CON LOS CINCO SENTIDOS
Del amor y la felicidad
Un día de agosto, tenía yo entonces 12 años, estaba con mi mejor amiga del pueblo de los abuelos. Jugábamos, íbamos en bici de buena mañana. Nada nos paraba. Nos levantábamos a las 7 de la mañana, con la fresca, para salir a pedalear y a contarnos cosas pendientes de la noche anterior, si es que alguna cosa quedaba, que lo dudo. Pasábamos todo el santo día juntas. A veces, yo comía en casa de sus abuelos, a veces, ella en la de los míos o en la de mis padres, que para entonces ya tenían una casa grande que, a día de hoy, sigue siendo refugio para toda la familia cuando ansía desconectarse del mundo exterior y no tener ni cobertura de móvil. Es lo que tiene la Zamora olvidada y profunda. El Sayago olvidado por las administraciones locales, regionales y nacionales. Pero no voy a eso, que tiene nula o difícil solución porque esa solución depende de los seres humanos.
Pues bien, a la vuelta de una de esas mañanas en bici con mi mejor amiga, sudorosas y sedientas, nos duchamos juntas; no fue una ducha, entonces no se llevaba la ducha sino el baño, así que nos bañamos en uno de los cuartos de baño de la casa de mis abuelos. Entretanto, ellos nos preparaban un bocadillo o unas gachas, no recuerdo, algo para recomponer las fuerzas y rellenar las piernas escuálidas y torcidas de su nieta y de la amiga. No hacían otra cosa que cebarme como si pasado el verano y llegado el invierno, me fueran a llevar al "amasadero" como a los cerdos que alimentaban, con la intención abyecta de sacarme los jamones y darme "matarile".
Mientras jugábamos con las burbujas del gel de Heno de Pravia, yo enjaboné a mi amiga la espalda y ella a mí, la mía. En uno de esos momentos íntimos y felices de amistad infantil, me besó el cuello y yo dí un pequeño respingo, pero nos reímos mucho. Después, se volvió hacia mí, frente a frente, y me besó. Fue un beso casto, labio a labio, sin más, ambas desnudas en la misma bañera. Lo que no sabíamos es que mis abuelos fueron testigos de la escena.
Lo que ocurrió después lo he ido olvidando poco a poco, como se intentan olvidar los traumas pasados. Sé que me pegaron, que profirieron absolutamente todos los insultos que por aquel entonces estuvieran a la orden del día. Por un beso casto entre dos niñas de 12 años que jugaban a ser mayores, a ser otra cosa con total normalidad. Ninguna de las dos llegó a ser lesbiana; nos casamos, tuvimos familia y no sentimos otra cosa que no fuera un amor heterosexual. Pero desde aquel beso, absolutamente ingenuo e inocuo, que nos costó no volver a vernos ni hablarnos durante el resto de ese maravilloso verano, no dejo de pensar en los niños y niñas que con total naturalidad besan y quieren ser besados por personas de su mismo sexo. Quieren ser felices. No quieren ser aceptados, no tenemos que "aceptar" una mierda. No. Es la naturaleza. Es lo que hay y es tan normal como aquel beso a mis tiernos 12 años. Basta ya de gilipolleces. Dejemos que la gente sea feliz. ¿Acaso es tan difícil?
Nélida L. del Estal Sastre
Un día de agosto, tenía yo entonces 12 años, estaba con mi mejor amiga del pueblo de los abuelos. Jugábamos, íbamos en bici de buena mañana. Nada nos paraba. Nos levantábamos a las 7 de la mañana, con la fresca, para salir a pedalear y a contarnos cosas pendientes de la noche anterior, si es que alguna cosa quedaba, que lo dudo. Pasábamos todo el santo día juntas. A veces, yo comía en casa de sus abuelos, a veces, ella en la de los míos o en la de mis padres, que para entonces ya tenían una casa grande que, a día de hoy, sigue siendo refugio para toda la familia cuando ansía desconectarse del mundo exterior y no tener ni cobertura de móvil. Es lo que tiene la Zamora olvidada y profunda. El Sayago olvidado por las administraciones locales, regionales y nacionales. Pero no voy a eso, que tiene nula o difícil solución porque esa solución depende de los seres humanos.
Pues bien, a la vuelta de una de esas mañanas en bici con mi mejor amiga, sudorosas y sedientas, nos duchamos juntas; no fue una ducha, entonces no se llevaba la ducha sino el baño, así que nos bañamos en uno de los cuartos de baño de la casa de mis abuelos. Entretanto, ellos nos preparaban un bocadillo o unas gachas, no recuerdo, algo para recomponer las fuerzas y rellenar las piernas escuálidas y torcidas de su nieta y de la amiga. No hacían otra cosa que cebarme como si pasado el verano y llegado el invierno, me fueran a llevar al "amasadero" como a los cerdos que alimentaban, con la intención abyecta de sacarme los jamones y darme "matarile".
Mientras jugábamos con las burbujas del gel de Heno de Pravia, yo enjaboné a mi amiga la espalda y ella a mí, la mía. En uno de esos momentos íntimos y felices de amistad infantil, me besó el cuello y yo dí un pequeño respingo, pero nos reímos mucho. Después, se volvió hacia mí, frente a frente, y me besó. Fue un beso casto, labio a labio, sin más, ambas desnudas en la misma bañera. Lo que no sabíamos es que mis abuelos fueron testigos de la escena.
Lo que ocurrió después lo he ido olvidando poco a poco, como se intentan olvidar los traumas pasados. Sé que me pegaron, que profirieron absolutamente todos los insultos que por aquel entonces estuvieran a la orden del día. Por un beso casto entre dos niñas de 12 años que jugaban a ser mayores, a ser otra cosa con total normalidad. Ninguna de las dos llegó a ser lesbiana; nos casamos, tuvimos familia y no sentimos otra cosa que no fuera un amor heterosexual. Pero desde aquel beso, absolutamente ingenuo e inocuo, que nos costó no volver a vernos ni hablarnos durante el resto de ese maravilloso verano, no dejo de pensar en los niños y niñas que con total naturalidad besan y quieren ser besados por personas de su mismo sexo. Quieren ser felices. No quieren ser aceptados, no tenemos que "aceptar" una mierda. No. Es la naturaleza. Es lo que hay y es tan normal como aquel beso a mis tiernos 12 años. Basta ya de gilipolleces. Dejemos que la gente sea feliz. ¿Acaso es tan difícil?
Nélida L. del Estal Sastre
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