Redacción
Jueves, 04 de Agosto de 2022
HABLEMOS

Resistencia, que no resiliencia

Carlos Domínguez

[Img #68517]   Entre las más groseras manipulaciones del lenguaje que vienen protagonizando un socialismo y un comunismo absolutamente hegemónicos en la esfera mediática y de la  propaganda política, se halla la difusión a una escala papagaya nunca conocida, bien es cierto que no por ello menos eficaz, del palabro horrísono de “resiliencia”, especie de viático para cualquier fantoche político/mediático con ínfulas de currículo progresista. Del modo que fuere, semejante jerga resiliente tiene mucha más miga de la que cabría suponer, pues, en términos de connotación y significado, traslada un concepto negativo de pasividad y sumisión de la persona, tanto a una situación vivida por real, como al poder a cuyo cargo se halla la dirección de los negocios públicos.

 

   . En estos tiempos, ser resiliente obliga a aceptar, acomodarse, soportar callada y humildemente el peso ingrato del mundo que nos rodea, en una actitud obsequiosa con el poder, como si éste, y no otro es el mensaje, se hallase libre de culpa ante unos problemas y dificultades que lo desbordan en su incompetencia. Resilir, y valga el barbarismo siquiera por pedigrí y marchamo progresista, equivale a una actitud individual dispuesta a asumir los males presentes o futuros, mas sin protestar, sin rechistar ni poner en tela de juicio la gestión de los nuevos jerarcas que señorean nuestras pervertidas democracias, devenidas, por un lado, partitocracias en manos de abyectas oligarquías; por otro, socialburocracias ejerciendo de inmensos aparatos de dominio y control. El resiliente, el que resilie, resilia o lo que proceda, cosa que dejaremos a lingüistas y semiólogos si es que alcanzan a esclarecer ese engrudo, se identifica con el ciudadano devaluado a masa amorfa y resignada, dispuesta, siempre en común por aquello de la peregrina bondad de lo público, a aceptar con mansedumbre pastueña la realidad, la sociedad y un poder que lo degrada a la condición de puro animal, ser obediente además de complaciente.

 

   Resistir, que no resilir, además de una evidente ortofonía sumada a la familiaridad del vocablo, en la mejor tradición de nuestra cultura, también la política que funda la democracia, el parlamentarismo y el Estado de derecho, significa algo claro para la mente de cualquier ciudadano. Resistir es luchar, pugnar y derrocar la arbitrariedad, el robo, el nepotismo, la corrupción, la manipulación y los abusos del poder. Bajo esa perspectiva, sin duda cívica y revolucionaria, no es extraño que la ignominia moral de las actuales oligarquías, especialmente las de signo socialcomunista incluido el híbrido socialdemócrata, expurguen de la fraseología al uso la muy llana y comprensible voz de “resistir”, en su caso molesta como alegato e invitación a echar por tierra todo lo que represente dictadura, abuso y corrupción del tipo que fuere. En la siempre aviesa intención de partitocracias, eurocracias, burocracias y, en definitiva, nuevas castas privilegiadas, la tan traída y llevada resiliencia denota en el fondo aquello que se persigue: obediencia incondicional de la masa, a costa naturalmente de la libertad y la razón.

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