CON LOS CINCO SENTIDOS
Me agotaste
Nélida del Estal
Reconozco tu talento para estropearme por dentro. Eres un maestro del despiece cerebral; como un carnicero que sabe exactamente cómo y dónde debe de cortar, la longitud del cuchillo a utilizar, para extraer la pieza de carne más valiosa y, después, acceder a la víscera y sacarla entera, para comértela cruda y sangrante, chorreando por las comisuras de tu boca hasta mi última gota de cordura. Es extenuante. Me debilita las ganas de alimentar mi alma o dar de comer a otras almas.
Tengo alguna virtud y demasiados defectos, pero parece que habré de dedicar lo que me reste de vida a la Física Cuántica, a la desintegración del átomo o a sexar pollos, porque está claro que las letras no son lo mío… (véase el lado irónico del asunto).
Diga lo que diga, haga lo que haga, eres capaz de retorcer cada palabra hasta convertirla en un puñal dirigido hacia tu persona, un puñal que ni siquiera sabía que había salido de mi boca o de mi pluma, menos aún de mi propia cabeza, sabiendo como sabes que soy incapaz de hacer mal ni queriendo o poniendo especial empeño en ello. Todo lo recibes en tus neuronas a conveniencia de tu estado de ánimo particular, según el momento del día. Consigues endosarme una culpabilidad cuasi constante por actitudes o hechos que no sembraron las manos que me sustentan. Sabes qué tecla tocar para que tu ofensa y displicencia se conviertan en míos. Como si los hubiera graznado yo.
Has eviscerado mi inteligencia y la has tendido al sol de media tarde.
Me agotaste. Me agoté.
Reconozco tu talento para estropearme por dentro. Eres un maestro del despiece cerebral; como un carnicero que sabe exactamente cómo y dónde debe de cortar, la longitud del cuchillo a utilizar, para extraer la pieza de carne más valiosa y, después, acceder a la víscera y sacarla entera, para comértela cruda y sangrante, chorreando por las comisuras de tu boca hasta mi última gota de cordura. Es extenuante. Me debilita las ganas de alimentar mi alma o dar de comer a otras almas.
Tengo alguna virtud y demasiados defectos, pero parece que habré de dedicar lo que me reste de vida a la Física Cuántica, a la desintegración del átomo o a sexar pollos, porque está claro que las letras no son lo mío… (véase el lado irónico del asunto).
Diga lo que diga, haga lo que haga, eres capaz de retorcer cada palabra hasta convertirla en un puñal dirigido hacia tu persona, un puñal que ni siquiera sabía que había salido de mi boca o de mi pluma, menos aún de mi propia cabeza, sabiendo como sabes que soy incapaz de hacer mal ni queriendo o poniendo especial empeño en ello. Todo lo recibes en tus neuronas a conveniencia de tu estado de ánimo particular, según el momento del día. Consigues endosarme una culpabilidad cuasi constante por actitudes o hechos que no sembraron las manos que me sustentan. Sabes qué tecla tocar para que tu ofensa y displicencia se conviertan en míos. Como si los hubiera graznado yo.
Has eviscerado mi inteligencia y la has tendido al sol de media tarde.
Me agotaste. Me agoté.
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