HABLEMOS
Anatema presente, beligerancia futura
Carlos Domínguez
Yerra quien imagine que el anatema sectario de la izquierda socialista, comunista y separatista contra un Vox calificado con sospechosa pertinacia de “extrema derecha”, “ultraderecha” y, como el jueguecito léxico se les queda corto rayando el esperpento, también de “derecha extrema” para denotar, delatar y amplificar aquello tan original de “extrema extrema”. Algo que de por sí es prejuicio negativo no ya contra la supuesta extremosidad, sino contra una derecha a la que socialistas, comunistas y separatistas condenan cuando es coherente asumiendo sus principios y valores. Naturalmente, porque tan dignos descalificantes y denotantes, al alimón con su séquito mediático, sí pueden ser “extremos” en lo suyo sin perder la legitimidad que hipócritamente se arrogan. Ellos son lo que son, o sea, la izquierda extrema extrema extrema del gulag, la dictadura, el genocidio y la falta de libertad, pero sin culpa ni memoria alguna.
Aunque no todo se queda en verborrea y demagogia. La izquierda lleva tiempo lanzando estigmas contra el partido de Abascal no por afán de descalificar, tinglado que por otra parte no le da resultado e incluso, como advirtió no ha mucho Rufián en sede parlamentaria, a la larga se revela contraproducente para sus intereses. La ciudadanía ha asumido sin reticencia el papel de Vox en las instituciones, desde el rango de tercera fuerza política y compartiendo buena parte de su programa, según acreditan comicios y expectativas electorales. Por descontado, no se trata de propalar un anatema ineficaz. De lo que se trata es de preparar el terreno en prevención de una hipótesis plausible como la de la hegemonía de Vox dentro de la derecha conservadora, para justificar al día de mañana una campaña beligerante basada en el agitprop callejero, bajo forma de agitación de masas creando un clima de crispación parecido al del 11-M, a las puertas de unas elecciones que nunca debieron celebrarse en aquella situación de anormalidad cívica y democrática.
Vox representa la tercera fuerza política nacional, en votos por tanto con mucha más legitimidad democrática que Podemos, comunistas, separatistas y facciones residuales varias. Lo perseguido con su demonización por las terminales mediáticas de un izquierdismo extremo y fanatizado es impedir que una futura labor de gobierno discurra con normalidad, conforme al programa e ideario del partido de Abascal. ¿Situación revolucionaria al viejo estilo?; evidentemente por ahora no, ya que nuestra izquierda de salón, aunque afiliada a los mitos de su tradición, así la Komintern, el estalinismo y la Rusia soviética, parece ignorar el hecho decisivo, yendo incluso al abecé de la ideología marxista leninista, que contempla la toma del poder por las armas seguida de la dictadura proletaria junto a una represión y violencia extremas. Lo cual, afortunadamente, al presente no parece ser el caso, pues, aun desde sus muchos problemas, la España actual no es la de la II República, como tampoco lo es Europa por comparación con la del período de entreguerras y la República de Weimar.
Cierto, pero ello no significa olvidar lo fundamental, a saber, que la futura normalidad democrática como garantía de la convivencia y la paz civil requiere, en primerísimo lugar, asegurar la fortaleza y neutralidad de las principales instituciones del Estado, comprometidas con la defensa de la legalidad. Nada distinto subyace a la batalla política en torno a la Justicia, dentro de la renovación del CGPJ y otros importantes órganos judiciales. Es por eso que la derecha conservadora, PP y Vox de forma conjunta, debería asumir una labor de vigilancia y enérgica defensa por lo que atañe a los grandes pilares de nuestra arquitectura constitucional.
Yerra quien imagine que el anatema sectario de la izquierda socialista, comunista y separatista contra un Vox calificado con sospechosa pertinacia de “extrema derecha”, “ultraderecha” y, como el jueguecito léxico se les queda corto rayando el esperpento, también de “derecha extrema” para denotar, delatar y amplificar aquello tan original de “extrema extrema”. Algo que de por sí es prejuicio negativo no ya contra la supuesta extremosidad, sino contra una derecha a la que socialistas, comunistas y separatistas condenan cuando es coherente asumiendo sus principios y valores. Naturalmente, porque tan dignos descalificantes y denotantes, al alimón con su séquito mediático, sí pueden ser “extremos” en lo suyo sin perder la legitimidad que hipócritamente se arrogan. Ellos son lo que son, o sea, la izquierda extrema extrema extrema del gulag, la dictadura, el genocidio y la falta de libertad, pero sin culpa ni memoria alguna.
Aunque no todo se queda en verborrea y demagogia. La izquierda lleva tiempo lanzando estigmas contra el partido de Abascal no por afán de descalificar, tinglado que por otra parte no le da resultado e incluso, como advirtió no ha mucho Rufián en sede parlamentaria, a la larga se revela contraproducente para sus intereses. La ciudadanía ha asumido sin reticencia el papel de Vox en las instituciones, desde el rango de tercera fuerza política y compartiendo buena parte de su programa, según acreditan comicios y expectativas electorales. Por descontado, no se trata de propalar un anatema ineficaz. De lo que se trata es de preparar el terreno en prevención de una hipótesis plausible como la de la hegemonía de Vox dentro de la derecha conservadora, para justificar al día de mañana una campaña beligerante basada en el agitprop callejero, bajo forma de agitación de masas creando un clima de crispación parecido al del 11-M, a las puertas de unas elecciones que nunca debieron celebrarse en aquella situación de anormalidad cívica y democrática.
Vox representa la tercera fuerza política nacional, en votos por tanto con mucha más legitimidad democrática que Podemos, comunistas, separatistas y facciones residuales varias. Lo perseguido con su demonización por las terminales mediáticas de un izquierdismo extremo y fanatizado es impedir que una futura labor de gobierno discurra con normalidad, conforme al programa e ideario del partido de Abascal. ¿Situación revolucionaria al viejo estilo?; evidentemente por ahora no, ya que nuestra izquierda de salón, aunque afiliada a los mitos de su tradición, así la Komintern, el estalinismo y la Rusia soviética, parece ignorar el hecho decisivo, yendo incluso al abecé de la ideología marxista leninista, que contempla la toma del poder por las armas seguida de la dictadura proletaria junto a una represión y violencia extremas. Lo cual, afortunadamente, al presente no parece ser el caso, pues, aun desde sus muchos problemas, la España actual no es la de la II República, como tampoco lo es Europa por comparación con la del período de entreguerras y la República de Weimar.
Cierto, pero ello no significa olvidar lo fundamental, a saber, que la futura normalidad democrática como garantía de la convivencia y la paz civil requiere, en primerísimo lugar, asegurar la fortaleza y neutralidad de las principales instituciones del Estado, comprometidas con la defensa de la legalidad. Nada distinto subyace a la batalla política en torno a la Justicia, dentro de la renovación del CGPJ y otros importantes órganos judiciales. Es por eso que la derecha conservadora, PP y Vox de forma conjunta, debería asumir una labor de vigilancia y enérgica defensa por lo que atañe a los grandes pilares de nuestra arquitectura constitucional.























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