Jueves, 11 de Septiembre de 2025

Balbino Lozano
Sábado, 21 de Mayo de 2022
NUESTRA HISTORIA

Personajes de antaño: las antiguas lavanderas

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En un tiempo pasado, el lavado de las ropas se llevaba a cabo en las orillas de los ríos o arroyos. Las mujeres, de bruces sobre  piedras o maderas inclinadas, realizaban el trabajo siempre penoso de jabonar, restregar y golpear la ropa.


Hacer la colada era algo tremendamente trabajoso y por eso muchas familias contrataban a una LAVANDERA para realizar esta misión.  En Zamora, las lavanderas, esas sacrificadas mujeres que bajaban al arroyo de Valorio a desgastar las manos frotando las ropas propias y ajenas, formaban parte de la vida cotidiana en este lugar. Muy madrugadoras, asomaban por la bajada de la Peña Pingona portando sobre su cabeza un enorme baño de cinc repleto de ropas, apoyado en el rodete y manteniéndolo con destreza en equilibrio.  Llevaban también en la mano la banquilla o cajón y el lavadero de madera muy pulida de tanto restregar enaguas, sayas, calzones, tocas, túnicas, chambras  y sábanas.  Mientras, remangadas hasta el hombro lavaban, aclaraban y torcían tantas prendas exteriores e interiores masculinas y femeninas, hablaban y hablaban sin descanso al mismo tiempo que sus manos trabajaban con denuedo.


A Valorio venían únicamente unas pocas lavanderas del Arrabal de San Lázaro, de la Puebla de la Feria y de la Vega, porque las que tenían más cerca el Duero se iban a él a blanquear los trapos sucios.   En la segunda mitad  del Siglo XIX, ya constituían un influyente medio estas profesionales de la colada. El 2 de mayo de 1863 – otro dos de mayo que no tiene nada que ver con la invasión de los gabachos -  reivindicaban ante el Gobernador Civil que se les consintiera lavar la ropa al pie de la muralla de la Puerta  Nueva.  Como se trataba de una competencia municipal, el Ayuntamiento manifestó que, después de reconocido el sitio en el que las lavanderas pretendían ejercer su industria, no procedía acceder a su pretensión por existir muy corta distancia desde dicho punto al señalado para tomar el agua de la que se surte una gran parte de la población, y , de seguro, que la suciedad de la ropa sería arrastrada por la vuelta de la corriente, que el referido punto era débil y se estrellaba contra la orilla de la muralla,  hasta el banco de los aguadores, lo que originaría un perjuicio para la salubridad pública.


Ahora recuerdo aquel cantar, que  decía: “¡Ay! Rio no te quejes, ¡ay!  Que el jabón no mata ¡ay!  Que pone a los peces ¡ay!  De color de plata.


 A  comienzos del siglo XX  comenzaron a construirse los lavaderos públicos, siendo los más  conocidos el de la Fuente de la Alberca,   el de la Calle del Obispo Nieto y el de San Frontis; eran unos grandes pilones, en cuyo interior circulaba el agua,  en ellos se alineaban un número variable de puestos de trabajo individuales, constituidos básicamente por una piedra inclinada sobre la que las mujeres llevaban a cabo su tarea.

 

Balbino Lozano

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