JUEVES SANTO
Nuestra Semana Santa es amor y sensualidad

No nos engañemos: Nuestra Semana Santa ni es recogimiento ni silencio ni piedad; tampoco esos lugares comunes que se pronuncian y escriben por doquier. En absoluto. La Pasión en Zamora es, esencialmente, amor, sensualidad y fiesta. El despertar de la sexualidad en los más jóvenes, el primer beso, la primera despedida, la novia adolescente, la explosión de la primavera en el jardín de nuestros cuerpos. Vivir.
Nuestra Semana Santa no es dolor, es fiesta, jolgorio, amistad, reencuentro, familia, vanidad, jactancia, negocio, belleza, música, arte y... religiosidad para los más píos. Las procesiones, las nocturnas, son la excusa para que los padres consientan a los jóvenes pisar la madrugada con la energía que se ha transformado en sensualidad, en vida, en deseo que quizá nunca se convertirá en realidad, originando frustración.
La Semana Santa es celebración de la primavera, de la estación que pone en alerta a todos los sentidos. Nuestros ojos captan la belleza, los oídos escuchan cómo crecen las flores y la hermosura en la carne; el tacto acaricia la poesía que emana por la epidermis, el terciopelo de las túnicas; el olfato respira aromas, perfumes y olores de inciensos y esencias, y el gusto disfruta de las viandas que restauran nuestras vísceras y disponen nuestro espíritu para gozar de la vida.
Nuestra Semana Santa fue paz, piedad, perdón. Como el célebre discurso pronunciado por Azaña el 18 de julio de 1938.
Ahora, las procesiones se disfrutan, se contemplan, se alaban, se respetan y son la razón, la causa, la excusa para olvidarnos de nuestras cuitas cotidianas.

No nos engañemos: Nuestra Semana Santa ni es recogimiento ni silencio ni piedad; tampoco esos lugares comunes que se pronuncian y escriben por doquier. En absoluto. La Pasión en Zamora es, esencialmente, amor, sensualidad y fiesta. El despertar de la sexualidad en los más jóvenes, el primer beso, la primera despedida, la novia adolescente, la explosión de la primavera en el jardín de nuestros cuerpos. Vivir.
Nuestra Semana Santa no es dolor, es fiesta, jolgorio, amistad, reencuentro, familia, vanidad, jactancia, negocio, belleza, música, arte y... religiosidad para los más píos. Las procesiones, las nocturnas, son la excusa para que los padres consientan a los jóvenes pisar la madrugada con la energía que se ha transformado en sensualidad, en vida, en deseo que quizá nunca se convertirá en realidad, originando frustración.
La Semana Santa es celebración de la primavera, de la estación que pone en alerta a todos los sentidos. Nuestros ojos captan la belleza, los oídos escuchan cómo crecen las flores y la hermosura en la carne; el tacto acaricia la poesía que emana por la epidermis, el terciopelo de las túnicas; el olfato respira aromas, perfumes y olores de inciensos y esencias, y el gusto disfruta de las viandas que restauran nuestras vísceras y disponen nuestro espíritu para gozar de la vida.
Nuestra Semana Santa fue paz, piedad, perdón. Como el célebre discurso pronunciado por Azaña el 18 de julio de 1938.
Ahora, las procesiones se disfrutan, se contemplan, se alaban, se respetan y son la razón, la causa, la excusa para olvidarnos de nuestras cuitas cotidianas.




















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