RES PÚBLICA
Soy un facha… ¿y tú?
Soy un torero del periodismo. Todavía no me he cortado la coleta. Conozco la tauromaquia. Sé cómo derrota cada morlaco. A veces, cuando castigas al astado por la derecha, con trincherazos duros, el personal del tendido de la izquierda aplaude con calor, con fuerza, con locura. Ahora bien, si reduces al “miura” con naturales –traduzco para el neófito en la fiesta nacional: con muletazos con la mano izquierda-, la afición izquierdista te pita, te silba, como si solo estuviera permitido torear al toro de la política con la derecha. Son gente sectaria, dogmática, fanática. No hay verdaderos entendidos en la materia. Tampoco existen demócratas.
España carece de la materia prima necesaria para construir una democracia, para vivir en un Estado en el que la Ley ocupe la jerarquía por encima del Hombre. El español ha hecho de la libertad su parapeto. Se cree que solo es suya. Le importa un comino que la libertad del prójimo, incluso, si es poderoso, la invade, se la quita, se la roba. Sin ciudadanos demócratas, la democracia se convierte en entelequia.
Recuerdo, ahí se halla la hemeroteca, donde aparecerán miles de artículos firmados por Eugenio-Jesús de Ávila, tantos como días desde que fundé este periódico, que cumplió en junio 12 años de vida, para comprobar mi liberalidad, mi independencia, mi personalidad ante todos los partidos políticos y gobiernos. Critiqué a Zapatero, porque se lo merecía, porque nos arruinó, porque creó en Cataluña el caldo de cultivo para que se desarrollara el independentismo, con aquello de prometer aprobar en el Congreso de los Diputados lo que aprobase el parlamento autonómico catalán.
Cuando le tocó el turno a Rajoy, no tuve piedad ni con él ni con su mano izquierda derecha o la otra; ni hubo momento en el que no le acusase de cobardía, de aplicar políticas económicas confiscatorias, de carácter más izquierdista que un social demócrata puro, y de ser incapaz de contener el golpe de Estado de la Generalidad y permitir la huida de Puigdemont. Por supuesto, Martínez-Maíllo también sufrió mis críticas cuando ascendió al número 3 del PP, porque no fue capaz de que nuestra ciudad y provincia se beneficiase de su cercanía al poder. A Mayte Martín Pozo, que todavía me odia, le dediqué numerosos artículos, objetivos, cuando presidía la Diputación Provincial, cuatro años en los que demostró incapacidad para presidir la institución y sectarismo hacia organismos, caso de Zamora10, y periodistas, como fue mi caso, único.
Aprobé la moción de censura contra Rajoy, que prefirió esa opción a convocar elecciones generales, porque temía que un Ciudadanos al alza, con un Rivera en la cumbre, le superara en las urnas. Pedro Sánchez prometió, en ese momento, unos comicios inmediatos. Mintió. No lo hizo. Ahí abrí los ojos. Percibí que el que ahora es presidente del Gobierno utilizaría la mentira, con mano maestra, para mantenerse en el poder. Después continúe con mis críticas ante la gestión, nefasta, de nuestra economía; el incumplimiento de sus promesas durante la campaña electoral, con aquello que le quitaría el sueño pactar con Pablo Iglesias. Pero, se abrazó al líder de Unidas Podemos dos días después de ganar las elecciones, con fuerte descenso de votos. Ya no le desvelaba formar gobierno con un neocomunista anacrónico. Después, llegó la pandemia vírica y la mentira, el embuste, el cachondeo alcanzaron cotas portentosas e incumplió la ley de leyes, la Constitución, en tres ocasiones.
Se ha demostrado también su orfandad para gestionar un Gobierno. No ha habido presidente del Gobierno que metiera a tantas personas de confianza en La Moncloa. Ni tantos ministros para dirigir la nación. ¡Cómo no voy a criticar a este PSOE! Si no lo hiciese incumpliría mi labor como periodista: la crítica de todo poder, como ejecuté durante toda mi carrera profesional, más cuando he sido editor, no solo director, de un medio de comunicación. Otros periódicos, como el local, mi antítesis, le da coba al que mande, como norma, siempre. Le hizo la pelota a Maíllo y Martín Pozo, porque así recibiría el canon publicitario correspondiente, con más de cien mil euros anuales. Le da igual que en el Ayuntamiento ordene y mande un partido u otro, porque lo importante, como diría Felipe González, no importa el color del gato, lo que interesa es que cace ratones.
