Martes, 18 de Noviembre de 2025

Eugenio de Ávila
Domingo, 24 de Julio de 2022
INCENDIOS

Zamora: un alma incinerada

 

¡Qué queréis de la Zamora más hermosa y sencilla, de la más bonita y humilde! Ya devorasteis nuestra columna verde. Ya apenas quedan cuatro ramas, árboles desnudos, secos, cenizas, que se mantienen erguidos por los desamparados montes zamoranos. Y hoy, de nuevo, el fuego quiere comerse Losacio. Otro incendió pretende quedarse con el alma de esos zamoranos, olvidados de casi todas las instituciones públicas, a los que no se les hace ni puto caso a lo largo de los 365 días del año, de lustros y de décadas. No existen. Están ahí para recibir pensiones de miseria, trabajar de sol a sol por cuatro perras, votar cuando toca y morirse viejitos y en paz. Si ya no hay ni médicos ni enfermeras ni maestros ni curas en los pueblos. ¿Quién nos robó la vida rural? ¿Qué hemos hecho los zamoranos para no merecer la atención de tantos gobiernos, unos que van de conservadores y otros de amigos del pueblo?

 

De nuevo, vecinos desalojados de sus lares, personas mayores que abandonan sus casas, sus cosas, sus recuerdos, su todo, para irse a vivir unos días a un pabellón, a un lugar acondicionado para comer, dormir y asearse, pero con el desasosiego que provoca no saber lo que sucede en su pueblo, qué quedará cuando regresen. Eso es una muerte en vida. Un vivir vacio, un vivir sin darse cuenta, un vivir al borde del abismo.

 

 

¡Qué se enteren los politicastros!  ¡No queremos conciertos benéficos ni zarandajas demagógicas y publicitarias, sino que exigimos inversiones, atención, detalles, cambios drásticos, porque nos hemos hartado de ser el ano de España, estiércol humano, ahorradores de miseria!

 

Me aterra escribir así esta víspera de Santiago, cuando quedan, al menos, dos meses de calor, y no sé cuántos incendios más, que ya no tendrán nada que quemar en Zamora, quizá solo el alma colectiva de nuestra tierra. No sé si será el cambio climático, al que Pedro Sánchez y su Gobierno y toda la izquierda han hecho reo de los fuegos, o la falta de personas, profesionales con conocimientos, que se encarguen durante todo el año de escuchar cómo laten los bosques, cómo hablan los árboles, cómo crecen las ramas, cómo cantan ruiseñores y jilgueros, o pirómanos o profesionales del fuego, pagados por no se sabe quién; pero Zamora se queda sin gente, sin palabras, sin árboles, sin vida, sin nada... muerte pura. Zamora: un alma incinerada.

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