ZAMORANA
Sangre negra de humo y de impotencia
Los zamoranos tenemos una herida abierta en el alma, nuestra sangre se ha vuelto negra como el humo que aún persiste en algunas zonas, derivado de los fuegos que aún no se han extinguido por completo en nuestra provincia. Hemos visto en los medios informativos imágenes del desastre producido en la Sierra de la Culebra y en Losacio: instantáneas de árboles calcinados, de montes ardiendo, de gente evacuada, de un paisaje dantesco, gris, apocalíptico, abrasado…
Hoy quiero detenerme en un aspecto básico y prioritario: las personas. Existen muchas historias de héroes anónimos que, desoyendo las advertencias de la autoridad, no abandonaron sus pueblos, porque querían salvar sus casas, sus animales y sus cosechas. Lo hicieron como pudieron, con arrestos y sin mirar el peligro que corrían sus vidas. Utilizaron mangueras, cubos de agua, tractores para hacer cortafuegos, palas y lo que encontraron para luchar contra unas llamas voraces que les amenazaban desde lo alto de sus furias.
En esa ardua empresa no les preocupó el asfixiante calor, ni las personas que dejaban atrás, porque su único objetivo era que el trabajo desarrollado durante años no se perdiera para siempre en unos días. Algunos lo lograron y salvaron sus casas; otros tuvieron que ceder a una terrible realidad y ver desde lejos con impotencia y dolor como sus pertenencias ardían y se llevaban consigo toda una vida, dejándoles literalmente en la calle; algunos fallecieron en el intento; otro se debate entre la vida y la muerte.
Cuando los periodistas se acercaban a hablar con ellos, veía a jóvenes y mayores de rostros curtidos por el clima hostil de esta tierra nuestra, con lágrimas en los ojos, que apenas podían articular palabra, porque ¿cómo se puede expresar la pérdida de lo que ha sido tu vida, de lo que se ha creado con esfuerzo, del modo de vida ancestral que ha perdurado en esas gentes de la llamada España vaciada?
Estas personas de carácter sobrio, sencillas, poco habladoras, expresaban su dolor en aquellas lágrimas silenciosas que corrían mejillas abajo dejando una huella en sus rostros aún tiznados de ceniza. Miraban sin cesar los campos que tantas veces habían labrado, el monte donde pastaba su ganado, la casa destruida… y, sin hablar, sin maldecir, sin culpar a nadie de su infortunio, permanecían mudos ¡quién sabe si pensando cómo salir adelante, empezando desde cero, otra vez, solos!
Las personas son lo más importante; por eso me emociona ver a los brigadistas, los forestales, los bomberos y todos los profesionales que han estado combatiendo contra ese infierno desatado, luchando por todos, arriesgando sus vidas en un trabajo duro, estacionario, mal pagado, precario y muchas veces sin contratos dignos; personas jóvenes que son más valoradas por los lugareños a quienes ayudan que por el gobierno para el que trabajan. Veíamos a la gente de los pueblos prepararles bocadillos, darles agua, apoyo y comprensión en esos angustiosos momentos.
Y, siguiendo con las personas, no puedo eludir el comportamiento de los responsables políticos –en concreto de la Junta de Castilla y León- que actuaron de manera negligente, tardía, sin previsión y sin memoria, porque hace un año ya tuvieron un precedente similar con un terrible incendio en la provincia de Ávila y parece que no han aprendido la lección. No valen excusas, ni culpar al calentamiento global, o a los veranos tórridos; porque la AEMET ya había avisado de la ola de calor y sus posibles consecuencias. Lo que correspondía era la previsión y coordinación de lo que pudiera ocurrir para poner remedio antes de que ocurriera.
Ahora toca ayudar, urge hacerlo, porque no podemos permitir que siga pasando ni un día más sin dar solución a quienes se han quedado sin casa y sin trabajo. Tampoco vale que el gobierno que toque (central o autonómico) destine una partida de dinero que llegará demasiado tarde si no se pierde en las burocracias absurdas a las que nos tienen acostumbrados. Hay que estar a pie de calle, con los afectados, y solucionarles los problemas ya, con ellos, no detrás de una mesa de despacho. Se les debe dar una alternativa a sus vidas, ya que lo han perdido todo, y estudiar las pautas a seguir para la recuperación de la actividad económica y ecológica de las tierras calcinadas.
Es hora de demostrar valía o corroborar la incompetencia. El señor Mañueco al frente de la Junta debe resolver este problema con celeridad, y exigirle que cumpla la promesa que hizo cuando visitó la Culebra comprometiéndose a que “la Junta de Castilla y León pondrá todos los medios a su alcance para recuperación del terreno desde el punto de vista medioambiental pero también desde el económico y social; así como la reactivación económica de toda la zona".
A estas alturas, cumplir ese compromiso resulta vital, y a eso nos agarraremos cuando, de verdad, empiecen a verse resultados; el resto: “el apoyo”, “el mensaje de esperanza y optimismo" y otras buenas intenciones se quedan en eso: en palabras vacías.
Los afectados merecen ayuda rápida y eficaz; los demás esteremos atentos para lleguen cuanto antes o seguiremos denunciando la ineptitud de los responsables.