El ciudadano izquierdista, como el derechista, se comporta como un hoolingan, un hincha de cualquier equipo de fútbol. No admite la crítica jamás. Su equipo nunca pierde, nunca merece ser criticado, aunque juegue mal. Quién se atreva a poner en duda sus tácticas y estrategias, merece toda serie de improperios. Sucede en política igual que en el fútbol: si critico al Gobierno actual, con datos objetivos, soy un facha, yo que firmé documentos a favor de la libertad de sindicalistas como los de CC.OO, cuando Marcelino Camacho; de etarras –de lo cual me arrepiento y de un personaje tan abyecto como Genoveva Forest- en vida de Franco.
No quiero lectores izquierdistas, que solo ven la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el suyo. No deseo lectores conservadores que te consideran “rojo” por criticar al PP o Vox. España no ha cambiado después de más de 40 años de esta democracia imperfecta, que se va transformando en una dictadura, poco a poco, sin que el ciudadano lo perciba. A los que estaban contra la dictadura en aquellos años, se nos tachaba de comunistas. Cuando también luchaban gente demócrata de verdad contra aquel régimen, liberales, socialdemócratas, conservadores. Ahora, criticar a este ejecutivo, al que ha pactado la retirada de la reforma laboral con los amigos y familiares de la ETA, al que ha intentado acabar con la independencia del poder judicial, al que se cuadra ante la ultraderecha catalana y el partido neofascista que es ERC; al que habla de golpes de Estado, al que mantiene las puertas giratorias para sus ex altos cargos, al que afirmaba y exhibía unos principios sólidos e inalterables y después los cambió por otros.
Un periodista que alabe a esta gente ni es de izquierdas ni de derechas, solo un jeta, un caradura, un profesional sin principios. Para mí no todo vale. Ni la puta publicidad institucional. Es mejor cerrar un periódico de pie que no escribir de rodillas, y no obedecer a la voz de su amo político o empresarial. Ser facha acabará por ser un honor.
Ahora, puede reirse los badulaques. Hay dos maneras de conseguir la felicidad: una, hacerse el idiota; otra, serlo. Jardiel Poncela, siempre genial.
Soy un torero del periodismo. Todavía no me he cortado la coleta. Conozco la tauromaquia. Sé cómo derrota cada morlaco. A veces, cuando castigas al astado por la derecha, con trincherazos duros, el personal del tendido de la izquierda aplaude con calor, con fuerza, con locura. Ahora bien, si reduces al “miura” con naturales –traduzco para el neófito en la fiesta nacional: con muletazos con la mano izquierda-, la afición izquierdista te pita, te silba, como si solo estuviera permitido torear al toro de la política con la derecha. Son gente sectaria, dogmática, fanática. No hay verdaderos entendidos en la materia. Tampoco existen demócratas.
España carece de la materia prima necesaria para construir una democracia, para vivir en un Estado en el que la Ley ocupe la jerarquía por encima del Hombre. El español ha hecho de la libertad su parapeto. Se cree que solo es suya. Le importa un comino que la libertad del prójimo, incluso, si es poderoso, la invade, se la quita, se la roba. Sin ciudadanos demócratas, la democracia se convierte en entelequia.
Recuerdo, ahí se halla la hemeroteca, donde aparecerán miles de artículos firmados por Eugenio-Jesús de Ávila, tantos como días desde que fundé este periódico, que cumplió en junio 12 años de vida, para comprobar mi liberalidad, mi independencia, mi personalidad ante todos los partidos políticos y gobiernos. Critiqué a Zapatero, porque se lo merecía, porque nos arruinó, porque creó en Cataluña el caldo de cultivo para que se desarrollara el independentismo, con aquello de prometer aprobar en el Congreso de los Diputados lo que aprobase el parlamento autonómico catalán.
Cuando le tocó el turno a Rajoy, no tuve piedad ni con él ni con su mano izquierda derecha o la otra; ni hubo momento en el que no le acusase de cobardía, de aplicar políticas económicas confiscatorias, de carácter más izquierdista que un social demócrata puro, y de ser incapaz de contener el golpe de Estado de la Generalidad y permitir la huida de Puigdemont. Por supuesto, Martínez-Maíllo también sufrió mis críticas cuando ascendió al número 3 del PP, porque no fue capaz de que nuestra ciudad y provincia se beneficiase de su cercanía al poder. A Mayte Martín Pozo, que todavía me odia, le dediqué numerosos artículos, objetivos, cuando presidía la Diputación Provincial, cuatro años en los que demostró incapacidad para presidir la institución y sectarismo hacia organismos, caso de Zamora10, y periodistas, como fue mi caso, único.
