HABLEMOS
¿Asilo universal?
Carlos Domínguez
Contra lo aventado por ideologías disolventes, ya ni siquiera nihilistas como sucedió dentro de lo más granado de nuestro pensamiento crítico, Nietzsche en particular, Occidente ha sido para nosotros modelo de civilidad y humanidad. Paradigma de libertad y derechos del individuo frente al Estado, y también hoy, o al menos sería de esperar, frente a una nueva racialidad que, con auxilio de tales ideologías, en rigor vástagos inagotables de la dogmática marxista, hizo del odio y la revancha su única razón de ser.
Asunto no menor cuando Europa, cuna espiritual de un Occidente al presente derrotado y en consunción irreversible, se ha convertido gracias a la traición secular de una socialdemocracia ejerciendo de siervo bajo distintas etiquetas (progresismo, multiculturalismo, anticolonialismo, ecopacifismo…) del comunismo eterno, se ve asaltada por las masas de una inmigración llegada de todos los países y todas las sociedades, bajo excusa de unos derechos humanos que sólo aquí se respetan, a diferencia de la barbarie imperante en los lugares de procedencia de muchedumbres apátridas, buscando refugio quizás en algunos casos, pero ante todo el maná gratuito y generoso de nuestras sociedades desarrolladas.
Europa tiene suficientes pruebas de la enemiga profunda que alienta en cuanto a talante e ideología esa inmigración masiva y sin control. Africanos, asiáticos, iberoamericanos, incluso europeos originarios de tierras de un imperio soviético al que pertenecieron y en el que a veces militaron con fidelidad digna de mejor causa, se dirigen a nuestras fronteras, al mundo de nuestra tradición cívica cual paradigma de humanidad y libertad, reclamando, exigiendo desde el resentimiento lo que juzgan sus derechos contra nuestras naciones y sociedades, tenidas por capitalistas, colonialistas, explotadoras y, por descontado, racistas.
Cuestión que invita a la reflexión. Mas, por lo cercano y actual, el dilema del mundo al que pertenecemos por obra, gracia e inmenso sacrificio de nuestros antepasados, pasa por determinar hasta qué punto Europa y Occidente pueden permitirse, dentro de la crisis provocada por la globalización y la quiebra de un Estado del Bienestar hoy inviable a la rastra del modelo socialdemócrata, asumir el generoso mas también oneroso papel de asilo universal, como refugio para la humanidad entera disfrutando, aquí y una vez acogida, del maná gratuito de prestaciones públicas cada vez más caras y escasas, cuyo coste en términos de carga fiscal recae sobre unas explotadas igual que menguantes clases activas y propietarias.
Contra lo aventado por ideologías disolventes, ya ni siquiera nihilistas como sucedió dentro de lo más granado de nuestro pensamiento crítico, Nietzsche en particular, Occidente ha sido para nosotros modelo de civilidad y humanidad. Paradigma de libertad y derechos del individuo frente al Estado, y también hoy, o al menos sería de esperar, frente a una nueva racialidad que, con auxilio de tales ideologías, en rigor vástagos inagotables de la dogmática marxista, hizo del odio y la revancha su única razón de ser.
Asunto no menor cuando Europa, cuna espiritual de un Occidente al presente derrotado y en consunción irreversible, se ha convertido gracias a la traición secular de una socialdemocracia ejerciendo de siervo bajo distintas etiquetas (progresismo, multiculturalismo, anticolonialismo, ecopacifismo…) del comunismo eterno, se ve asaltada por las masas de una inmigración llegada de todos los países y todas las sociedades, bajo excusa de unos derechos humanos que sólo aquí se respetan, a diferencia de la barbarie imperante en los lugares de procedencia de muchedumbres apátridas, buscando refugio quizás en algunos casos, pero ante todo el maná gratuito y generoso de nuestras sociedades desarrolladas.
Europa tiene suficientes pruebas de la enemiga profunda que alienta en cuanto a talante e ideología esa inmigración masiva y sin control. Africanos, asiáticos, iberoamericanos, incluso europeos originarios de tierras de un imperio soviético al que pertenecieron y en el que a veces militaron con fidelidad digna de mejor causa, se dirigen a nuestras fronteras, al mundo de nuestra tradición cívica cual paradigma de humanidad y libertad, reclamando, exigiendo desde el resentimiento lo que juzgan sus derechos contra nuestras naciones y sociedades, tenidas por capitalistas, colonialistas, explotadoras y, por descontado, racistas.
Cuestión que invita a la reflexión. Mas, por lo cercano y actual, el dilema del mundo al que pertenecemos por obra, gracia e inmenso sacrificio de nuestros antepasados, pasa por determinar hasta qué punto Europa y Occidente pueden permitirse, dentro de la crisis provocada por la globalización y la quiebra de un Estado del Bienestar hoy inviable a la rastra del modelo socialdemócrata, asumir el generoso mas también oneroso papel de asilo universal, como refugio para la humanidad entera disfrutando, aquí y una vez acogida, del maná gratuito de prestaciones públicas cada vez más caras y escasas, cuyo coste en términos de carga fiscal recae sobre unas explotadas igual que menguantes clases activas y propietarias.





















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