Mª Soledad Martín Turiño
Los zamoranos tenemos una herida abierta en el alma, nuestra sangre se ha vuelto negra como el humo que aún persiste en algunas zonas, derivado de los fuegos que aún no se han extinguido por completo en nuestra provincia. Hemos visto en los medios informativos imágenes del desastre producido en la Sierra de la Culebra y en Losacio: instantáneas de árboles calcinados, de montes ardiendo, de gente evacuada, de un paisaje dantesco, gris, apocalíptico, abrasado…
Hoy quiero detenerme en un aspecto básico y prioritario: las personas. Existen muchas historias de héroes anónimos que, desoyendo las advertencias de la autoridad, no abandonaron sus pueblos, porque querían salvar sus casas, sus animales y sus cosechas. Lo hicieron como pudieron, con arrestos y sin mirar el peligro que corrían sus vidas. Utilizaron mangueras, cubos de agua, tractores para hacer cortafuegos, palas y lo que encontraron para luchar contra unas llamas voraces que les amenazaban desde lo alto de sus furias.
En esa ardua empresa no les preocupó el asfixiante calor, ni las personas que dejaban atrás, porque su único objetivo era que el trabajo desarrollado durante años no se perdiera para siempre en unos días. Algunos lo lograron y salvaron sus casas; otros tuvieron que ceder a una terrible realidad y ver desde lejos con impotencia y dolor como sus pertenencias ardían y se llevaban consigo toda una vida, dejándoles literalmente en la calle; algunos fallecieron en el intento; otro se debate entre la vida y la muerte.
Cuando los periodistas se acercaban a hablar con ellos, veía a jóvenes y mayores de rostros curtidos por el clima hostil de esta tierra nuestra, con lágrimas en los ojos, que apenas podían articular palabra, porque ¿cómo se puede expresar la pérdida de lo que ha sido tu vida, de lo que se ha creado con esfuerzo, del modo de vida ancestral que ha perdurado en esas gentes de la llamada España vaciada?
Estas personas de carácter sobrio, sencillas, poco habladoras, expresaban su dolor en aquellas lágrimas silenciosas que corrían mejillas abajo dejando una huella en sus rostros aún tiznados de ceniza. Miraban sin cesar los campos que tantas veces habían labrado, el monte donde pastaba su ganado, la casa destruida… y, sin hablar, sin maldecir, sin culpar a nadie de su infortunio, permanecían mudos ¡quién sabe si pensando cómo salir adelante, empezando desde cero, otra vez, solos!
Las personas son lo más importante; por eso me emociona ver a los brigadistas, los forestales, los bomberos y todos los profesionales que han estado combatiendo contra ese infierno desatado, luchando por todos, arriesgando sus vidas en un trabajo duro, estacionario, mal pagado, precario y muchas veces sin contratos dignos; personas jóvenes que son más valoradas por los lugareños a quienes ayudan que por el gobierno para el que trabajan. Veíamos a la gente de los pueblos prepararles bocadillos, darles agua, apoyo y comprensión en esos angustiosos momentos.
Y, siguiendo con las personas, no puedo eludir el comportamiento de los responsables políticos –en concreto de la Junta de Castilla y León- que actuaron de manera negligente, tardía, sin previsión y sin memoria, porque hace un año ya tuvieron un precedente similar con un terrible incendio en la provincia de Ávila y parece que no han aprendido la lección. No valen excusas, ni culpar al calentamiento global, o a los veranos tórridos; porque la AEMET ya había avisado de la ola de calor y sus posibles consecuencias. Lo que correspondía era la previsión y coordinación de lo que pudiera ocurrir para poner remedio antes de que ocurriera.
Ahora toca ayudar, urge hacerlo, porque no podemos permitir que siga pasando ni un día más sin dar solución a quienes se han quedado sin casa y sin trabajo. Tampoco vale que el gobierno que toque (central o autonómico) destine una partida de dinero que llegará demasiado tarde si no se pierde en las burocracias absurdas a las que nos tienen acostumbrados. Hay que estar a pie de calle, con los afectados, y solucionarles los problemas ya, con ellos, no detrás de una mesa de despacho. Se les debe dar una alternativa a sus vidas, ya que lo han perdido todo, y estudiar las pautas a seguir para la recuperación de la actividad económica y ecológica de las tierras calcinadas.
Es hora de demostrar valía o corroborar la incompetencia. El señor Mañueco al frente de la Junta debe resolver este problema con celeridad, y exigirle que cumpla la promesa que hizo cuando visitó la Culebra comprometiéndose a que “la Junta de Castilla y León pondrá todos los medios a su alcance para recuperación del terreno desde el punto de vista medioambiental pero también desde el económico y social; así como la reactivación económica de toda la zona".
A estas alturas, cumplir ese compromiso resulta vital, y a eso nos agarraremos cuando, de verdad, empiecen a verse resultados; el resto: “el apoyo”, “el mensaje de esperanza y optimismo" y otras buenas intenciones se quedan en eso: en palabras vacías.
Los afectados merecen ayuda rápida y eficaz; los demás esteremos atentos para lleguen cuanto antes o seguiremos denunciando la ineptitud de los responsables.
Mª Soledad Martín Turiño




















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