Aprobé la moción de censura contra Rajoy, que prefirió esa opción a convocar elecciones generales, porque temía que un Ciudadanos al alza, con un Rivera en la cumbre, le superara en las urnas. Pedro Sánchez prometió, en ese momento, unos comicios inmediatos. Mintió. No lo hizo. Ahí abrí los ojos. Percibí que el que ahora es presidente del Gobierno utilizaría la mentira, con mano maestra, para mantenerse en el poder. Después continúe con mis críticas ante la gestión, nefasta, de nuestra economía; el incumplimiento de sus promesas durante la campaña electoral, con aquello que le quitaría el sueño pactar con Pablo Iglesias. Pero, se abrazó al líder de Unidas Podemos dos días después de ganar las elecciones, con fuerte descenso de votos. Ya no le desvelaba formar gobierno con un neocomunista anacrónico. Después, llegó la pandemia vírica y la mentira, el embuste, el cachondeo alcanzaron cotas portentosas e incumplió la ley de leyes, la Constitución, en tres ocasiones.
Se ha demostrado también su orfandad para gestionar un Gobierno. No ha habido presidente del Gobierno que metiera a tantas personas de confianza en La Moncloa. Ni tantos ministros para dirigir la nación. ¡Cómo no voy a criticar a este PSOE! Si no lo hiciese incumpliría mi labor como periodista: la crítica de todo poder, como ejecuté durante toda mi carrera profesional, más cuando he sido editor, no solo director, de un medio de comunicación. Otros periódicos, como el local, mi antítesis, le da coba al que mande, como norma, siempre. Le hizo la pelota a Maíllo y Martín Pozo, porque así recibiría el canon publicitario correspondiente, con más de cien mil euros anuales. Le da igual que en el Ayuntamiento ordene y mande un partido u otro, porque lo importante, como diría Felipe González, no importa el color del gato, lo que interesa es que cace ratones.
El ciudadano izquierdista, como el derechista, se comporta como un hoolingan, un hincha de cualquier equipo de fútbol. No admite la crítica jamás. Su equipo nunca pierde, nunca merece ser criticado, aunque juegue mal. Quién se atreva a poner en duda sus tácticas y estrategias, merece toda serie de improperios. Sucede en política igual que en el fútbol: si critico al Gobierno actual, con datos objetivos, soy un facha, yo que firmé documentos a favor de la libertad de sindicalistas como los de CC.OO, cuando Marcelino Camacho; de etarras –de lo cual me arrepiento y de un personaje tan abyecto como Genoveva Forest- en vida de Franco.
No quiero lectores izquierdistas, que solo ven la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el suyo. No deseo lectores conservadores que te consideran “rojo” por criticar al PP o Vox. España no ha cambiado después de más de 40 años de esta democracia imperfecta, que se va transformando en una dictadura, poco a poco, sin que el ciudadano lo perciba. A los que estaban contra la dictadura en aquellos años, se nos tachaba de comunistas. Cuando también luchaban gente demócrata de verdad contra aquel régimen, liberales, socialdemócratas, conservadores. Ahora, criticar a este ejecutivo, al que ha pactado la retirada de la reforma laboral con los amigos y familiares de la ETA, al que ha intentado acabar con la independencia del poder judicial, al que se cuadra ante la ultraderecha catalana y el partido neofascista que es ERC; al que habla de golpes de Estado, al que mantiene las puertas giratorias para sus ex altos cargos, al que afirmaba y exhibía unos principios sólidos e inalterables y después los cambió por otros.
Un periodista que alabe a esta gente ni es de izquierdas ni de derechas, solo un jeta, un caradura, un profesional sin principios. Para mí no todo vale. Ni la puta publicidad institucional. Es mejor cerrar un periódico de pie que no escribir de rodillas, y no obedecer a la voz de su amo político o empresarial. Ser facha acabará por ser un honor.
Ahora, puede reirse los badulaques. Hay dos maneras de conseguir la felicidad: una, hacerse el idiota; otra, serlo. Jardiel Poncela, siempre genial.
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