Eugenio de Ávila
Sábado, 23 de Julio de 2022
INCENDIOS

Y, cuando llegue la primavera, nos pedirán el voto

Amaia AriasEl poder expulsó, tras una planificación demográfica diabólica, a los jóvenes de nuestra provincia. Se vació el campo, se cerraron miles y miles de explotaciones ganaderas. Solo quedaron personas mayores en los pueblos zamoranos, con pensiones miserables, aliviadas por huertos y gallineros. La Zamora de poniente, la de las hermosas comarcas de Sayago, Aliste, Alba, Tábara y Sanabria, se fue convirtiendo en desierto demográfico, “irreversible” para el catedrático leonés Valentín Cavero.

 

Los incendios intencionados de antaño - “cuando el monte se quema, algo suyo se quema”-obligaron a repoblaciones poco científicas, como se evidenció en el incendio de la Sierra de la Culebra. Tan descomunal protagonismo de fuegos, ocasionados por pirómanos, al servicio de una mente enferma y de intereses empresariales, condujo al Estado a repoblar y plantar árboles en tierras cubiertas por cenizas. De tal manera, se aumentó en un 30% la superficie boscosa de España. Pasados los años, la columna vertebral verde de nuestra provincia se encontró con una importante masa forestal y sin jóvenes que aprovecharan tal riqueza. Añádase a lo descrito la mermada sensibilidad de los gobiernos centrales y de la Junta hacia las cuitas, endémicas, de nuestra provincia.  Aquí somos gente mayor, pusilánime y padecemos esa enfermedad social que he bautizado como apatía antropológica.

 

Las catástrofes de la Sierra de la Culebra y la iniciada en Losacio, que ha devorado casi 40.000 hectáreas de foresta, protagonizaron espacios en la televisión, reportajes radiofónicos y titulares en portadas de periódicos nacionales. El presidente del Gobierno y el de la Junta, con sus adláteres, consideraron positivo para sus políticas, para sus imágenes públicas, aparecer allá donde olía a madera quemada, a fauna incinerada, a miel y cera evaporada. Prometieron.  Fingieron. Actuaron y se fueron. Fotos, televisión y audios. Pero hay gente en los pueblos, ya cuajada en años, sin nada que perder, que mostró su hartazgo, su enojo, su asco a los que utilizan el poder para su propio provecho.

 

Cuando el otoño oculte, con sus nieblas, los cadáveres de árboles, los esqueletos de colmenas, más de 6.000 destruidas, nadie se acordará de Zamora, de sus pueblos enlutados. Los políticos seguirán a lo suyo, con sus peleas mezquinas, con sus discusiones bizantinas, en Valladolid y Madrid. Y se irá este maldito 2022, el año de Hefesto, y el ejecutivo autonómico se olvidará de contratar personal para limpiar los bosques. Y regresará Helio para secar las tierras y las hojas de los árboles. Y las tormentas secas y sus rayos clavarán sus rejones de muerte en la tierra, y se quemarán las almas de los robles que subsistieron a la evaporación de la clorofila, al final de la fotosíntesis y al recuerdo de la savia.

 

Coincidirá la primavera con nuevas elecciones locales, momentos en los que los políticos, todos, se pondrán sus máscaras del teatro de Esquilo, Sófocles y Eurípides, y quizá alguien les recuerde aquella frase de Aristófanes: “Los hombres sabios aprenden mucho de sus enemigos”.

 

 Los ciudadanos de la Sierra de la Culebra, de Alba, Tábara y el resto de pueblos damnificados por los incendios son eruditos y ya saben que de los políticos profesionales solo se pueden esperar promesas que nunca se cumplirán, falacias, sonrisas de Binaca y lágrimas secas.

 

¿Los zamoranos votarán en mayo a los cómplices de que los paisajes de su infancia desaparecieran para siempre, de que sus hijos abandonasen sus pueblos, de que esta provincia se haya convertido en un erial? Zamora necesita su partido, una formación política del pueblo y para el pueblo, sin políticos profesionales, con gente que viva entre nosotros, que sufra con nosotros y hable por nosotros.

 

“La juventud pasa, la inmadurez se supera, la ignorancia se cura con la educación, y la embriaguez con sobriedad, pero la estupidez dura para siempre”. Un político se define siempre por su estolidez y estulticia.

Eugenio-Jesús de Ávila

 

 

 

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