esa estúpida tradición de gastar más en la muerte que en la vida y tu tumba es humilde. Te gastaste hasta la última gota en vida y eso, caballero, eso es lo que hay que hacer. No quisiste plañideras ni hostias. Sólo a los tuyos mientras sonaba la marcha fúnebre de Chopin. Me hiciste prometer que sonaría en tus exequias y así lo dispuse.
Pero hoy te llevé flores que até con mi coletero. Durarán pocos días, dicen que a mitad de la Semana Santa el tiempo cambia y empeora. Si llueve sobre ellas, serán tus lágrimas regando los tallos de las margaritas. Volveré cuando pueda ir comiendo moras de camino a verte. Sabes que me vuelven loca. Te llevaré unas pocas para que las degustemos juntos. Se puede decir que soy medianamente feliz, que no es poco, aunque mi cabeza no me deja serlo del todo. Eres afortunado porque no has tenido que vivir este año y pico del demonio y ver la degradación del ser humano y la de los políticos que nos representan. Arderías de furia…Eso que te has ahorrado, aunque nos veas desde otra dimensión, supongo que no será lo mismo. Puede que hasta os echéis unas risas viendo cómo estamos jodiéndonos la vida los unos a los otros. Yo qué sé.
Volveré dentro de un tiempo a llevarte flores, moras y un poema de Lorca escrito en un folio, para que se desdibuje la tinta de lo escrito con las primeras tormentas del verano.
Nélida L. del Estal Sastre
Hoy recogí unas cuantas flores y algunas ramas verdes para componer un bonito y fragante ramo con el que adornar tu empolvada lápida. Hacía meses que no te visitaba, bueno, que no visitaba lo que de ti pueda quedar en ese sitio feo en el que depositaron lo que le faltaba a tu alma.
Tu alma voló libre a otra dimensión en la que nunca creí porque no has venido a decirme que existe. Pero como tengo fe en ti y te hablo, aún he de creer. Y creo. En ti.
Hoy recogí unas cuantas flores de esta primavera que todo lo inunda y las até con el coletero que llevaba anudado en mi pelo, para que recuerdes el olor a cerezas de mi champú y esa melena larga, frondosa y salvaje que ponía por encima de tu reluciente calva para hacer el tonto y echarnos unas risas, ¿recuerdas? Ha sido un buen día.
Me da cosa entrar en el cementerio, pero luego se me pasa. Sé que ya no estás allí, no lo estuviste nunca, pero me gusta hablar con esa placa que pone tu nombre y hacer como si te hablase a la cara. Y te cuento cómo me va, si el Bilbao ha ganado algo (aunque yo de fútbol no entiendo nada de nada) y que son los más grandes señores jugando a ese deporte que no he entendido nunca porque me aburre, pero tú lo veías sólo cuando era la Selección Nacional la que jugaba o el Athletic de Bilbao. Así que, para informarte, me informo.
Cualquiera que me vea en minifalda, sentada en tu tumba sucia, llena de polvo, hablando con nadie, pensará que me falta un hervor, que no estoy en mis cabales. Pero es que voy cuando sé que no habrá nadie. Entonces te pregunto y sé que me escuchas, que me respondes e intentas ayudarme y guiar unos pasos que, muchas veces, son equivocados. Ya sé que soy yo mientras elucubro conmigo misma, con mi álter ego. Pero me gusta pensar que me das la réplica y mantenemos una charla como las de antes.
Ya han pasado algunos años y he conseguido entrar en ese repulsivo espacio sin que la angustia me invada y me haga llorar como a una virgen niña. Ya no lloro. Me lleno de serenidad y de respeto. No molesto a los demás, sólo hablo contigo. Estás cerca del pasillo central, sólo, pero tan a gusto. No quisiste formar parte de esa estúpida tradición de gastar más en la muerte que en la vida y tu tumba es humilde. Te gastaste hasta la última gota en vida y eso, caballero, eso es lo que hay que hacer. No quisiste plañideras ni hostias. Sólo a los tuyos mientras sonaba la marcha fúnebre de Chopin. Me hiciste prometer que sonaría en tus exequias y así lo dispuse.
Pero hoy te llevé flores que até con mi coletero. Durarán pocos días, dicen que a mitad de la Semana Santa el tiempo cambia y empeora. Si llueve sobre ellas, serán tus lágrimas regando los tallos de las margaritas. Volveré cuando pueda ir comiendo moras de camino a verte. Sabes que me vuelven loca. Te llevaré unas pocas para que las degustemos juntos. Se puede decir que soy medianamente feliz, que no es poco, aunque mi cabeza no me deja serlo del todo. Eres afortunado porque no has tenido que vivir este año y pico del demonio y ver la degradación del ser humano y la de los políticos que nos representan. Arderías de furia…Eso que te has ahorrado, aunque nos veas desde otra dimensión, supongo que no será lo mismo. Puede que hasta os echéis unas risas viendo cómo estamos jodiéndonos la vida los unos a los otros. Yo qué sé.
Volveré dentro de un tiempo a llevarte flores, moras y un poema de Lorca escrito en un folio, para que se desdibuje la tinta de lo escrito con las primeras tormentas del verano.
Nélida L. del Estal Sastre




















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