EL BECARIO TARDIO
Calle Obispo Nieto, Zamora
Esteban Pedrosa
Recuerdo aquel barrio de San Lázaro, que yo habité en parte de mi niñez, bastante distinto al actual, como no podría ser de otra manera. Las ciudades crecen, se transforman, haciéndose presentables al futuro, por mucho que estén condenadas -algunas- al abandono.
Lógicamente, teniendo en cuenta el tiempo transcurrido, se me van a escapar detalles de algunas cosas y se me habrán olvidado otras, algo de lo que me doy cuenta cuando frecuento esa zona, camino del bosque de Valorio y me encuentro con una calle Obispo Nieto totalmente asfaltada y bloques de pisos que sustituyen aquellas casas unifamiliares con dos plantas como mucho. Siendo fieles a la realidad, algunas de aquellas existen, pero los niños ya no pueden jugar a romper el hielo de los charcos de cuando el piso era de tierra y llegaban aquellas terribles heladas y seguro que ya no se pueden hacer hoyos (guas) para jugar a las canicas, aunque mucho me temo que los niños ya no juegan a esas cosas.
Entonces, casi pegado a la calle Santo Domingo, donde vivía, existía lo que llamábamos le escuela de Los Lavaderos, con la simple estructura de aquellos años a la hora de distribuir: para las niñas, la mitad; la otra, para los niños. Ahora, hay allí un pequeño parque infantil y después el Colegio que lleva el mismo nombre de la calle. Al finalizar la calle, a la derecha, sigue estando el edificio destinado para que las mujeres fueran a lavar allí la ropa, toda una red social de la época en la que saber vidas y obras de la vecindad. Me dicen que, después, estuvo allí el parque de bomberos, algo que me suena, pero no recuerdo.
Por supuesto, la cantidad de talleres mecánicos que hoy existen, entonces no se sabía qué era eso, ante la inexistencia de coches en la época de la que hablo. No recuerdo nombres de bares, exceptuando La Pureza, que ahí sigue, desafiando al paso del tiempo.
Recuerdos, en fin, a los que tenemos derecho para ser memoria de una ciudad y no ser simples paseantes.
Recuerdo aquel barrio de San Lázaro, que yo habité en parte de mi niñez, bastante distinto al actual, como no podría ser de otra manera. Las ciudades crecen, se transforman, haciéndose presentables al futuro, por mucho que estén condenadas -algunas- al abandono.
Lógicamente, teniendo en cuenta el tiempo transcurrido, se me van a escapar detalles de algunas cosas y se me habrán olvidado otras, algo de lo que me doy cuenta cuando frecuento esa zona, camino del bosque de Valorio y me encuentro con una calle Obispo Nieto totalmente asfaltada y bloques de pisos que sustituyen aquellas casas unifamiliares con dos plantas como mucho. Siendo fieles a la realidad, algunas de aquellas existen, pero los niños ya no pueden jugar a romper el hielo de los charcos de cuando el piso era de tierra y llegaban aquellas terribles heladas y seguro que ya no se pueden hacer hoyos (guas) para jugar a las canicas, aunque mucho me temo que los niños ya no juegan a esas cosas.
Entonces, casi pegado a la calle Santo Domingo, donde vivía, existía lo que llamábamos le escuela de Los Lavaderos, con la simple estructura de aquellos años a la hora de distribuir: para las niñas, la mitad; la otra, para los niños. Ahora, hay allí un pequeño parque infantil y después el Colegio que lleva el mismo nombre de la calle. Al finalizar la calle, a la derecha, sigue estando el edificio destinado para que las mujeres fueran a lavar allí la ropa, toda una red social de la época en la que saber vidas y obras de la vecindad. Me dicen que, después, estuvo allí el parque de bomberos, algo que me suena, pero no recuerdo.
Por supuesto, la cantidad de talleres mecánicos que hoy existen, entonces no se sabía qué era eso, ante la inexistencia de coches en la época de la que hablo. No recuerdo nombres de bares, exceptuando La Pureza, que ahí sigue, desafiando al paso del tiempo.
Recuerdos, en fin, a los que tenemos derecho para ser memoria de una ciudad y no ser simples paseantes.
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