Jueves, 04 de Diciembre de 2025

Eugenio de Ávila
Miércoles, 01 de Junio de 2022
ANÁLISIS

La intrahistoria de un gobierno "ejemplar"

[Img #66552]Hoy se cumplían cuatro años de la moción de censura de Pedro Sánchez, apoyada por el partido político de la ETA, por las dos formaciones golpistas catalanas, el PNV, fundado por un tipo enfermo, más racista que Hitler, y por los neocomunistas de Pablo Iglesias, más lo que quedaba de IU.

 

Recuerdo que un día antes del inicio de la caída de Rajoy, Maíllo convocó a sus acólitos en el Ramos Carrión, convencidos de que Mariano, un maestro en el manejo de los tiempos, en definición de sus aduladores, saldría de victorioso de esta afrenta política. Confiaban en que el PNV cumpliría su palabra. ¡Me hacéis reír don Gonzalo! Fiarse de un partido que en plena Guerra Civil traicionó al Frente Popular y se vendió a Inglaterra y al Vaticano, a cambio de separarse de España, solo es propio de cándidos como los del PP. Hay que ser ingenuos. ¡Con o listo que parece Maíllo!

 

Pero si España ha tenido la desgracia de padecer a Sánchez y sus cuates todo este tiempo, se lo debemos a Mariano Rajoy. Me explico. Si el gallego de Pontevedra hubiera convocado elecciones legislativas, jamás el actual presidente habría pisado La Moncloa. Rajoy prefirió que lo echaran las izquierdas y esa caterva de independentistas antes que lo derrotase en las urnas Albert Rivera y sus Ciudadanos. La demoscopia intuía que el partido naranja se convertiría en la formación más votada a izquierda y derecha.

 

Rajoy, una vez recuperado de la resaca, acudía al programa de Carlos Herrera, donde se jactó que a él no lo había echado las urnas, sino una moción de censura. De forma implícita, se confesaba. Prefirió dejar a España esa herencia que parece escrita por Mary Shelley. La patria le traía sin cuidado. Se iba de la política, pero tenía el registro de la propiedad.

 

Pedro Sánchez, en aquella sesión de censura, inició su doctorado en mentiras. Habló de convocar elecciones generales en un breve espacio de tiempo. Nunca lo hizo. Después siguió jugando con las palabras. Quizá no hay leído a Lenin, como tantos y tantos que van de comunistas, pero el presidente sabe que la mentira es un arma revolucionaria. Hoy, más que nunca, el personal, estabulado, cree más en la mentira que en la verdad, manifestación que suele dar náuseas y causar vómitos.

 

Antes de los comicios, prometió que nunca jamás metería en su gobierno a Podemos, ni, por supuesto, pactaría con el partido político de la ETA. Engañó a todo quisque. Pero aquellos pactos lo condujeron a depender siempre de las formaciones que lo colocaron en La Moncloa, el verdadero poder en esta España, tan cerca de la desmembración y de su quiebra. ¡Cómo va a votar a favor del progreso de nuestra nación aquellos partidos que la odian y buscaron siempre, desde su creación, partirla, empequeñecerla, reducirla a la nada geográfica, demográfica y, por ende, política!

 

Este mago de la mentira, que vive en alquiler en La Moncloa, se encontró con el virus chino. Sabía que ya había entrado en España, pero permitió la manifestación del feminismo podemita. Durante la pandemia, en dos ocasiones se burló de la Constitución. Afirmó, a los tres meses que nos dieron suelta, aquello de que “salimos más fuertes”. Lo que seguimos es sin saber cuántos muertos causó el virus. Mandó al ejército de la salud sin armas, sin mascarillas, a cuerpo gentil, a batirse con el Covid-19. Y así murieron, ni se sabe cuántos, médicos, enfermeras, auxiliares, celadores, servicio de limpieza y todos aquellos profesionales que trabajaban en hospitales.

