GONZALO JULIÁN
Amigos americanos
No sé si nos lo merecemos. Tampoco si nos llega sin buscarlo... sin hacer nada...
Pero algo debemos de entregar –dar sin esperar contraprestación– para que visitantes, (incluso allende de los mares), queden prendados de nuestra ciudad, de nuestra provincia, hasta el punto de retornar todos los años desde EEUU, como hace la ya colaboradora de EL DÏA DE ZAMORA: Damaris Puñales... o que termina de hacer MARCELO PELLEGRINI, enviándonos su poema, regalo a Zamora tras su paso por ella, y que adjuntamos a más abajo.
Nuestro ya amigo es un poeta chileno, crítico literario, profesor titular en la Universidad de Wisconsin-Madison, y doctorado por la Universidad de Berkeley. Su investigación se centra en la poesía latinoamericana moderna, la teoría de la traducción, la relación entre literatura y filosofía, etc. Ha escrito extensamente sobre escritores y poetas y publicado sobre ello y sobre ellos. Como poeta, su poemario más reciente es “Los delatores” (2020). A ello unimos la publicación en primicia de su poema:
LA BIEN CERCADA
No se puede ir del oro a la piedra los domingos,
no se puede pagar ningún precio en el día de Dios.
Reventaba la canícula en el cenit ese domingo,
reventaba Dios ese domingo.
Llegaste de milagro (era domingo)
en un bus fantasmal. Ciego
en esas calles desconocidas,
ibas por jardines urbanos,
el aire sofocante,
los adolescentes desdeñosos fumaban
como si el humo les diera la vida.
El rumor de los insectos, la avenida transitada,
la tentación de la gula, el bullicio,
la larga caminata; te queda poco tiempo,
preguntar, preguntar en la calle, en las oficinas
de turismo, los mapas marcados,
la ciudad de piedra y sus muros,
la Eneida en la húmeda librería,
principio muros obscuraque limina portae
la catedral, su laberinto, las campanas,
la puerta de la lealtad o de la traición,
qué más da, su fidelidad es la del hierro,
su traición sacarnos de la ciudad.
Llegas casi al cierre. Todo reverbera. Y ahí
está: el fruto seco de la fe, el repentino rayo
sobre la cruz, las tumbas, el guía que habla rápido y fuma
y recuerda:
¡Afuera, afuera Rodrigo,
el soberbio castellano!
Acordársete debría
de aquel buen tiempo pasado
que te armaron caballero
en el altar de Santiago.
Más tarde, los árboles donde sucede el viento,
las aceñas de Olivares cerca del parque,
la quemada Calle del Mediodía,
el musgo, el sueño del oro perdido.
El Duero es una serpiente,
el sol sobre su lomo, sus
piedras que reposan al fondo.
Esas piedras son ahora el puente
desde el que se ven los muros:
Zamora había por nombre
Zamora la bien cercada.
Incierto de todo desarraigo,
dejas atrás la piedra.
Ya es hora de volver al oro.
Marcelo Pellegrini
No sé si nos lo merecemos. Tampoco si nos llega sin buscarlo... sin hacer nada...
Pero algo debemos de entregar –dar sin esperar contraprestación– para que visitantes, (incluso allende de los mares), queden prendados de nuestra ciudad, de nuestra provincia, hasta el punto de retornar todos los años desde EEUU, como hace la ya colaboradora de EL DÏA DE ZAMORA: Damaris Puñales... o que termina de hacer MARCELO PELLEGRINI, enviándonos su poema, regalo a Zamora tras su paso por ella, y que adjuntamos a más abajo.
Nuestro ya amigo es un poeta chileno, crítico literario, profesor titular en la Universidad de Wisconsin-Madison, y doctorado por la Universidad de Berkeley. Su investigación se centra en la poesía latinoamericana moderna, la teoría de la traducción, la relación entre literatura y filosofía, etc. Ha escrito extensamente sobre escritores y poetas y publicado sobre ello y sobre ellos. Como poeta, su poemario más reciente es “Los delatores” (2020). A ello unimos la publicación en primicia de su poema:
LA BIEN CERCADA
No se puede ir del oro a la piedra los domingos,
no se puede pagar ningún precio en el día de Dios.
Reventaba la canícula en el cenit ese domingo,
reventaba Dios ese domingo.
Llegaste de milagro (era domingo)
en un bus fantasmal. Ciego
en esas calles desconocidas,
ibas por jardines urbanos,
el aire sofocante,
los adolescentes desdeñosos fumaban
como si el humo les diera la vida.
El rumor de los insectos, la avenida transitada,
la tentación de la gula, el bullicio,
la larga caminata; te queda poco tiempo,
preguntar, preguntar en la calle, en las oficinas
de turismo, los mapas marcados,
la ciudad de piedra y sus muros,
la Eneida en la húmeda librería,
principio muros obscuraque limina portae
la catedral, su laberinto, las campanas,
la puerta de la lealtad o de la traición,
qué más da, su fidelidad es la del hierro,
su traición sacarnos de la ciudad.
Llegas casi al cierre. Todo reverbera. Y ahí
está: el fruto seco de la fe, el repentino rayo
sobre la cruz, las tumbas, el guía que habla rápido y fuma
y recuerda:
¡Afuera, afuera Rodrigo,
el soberbio castellano!
Acordársete debría
de aquel buen tiempo pasado
que te armaron caballero
en el altar de Santiago.
Más tarde, los árboles donde sucede el viento,
las aceñas de Olivares cerca del parque,
la quemada Calle del Mediodía,
el musgo, el sueño del oro perdido.
El Duero es una serpiente,
el sol sobre su lomo, sus
piedras que reposan al fondo.
Esas piedras son ahora el puente
desde el que se ven los muros:
Zamora había por nombre
Zamora la bien cercada.
Incierto de todo desarraigo,
dejas atrás la piedra.
Ya es hora de volver al oro.
Marcelo Pellegrini





















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