CON LOS CINCO SENTIDOS
Todos los besos
Hay momentos puntuales en los que la vida te pone en el brete de parar en seco sin poder hacer nada para continuar en ese instante. Sientes que tu cuerpo se paraliza, mientras tu mente vaga por el mundo, piensa sin parar y se pregunta cuáles son los motivos que te han llevado a que se te obligue a parar de ese modo tan abrupto, como si te hubieran quitado las piernas y nada pudieras hacer para continuar tu camino.
Después de la rabia y la impotencia, llega la aceptación. Soy tan activa que pienso en qué ayudar, qué hacer por los otros sin llegar a calibrar que la dureza de mi situación me susurra al oído que ahora la que necesita mi cerebro al completo, soy yo. Acepto y me dejo llevar de un lado a otro como una muñeca de trapo. Cierro los ojos, inmóvil, e imagino que un ejército de aves levanta suavemente mis cansados y delgados huesos para depositarlos en una pradera gigantesca, verde y tupida, frondosa y cómoda, mientras me arropan delicadamente con las hojas caídas de los árboles. Me siento en una especie de limbo, entre las nubes a las que no quiero sobrepasar y la tierra a la que veo por debajo de mi triste realidad…
Estoy bien y pienso en todos los besos que no llegué a dar por falta de tiempo, todas las palabras amables que no dije cuando alguien las necesitó. Entonces me invade una extraña sensación de culpa, a medio camino entre la tristeza y el olvido, por haber sido tan estúpida y haber derrochado algo que quizá no vuelva. Al mismo tiempo, me siento satisfecha pues creo que fui buena y di mucho, casi todo. Pero me olvidé de mí. Por completo.
Ahora sólo espero que no tarden mucho en volver esas aves que me depositaron en este limbo para devolverme a mi casa, con los míos, para suturar mis alas y recuperar el vuelo que se me arrebató de repente. Mientras tanto, en este mullido colchón de hierba fresca, pensaré en ti y en todos los besos que nos robó el día a día.
Nélida L. del Estal Sastre
Hay momentos puntuales en los que la vida te pone en el brete de parar en seco sin poder hacer nada para continuar en ese instante. Sientes que tu cuerpo se paraliza, mientras tu mente vaga por el mundo, piensa sin parar y se pregunta cuáles son los motivos que te han llevado a que se te obligue a parar de ese modo tan abrupto, como si te hubieran quitado las piernas y nada pudieras hacer para continuar tu camino.
Después de la rabia y la impotencia, llega la aceptación. Soy tan activa que pienso en qué ayudar, qué hacer por los otros sin llegar a calibrar que la dureza de mi situación me susurra al oído que ahora la que necesita mi cerebro al completo, soy yo. Acepto y me dejo llevar de un lado a otro como una muñeca de trapo. Cierro los ojos, inmóvil, e imagino que un ejército de aves levanta suavemente mis cansados y delgados huesos para depositarlos en una pradera gigantesca, verde y tupida, frondosa y cómoda, mientras me arropan delicadamente con las hojas caídas de los árboles. Me siento en una especie de limbo, entre las nubes a las que no quiero sobrepasar y la tierra a la que veo por debajo de mi triste realidad…
Estoy bien y pienso en todos los besos que no llegué a dar por falta de tiempo, todas las palabras amables que no dije cuando alguien las necesitó. Entonces me invade una extraña sensación de culpa, a medio camino entre la tristeza y el olvido, por haber sido tan estúpida y haber derrochado algo que quizá no vuelva. Al mismo tiempo, me siento satisfecha pues creo que fui buena y di mucho, casi todo. Pero me olvidé de mí. Por completo.
Ahora sólo espero que no tarden mucho en volver esas aves que me depositaron en este limbo para devolverme a mi casa, con los míos, para suturar mis alas y recuperar el vuelo que se me arrebató de repente. Mientras tanto, en este mullido colchón de hierba fresca, pensaré en ti y en todos los besos que nos robó el día a día.
Nélida L. del Estal Sastre
























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