INCENDIOS FORESTALES
Lo que el fuego no quemará
Jóvenes emprendedores de nuestros pueblos, como Amaia Arias, han perdido parte de sus inversiones en el medio rural.

El apocalipsis de calor y su hijo el fuego nos han demostrado que lo mejor de esta provincia es su gente. Los zamoranos del agro, los que eligieron quedarse toda la vida en su patria chica, protagonizaron gestos heroicos, como el vecino de Tábara que combatió el incendio de su pueblo, con riesgo de su vida.
Zamora ciudad también es pueblo, porque todas sus familias, en segunda o tercera generación, proceden del campo, conocen cómo se ama a la tierra, cómo se venera a la lluvia y cómo quema el sol. Hay también historias silentes, protagonizadas por personas, todavía muy jóvenes, que arriesgaron sus ahorros en la creación de riqueza, de puestos de trabajo, para extender la vida en este desierto demográfico que es el oeste de nuestra provincia.

En las afueras de Tábara, hay un molino de agua, construido en el siglo XVIII, al que rodea un bosque de cuento, bautizado como “Ramajal”, un bosque de la Tierra Media de Tolkien, en el que podría haberse rodado alguna escena de El señor de los anillos. Lo atraviesa un riachuelo de aguas benditas, en el que cantan los ruiseñores y los jilgueros y, de cuando en cuando, el lobo se esconde, bebe y sueña con ovejas. Si te adentras en la espesura y detienes tu caminar, oirás que las hojas hablan con el viento, que las aguas juegan con las margaritas y la lluvia se hace nieve en enero. Cerca, la Sierra de la Culebra, hoy ya montes enlutados, donde las almas de las abejas persiguen a las estrellas fugaces en las negras noches de este verano.
Amaia Arias, una bellísima mujer en la treintena, adquirió ese molino hace unos años. Dedicó sus ahorros a transformar los restos del edificio. Cazadora, amante de la naturaleza, una ecologista pura, gran cocinera, nieta e hija de auténticas chef vascas y zamoranas (Restaurante Rosa Mari, en Montamarta), anhelaba crear una casa rural, porque se encuentra en pleno Camino de Santiago, en ese espacio bucólico. Como una hormiga, fue dando forma a ese albergue. Un sueño que se iba haciendo realidad.

Pero el fuego de Tábara se llevó parte de sus ilusiones. Gracias al trabajo humano, el bosque zamorano de Tolkien se salvó, pero los alrededores de la propiedad de Amaia sufrieron el castigo de Hefesto. Y no hay lágrimas que apaguen fuegos ni olviden a las personas queridas que se fueron. Ahora bien, Amaia lleva en su ADN el combate por la vida, la resistencia, el esfuerzo y la laboriosidad. No cejará hasta que un día, cerca del pueblo de León Felipe, luzca una confortable casa rural, a la vera de un bosque para respirar, fundirte con la naturaleza, escuchar los trinos de las avecillas y… amar.
Y, como Amaia Arias, hay jóvenes en nuestros pueblos, rebeldes, gallardos, garridos, dispuestos a sembrar las semillas del futuro con su sudor, con sus ideas, con sus fuerzas, para que ni el fuego, ni los políticos y sus cantinelas, les roben su porvenir. Mientras la juventud zamorana crea en su poderío y en su tierra, Zamora protagonizará otra página hermosa en la historia de España.
León Felipe habría escrito estos versos para Amaia Arias:
Ten una voz, mujer, que sea
cordial como mi verso
y clara como una estrella.

El apocalipsis de calor y su hijo el fuego nos han demostrado que lo mejor de esta provincia es su gente. Los zamoranos del agro, los que eligieron quedarse toda la vida en su patria chica, protagonizaron gestos heroicos, como el vecino de Tábara que combatió el incendio de su pueblo, con riesgo de su vida.
Zamora ciudad también es pueblo, porque todas sus familias, en segunda o tercera generación, proceden del campo, conocen cómo se ama a la tierra, cómo se venera a la lluvia y cómo quema el sol. Hay también historias silentes, protagonizadas por personas, todavía muy jóvenes, que arriesgaron sus ahorros en la creación de riqueza, de puestos de trabajo, para extender la vida en este desierto demográfico que es el oeste de nuestra provincia.

En las afueras de Tábara, hay un molino de agua, construido en el siglo XVIII, al que rodea un bosque de cuento, bautizado como “Ramajal”, un bosque de la Tierra Media de Tolkien, en el que podría haberse rodado alguna escena de El señor de los anillos. Lo atraviesa un riachuelo de aguas benditas, en el que cantan los ruiseñores y los jilgueros y, de cuando en cuando, el lobo se esconde, bebe y sueña con ovejas. Si te adentras en la espesura y detienes tu caminar, oirás que las hojas hablan con el viento, que las aguas juegan con las margaritas y la lluvia se hace nieve en enero. Cerca, la Sierra de la Culebra, hoy ya montes enlutados, donde las almas de las abejas persiguen a las estrellas fugaces en las negras noches de este verano.
Amaia Arias, una bellísima mujer en la treintena, adquirió ese molino hace unos años. Dedicó sus ahorros a transformar los restos del edificio. Cazadora, amante de la naturaleza, una ecologista pura, gran cocinera, nieta e hija de auténticas chef vascas y zamoranas (Restaurante Rosa Mari, en Montamarta), anhelaba crear una casa rural, porque se encuentra en pleno Camino de Santiago, en ese espacio bucólico. Como una hormiga, fue dando forma a ese albergue. Un sueño que se iba haciendo realidad.

Pero el fuego de Tábara se llevó parte de sus ilusiones. Gracias al trabajo humano, el bosque zamorano de Tolkien se salvó, pero los alrededores de la propiedad de Amaia sufrieron el castigo de Hefesto. Y no hay lágrimas que apaguen fuegos ni olviden a las personas queridas que se fueron. Ahora bien, Amaia lleva en su ADN el combate por la vida, la resistencia, el esfuerzo y la laboriosidad. No cejará hasta que un día, cerca del pueblo de León Felipe, luzca una confortable casa rural, a la vera de un bosque para respirar, fundirte con la naturaleza, escuchar los trinos de las avecillas y… amar.
Y, como Amaia Arias, hay jóvenes en nuestros pueblos, rebeldes, gallardos, garridos, dispuestos a sembrar las semillas del futuro con su sudor, con sus ideas, con sus fuerzas, para que ni el fuego, ni los políticos y sus cantinelas, les roben su porvenir. Mientras la juventud zamorana crea en su poderío y en su tierra, Zamora protagonizará otra página hermosa en la historia de España.
León Felipe habría escrito estos versos para Amaia Arias:
Ten una voz, mujer, que sea
cordial como mi verso
y clara como una estrella.



















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