 

Mientras, ha ido realizando todo tipo de concesiones a sus socios. ¡Pedid y se os dará! Ha intentado cargarse el poder judicial, pero, de momento, no ha podido. Colocó de fiscal general del Estado a la que fuera su ministra de Justicia, sin solución de continuidad. Ha dejado en ridículo al CNI. Lo que guardase en su móvil lo conoce medio mundo. De forma repentina, si pasar por el Parlamento, se fue a Marruecos a rendir pleitesía ante el monarca alauita. Paso de la reivindicación secular del PSOE: el Sahara y los saharauis. Todo para Mohamed VI.

 

Cuando empezó la invasión rusa de Ucrania guardo silencio sobre su parecer. No supimos con quién estaba España. Después, cuando estimó que Europa se inclinaba a favor de Zelenski, se convirtió en un fervoroso partidario de la nación invadida y crítico terrible de Putin, cuando dentro de su ejecutivo, el podemismo ama al autócrata ruso.

 

En este medio tiempo, ejecutó su primera crisis de Gobierno, siete destituidos: más del 40% de sus ministros, solo del PSOE, porque Unidas Podemos son intocables, firmaron el finiquito, entre ellos, la vicepresidenta 1ª, Carmen Calvo; su hombre de confianza en el partido y ministro de Fomento, Ábalos; el ministro de Justicia, encargado de buscarle las vueltas a la ley para indultar a los golpistas, Juan Carlos Campo; más Laya, ministra de Exteriores; Duque, un astronauta sin cohete; Isabel Celaá, que nos deja una Ley de Educación sectaria y totalitaria; Rodriguez Uribes, que debió estar en Cultura, pero no sabemos qué hizo. Y, no nos olvidemos que también se cargó a su genio de la lámpara, Redondo, aquel que se arrojaría por un barranco si Pedro Sánchez se lo pidiera.

 

A partir de ahí, Pedro Sánchez se baja los pantalones todos los días, siempre que lo exijan sus socios independentistas, que ya se cachondean de él en el Congreso. La última gracia secesionista consiste en pasar del fallo del Supremo sobre el 25% de la enseñanza el español en las aulas públicas catalanas. Y la respuesta de la ministra de Educación, Pilar Alegría, consiste en que no es problema del ejecutivo, sino de la Justicia y de la Generalidad.

 

A todo esto, la guerra entre las mujeres podemitas, Yolanda Díaz, una mujer nacida para pasar modelos, y lo que queda de IU, con el ministro, niño bien, Garzón, el hombre que advertía que la carne podría perjudicar a la salud de los españoles, pero nunca su consumo en la suya, causa ya jolgorio y algazara.

 

Y este gobierno ejemplar ha conocido las mayores manifestaciones de la historia de España del sector primario, agricultores y ganaderos; la tremenda huelga de transportistas, de gasolineras. Y pasará a ser el que más funcionarios creará, una manera de reducir el paro; el que duplica el número de parados en Europa; el de la mayor inflación y el de la mayor deuda pública: cada día 200 millones de euros de gasto.

 

Pedro Sánchez pasará a la historia de España por haber sido el presidente más guapo, siempre que nos olvidemos de Suárez, y un gran prestidigitador de la mentira. Casa semana saca una de su profunda chistera y como el que más se humilló ante los separatistas, incluso más que Felipe, cuando salvo a Pujol de la cárcel, en el caso de Banca Catalana, y Aznar, en su primer mandato, cuando hablaba catalán en la intimidad y se emocionaba escuchando a Lluis Llach.

 

Cuando sea derrotado en las urnas, los golpistas catalanes volverán a dar otro golpe de Estado. Tiempo al tiempo. Los ha mimado tanto que Feijóo jamás conseguirá que en aquella comunidad de España se respeten las leyes. Una nación en quiebra.

Pedro Sánchez debería seguir el consejo de Jules Renard: “De vez en cuando di la verdad para que te crean cuando mientes”.

Y  no me olvido de otro aserto de Maragall, socialista catalán: "Un político nunca debe decir la verdad". La confesó en entrevista en RNE, ha mucho tiempo.

Eugenio-Jesús de Ávila

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