INCENDIOS FORESTALES
Zamora, la olvidada, en el corazón de las tinieblas
![[Img #67165]](https://eldiadezamora.es/upload/images/06_2022/5039_humo.jpg)
La Zamora olvidada, a la que la postmodernidad la bautizó como vaciada, se nos quema, se la come el fuego de la desidia política, la esconde el humo de la incompetencia. Esa paraíso de ciervos y lobos, de árboles y aves, de brisas y Eolo, de abejas y mieles, las mejores del mundo, se lo está devorando el fuego, merced a la incompetencia de nuestra res pública.
Todo estaba preparado para el apocalipsis del oeste zamorano, de la bella comarca de Aliste, tan sola, como amada, donde viven ancianos venerables, los que construyeron nuestra tierra regando tierras con su sudor y pastoreando ganado con su aliento. Se preveía que este verano algún loco pirómano preparará alguna de la suyas, pero nadie imaginó que la atmósfera y sus querencias desatasen tormentas secas, cargadas de odio de relámpagos, sobre esta tierra lírica, donde la naturaleza escribe versos con la tinta de la clorofila, el aullar de los lobos y las berreas de los ciervos.
Los políticos, que ignoran tantas cosas, unos y otros, los de las diestras y los de las siniestras, desconocen el campo, el lenguaje de los bosques, el diccionario de la fauna, la ternura de las colmenas, el zumbar de la vida. Los políticos, que viven de nosotros, el pueblo, solo se preocupan de nosotros cuando toca votar; pero, entre urnas y urnas, se nos olvidan, nos comen a impuestos, nos ordenan y mandan, nos dicen lo que tenemos que comer y de qué debemos abstenernos.
Los políticos, como son seres urbanos, desconocen que la naturaleza cambia, se transforma, late, vive, pero hay que mimarla, tenerla en cuenta, acariciarla, cuidarla, aunque los abetos y los pinos no voten; ni tan siquiera los ciervos, ni las abejas, ni el lobo libérrimo ni las ovejas gregarias.

En una tierra sin trabajo, en unas poblaciones sin jóvenes, cuidar la naturaleza podría crear miles de puestos de trabajo. Labor hermosa, la de convertirse en un Robin de los bosques, retirando ramas secas, árboles podridos, hojas secas; abriendo fronteras para evitar que el fuego, si lo provocan las tormentas o los malandrines, convierta en ceniza lo que ayer fue vida, néctar, clorofila, hermosas cabezas de cérvidos, lobos fieros, búhos de los pinares. Pero, al parecer, en Valladolid, según palabras del político que manda en Medio Ambiente, Suárez-Quiñones, “mantener el operativo de incendios todo el año es absurdo y, además, un despilfarro”. Quizá tenga razón. Yo no sé nada de cómo se hace la política, de cómo se priorizan los gastos. Ahora bien, el ejecutivo autonómico se ahorraría muchos millones de euros si no subvencionase a la televisión privada de Castilla y León, que viene a ser una televisión pública; ni a los grandes grupos de comunicación, patronatos, fundaciones sin funciones... con el dinero de todos. Con esos presupuestos, los bosques de nuestra tierra esperarían las sequías y las tormentas secas de verano, dispuestos a resistir al fuego, a la destrucción, a la muerte.
“La ausencia es al amor como el aire es al fuego: extingue la flama pequeña y aviva la grande”. La reflexión lírica corresponde a Umberto Eco. Aquí, en Zamora, hay demasiada ausencia de amor político, tanta que el fuego nos ha devorado nuestra historia, nuestra naturaleza más libre, para dejarnos en el corazón de las tinieblas. Nuestra tierra, como el título de aquella canción de la mítica banda Deep Purple, es ya humo en el agua.
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La Zamora olvidada, a la que la postmodernidad la bautizó como vaciada, se nos quema, se la come el fuego de la desidia política, la esconde el humo de la incompetencia. Esa paraíso de ciervos y lobos, de árboles y aves, de brisas y Eolo, de abejas y mieles, las mejores del mundo, se lo está devorando el fuego, merced a la incompetencia de nuestra res pública.
Todo estaba preparado para el apocalipsis del oeste zamorano, de la bella comarca de Aliste, tan sola, como amada, donde viven ancianos venerables, los que construyeron nuestra tierra regando tierras con su sudor y pastoreando ganado con su aliento. Se preveía que este verano algún loco pirómano preparará alguna de la suyas, pero nadie imaginó que la atmósfera y sus querencias desatasen tormentas secas, cargadas de odio de relámpagos, sobre esta tierra lírica, donde la naturaleza escribe versos con la tinta de la clorofila, el aullar de los lobos y las berreas de los ciervos.
Los políticos, que ignoran tantas cosas, unos y otros, los de las diestras y los de las siniestras, desconocen el campo, el lenguaje de los bosques, el diccionario de la fauna, la ternura de las colmenas, el zumbar de la vida. Los políticos, que viven de nosotros, el pueblo, solo se preocupan de nosotros cuando toca votar; pero, entre urnas y urnas, se nos olvidan, nos comen a impuestos, nos ordenan y mandan, nos dicen lo que tenemos que comer y de qué debemos abstenernos.
Los políticos, como son seres urbanos, desconocen que la naturaleza cambia, se transforma, late, vive, pero hay que mimarla, tenerla en cuenta, acariciarla, cuidarla, aunque los abetos y los pinos no voten; ni tan siquiera los ciervos, ni las abejas, ni el lobo libérrimo ni las ovejas gregarias.

En una tierra sin trabajo, en unas poblaciones sin jóvenes, cuidar la naturaleza podría crear miles de puestos de trabajo. Labor hermosa, la de convertirse en un Robin de los bosques, retirando ramas secas, árboles podridos, hojas secas; abriendo fronteras para evitar que el fuego, si lo provocan las tormentas o los malandrines, convierta en ceniza lo que ayer fue vida, néctar, clorofila, hermosas cabezas de cérvidos, lobos fieros, búhos de los pinares. Pero, al parecer, en Valladolid, según palabras del político que manda en Medio Ambiente, Suárez-Quiñones, “mantener el operativo de incendios todo el año es absurdo y, además, un despilfarro”. Quizá tenga razón. Yo no sé nada de cómo se hace la política, de cómo se priorizan los gastos. Ahora bien, el ejecutivo autonómico se ahorraría muchos millones de euros si no subvencionase a la televisión privada de Castilla y León, que viene a ser una televisión pública; ni a los grandes grupos de comunicación, patronatos, fundaciones sin funciones... con el dinero de todos. Con esos presupuestos, los bosques de nuestra tierra esperarían las sequías y las tormentas secas de verano, dispuestos a resistir al fuego, a la destrucción, a la muerte.
“La ausencia es al amor como el aire es al fuego: extingue la flama pequeña y aviva la grande”. La reflexión lírica corresponde a Umberto Eco. Aquí, en Zamora, hay demasiada ausencia de amor político, tanta que el fuego nos ha devorado nuestra historia, nuestra naturaleza más libre, para dejarnos en el corazón de las tinieblas. Nuestra tierra, como el título de aquella canción de la mítica banda Deep Purple, es ya humo en el agua.



















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