Viernes, 05 de Diciembre de 2025

Irene Alfageme
Miércoles, 13 de Abril de 2022
LA COLUMNA DE DOÑA ELVIRA

Todos somos “jueces”

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Luchas sin sangre. Espadas al aire que desafían a la realidad sin ser vistas, siendo invisibles. Hacer daño sin la fuerza; a distancia. Conocemos este mundo porque vivimos en él. Quería trasladar a través de mi libertad de palabra que el año que viene, ya en el 2041, publicaré un ensayo de lo que voy a resumir a continuación: una realidad que llevemos años viviendo. En el ensaño narro la historia de, vamos a llamar, Ray Gines, por ejemplo. Ray estaba trasteando por sus redes sociales, como bien hace cada día, prácticamente a cada hora. Estaba sumergido en los comentarios de “Kdoo” (red de opiniones) cuando comenzó a leer varias “criticas” de un hecho que había acontecido hacia apenas unas horas, en el que tan solo se sabía que dos amigos se habían pelado en una discoteca y que habían resultado heridos; que uno de ellos estaba en el hospital con “heridas graves”; que había una chica implicada en su discusión; y que “varios testigos” habían dicho que la pelea de ambos “era culpa de ella”. Esos eran los datos. Nada más. Datos que habían leído por encima en el primer medio que habían encontrado, o incluso en comentarios de “Kdoo”.

 

La red social se llenó de comentarios que denigraban a cada una de las personas implicadas: “todo ha sido culpa de la chica”; o “qué mal amigo”, y otras palabras malsonantes. Comentarios que juzgaban duramente a personas que no conocían, de un hecho que no conocían; pero, ¿qué más da? si a través de las redes hay total libertad… “Yo juzgo, tú juzgas, él juzga. Todos nos dañamos”.

 

Todo ello se puede visualizar de manera más detallada en el ensayo de la historia Gines; pero yo, en este punto quiero destacar el hecho más importante de toda esta historia. Y es que Ray Gines trasteaba por las redes sociales mientras estaba tumbado en la cama; una cama de sabanas blancas, en una habitación completamente blanca, con una pequeña televisión con una luz roja que, parpadeaba, pidiendo que se metieran monedas en su interior para poder funcionar. Ray era aquel amigo con “heridas graves” que estaba en el hospital. Ray era una de las pocas personas que conocían los hechos, ya que fue protagonista de ellos; y, con heridas en el cuerpo, y en el alma, porque todo estaba muy reciente, no podía creer lo que estaba leyendo. El dolor se hizo más fuerte debido a los cientos de comentarios de “los sabios” que opinaban sin estar; que opinaban sin saber; que juzgaban sin conocer.

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