HABLEMOS
Socialburocracia y despotismo
Carlos Domínguez
El sanchismo representa una anomalía en forma de auténtica calamidad, que mina sin excepción la dignidad de las instituciones y el decoro de la vida pública. Sin embargo, aquello que la figura política de Sánchez supone de ataque a la democracia parlamentaria y los derechos de la ciudadanía, trasciende la casualidad o el azar. ¿Cómo es posible que un vulgar e impresentable tinglado como el sanchista, pues podemismo y empoderamientos de ocasión no pasan para el PSOE de solfa y obsequioso acompañamiento, tenga cabida y sea tolerado por la Europa bienpensante, incluso por un Occidente que tiene a gala la defensa del Estado de derecho, junto a la de las garantías cívicas de quienes, teóricamente, ostentan todavía la condición de ciudadanos libres?
A raíz de lo que exhibe de caribeña y bananera, la anormalidad sanchista sólo cabe desde la perversión del régimen democrático, mediante la estrategia abiertamente socialista y comunista, camuflada bajo la máscara socialdemócrata, de una hipertrofia sin tasa de los aparatos burocráticos del mal llamado sector público, especialmente los fiscales practicando el saqueo de bienes y haciendas de los ciudadanos, aquellos que, en la manipulación del lenguaje a que acostumbran los lacayos mediáticos del socialcomunismo, son considerados clases medias y trabajadoras. Realmente , bajo carácter de clases activas y propietarias, nada distinto a glebas fiscales al modo y estilo del Antiguo Régimen, reproducido bajo la novedosa fórmula de una Socialburocracia actuando de gigantesco aparato encargado de parasitar la riqueza individual y la propiedad privada, en beneficio de las nuevas oligarquías, las nuevas clases dominantes yendo a la sobada jerga comunista, dueñas de colosales estructuras funcionariales y estatales, cuya única justificación es la distribución interesada a gran escala de recursos públicos, entre masas clientelares de obediencia asegurada.
En fin, ERES y PER socialistas, cual modelo depurado de nepotismo, latrocinio y corrupción. Y esto no es ya dictadura silenciosa; es sencillamente despotismo clamoroso, visto el inasumible grado de intervención que, en nombre de lo público y lo social, alcanza hoy el poder sobre los aspectos más insignificantes de nuestra vida cotidiana.
El sanchismo representa una anomalía en forma de auténtica calamidad, que mina sin excepción la dignidad de las instituciones y el decoro de la vida pública. Sin embargo, aquello que la figura política de Sánchez supone de ataque a la democracia parlamentaria y los derechos de la ciudadanía, trasciende la casualidad o el azar. ¿Cómo es posible que un vulgar e impresentable tinglado como el sanchista, pues podemismo y empoderamientos de ocasión no pasan para el PSOE de solfa y obsequioso acompañamiento, tenga cabida y sea tolerado por la Europa bienpensante, incluso por un Occidente que tiene a gala la defensa del Estado de derecho, junto a la de las garantías cívicas de quienes, teóricamente, ostentan todavía la condición de ciudadanos libres?
A raíz de lo que exhibe de caribeña y bananera, la anormalidad sanchista sólo cabe desde la perversión del régimen democrático, mediante la estrategia abiertamente socialista y comunista, camuflada bajo la máscara socialdemócrata, de una hipertrofia sin tasa de los aparatos burocráticos del mal llamado sector público, especialmente los fiscales practicando el saqueo de bienes y haciendas de los ciudadanos, aquellos que, en la manipulación del lenguaje a que acostumbran los lacayos mediáticos del socialcomunismo, son considerados clases medias y trabajadoras. Realmente , bajo carácter de clases activas y propietarias, nada distinto a glebas fiscales al modo y estilo del Antiguo Régimen, reproducido bajo la novedosa fórmula de una Socialburocracia actuando de gigantesco aparato encargado de parasitar la riqueza individual y la propiedad privada, en beneficio de las nuevas oligarquías, las nuevas clases dominantes yendo a la sobada jerga comunista, dueñas de colosales estructuras funcionariales y estatales, cuya única justificación es la distribución interesada a gran escala de recursos públicos, entre masas clientelares de obediencia asegurada.
En fin, ERES y PER socialistas, cual modelo depurado de nepotismo, latrocinio y corrupción. Y esto no es ya dictadura silenciosa; es sencillamente despotismo clamoroso, visto el inasumible grado de intervención que, en nombre de lo público y lo social, alcanza hoy el poder sobre los aspectos más insignificantes de nuestra vida cotidiana.
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