Eugenio de Ávila
Viernes, 01 de Julio de 2022
PASIÓN POR ZAMORA

Zamora: los héroes del comercio y el sector primario

Santa Clara, vista desde la terraza de García CasadoDesde Alfonso III el Magno, repoblador de nuestra ciudad, en la que falleció, hasta este primero de julio de 2022, siendo regidor Francisco Guarido, a Zamora la hemos construido todos durante más de mil años los zamoranos: monarcas, nobles, plebeyos. Unos quedaron inscritos en la historia, los menos; los más vivieron sin conocerse, sin ocupar una solo línea en el libro de nuestra ciudad.

 

Anoche, escribí un artículo, que obtuvo un gran éxito de lecturas, sobre el homenaje que esta ciudad, cainita, debería haber rendido, de muchas maneras, a los zamoranos que destacaron en la segunda mitad de la pasada centuria por sus acciones empresariales y comerciales, y también de hombres, con nombre y apellidos, que apenas conocieron los zamoranos de hoy, pero que en sus profesiones destacaron, aunque no pasarán a la historia ni local, ni nacional, pero marcaron un camino en su profesión.

 

Junto a esos grandes hombres y comercios emblemáticos, mi admiración por esos pequeños empresarios que, durante décadas, mantuvieron sus negocios, luchando contra crisis económicas extraordinarias, que llevaron al cierra de muchos comercios y pequeñas empresas; que dieron trabajo a uno, dos, diez empleados, que, al irse a la cama, todos los días, pensaron y reflexionaron sobre el nuevo día de trabajo, qué hacer, cómo transformar el comercio, cómo pagar al trabajador, a los empleados, si ampliar el negocio acudiendo al banco y recibir un crédito que después habría que abonar peseta a peseta o euro a euro. Esa gente es admirable. Recuerdo, verbigracia, a ARMEZA, creada por José Antonio Requejo, que abrió almacenes en nuestra región e incluso en Portugal; al gran Manuel  Fariña, el Picasso del Vino de Toro; a la familia Parriego, ahora Vidal y Ana Morillo en la dirección,  toda una vida, varias generaciones, gestionando su magnífica tienda que, en otras ciudades, les habría conducido al éxito absoluto. La tienda de Álvaro García Avedillo, hijo y sobrinos de la familia García Casado, frente a la iglesia de San Torcuato desde el siglo pasado, vendiendo el mejor género textil. La firma Caseca, tres generaciones, con el inolvidable Paco Prieto, que triunfó en Madrid, que regresó a Zamora y aquí sembró semillas de comercio con sus hijos.

 

Y prosigo: Los hermanos Egido, desde casi unos mozalbetes, atendiendo a los zamoranos, con ropa de calidad, buen gesto y capacidad comercial. Las librerías PYA, de padres a hijo. Ortega Ópticos, la primera en tantas cosas, la que abrió en nuestra ciudad la óptica moderna. La Religiosa de Luis González, personaje entrañable, con sucesora, una valiente, que cambió el nombre de la librería, pero muestra una pujanza extraordinaria. Y si hablamos de librerías, Jambrina, ahora regida por María José; Mil Hojas, con Pilar García, cerebro de inolvidable El Heraldo de Zamora o las que hay por los barrios. ¡Y qué decir de los comerciantes del Mercado de Abastos!  ¡Dios mío, qué calidad en sus productos, que buen hacer, que amabilidad en el despacho, en la atención a los clientes!

 

El pequeño comerciante zamorano, en cualquier de sus sectores, zapatería, textil, electrodomésticos, hostelería, no deja de ser un héroe, porque invertir en Zamora, como escribir en el Madrid de Larra, siempre provoca lágrimas.

 

Y confieso que la muerte de personas queridas, familia y amigos, siempre me ha causado un profundo desgarro, como le sucede también a usted, lector; pero, cuando se cierra un comercio, otro tipo de defunción, sufro una pena interna que me hace llorar lágrimas secas. Me imagino, en esos momentos, la ilusión con la que el emprendedor abrió ese negocio, sus cábalas para encontrar el camino de éxito, cómo ingeniárselas para pagar el crédito, al trabajador, si lo hubo; para mantener a su familia, dar educación a sus hijos, vestir, comer todos los días, abonar un alquiler o ir pagando un piso…Y todos esos sueños se desmoronan, se quiebra el alma, hasta llegar a pensar que vivir es un verbo que él o ella no supieron conjugar.

 

Todas estas personas que arriesgaron su vida para ganársela son los verdaderos progresistas, no esos personajes de la política que se autoproclaman como tales, cuando escogieron la función pública para asegurar un salario, más o menos importante, desde los veinte años hasta la jubilación; los que ignoran que significa mantener abierto un negocio, cómo pagar salarios a los empleados, y dedicar siete meses de ingresos para abonar los impuestos a las distintas administraciones del Estado.

 

Zamora, que no se olvide nunca, fue, es y no sí si aún sigue siéndolo, la capital de una provincia agroganadera y comercial. Nuestros empresarios de comercio dependieron de la pujanza del campo. Crecieron al ritmo del sector primario y se desmoronaron cuando se hirieron de muerte a nuestra agricultura y ganadería.

 

Y, sin duda, el oxígeno y la sangre a muchas empresas y autónomos zamoranos se debió en las últimas décadas a la Caja Rural de Zamora, mancillada por ciertos empresarios. La envidia siempre ha sido nuestro principal pecado capital.

 

Y lo escribo hoy, cuando el sol necesita buscarse ya la humedad y la sal del Atlántico, en la capital de provincia con menos actividad económica y más envejecida de España, la nación que duplica el paro de la zona Euro y que lidera la inflación en todo el viejo continente.

 

Postdata: Perdóneseme no haber citado a tantos comercios y empresarios que contribuyeron al desarrollo de nuestra ciudad y a crear riqueza.

Eugenio-Jesús de Ávila

 

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