SEQUÍA
Si el Duero no canta, Zamora llora lágrimas secas
El Duero se muestra enjuto. Nuestro río ha adelgazado tanto que, si las nubes siguen de vacaciones, de huelga de agua, se convertirá en regato. El río Duradero se muere de sed. Ni los poetas, que tanto lo cantaron, encuentran la inspiración en su caudal para escribir un solo verso. Me dicen los juncos, que ya perdieron su cabello rizoso, que los puentes están enojados con su amigo el río. Ya no se hablan. El río les ha prometido que, allá, para octubre, cuando caigan las hojas, lucirá más garrido, volverá a lucir músculo húmedo y pasará bajo sus arcos con la elegancia que siempre se le reconoció entre los ríos de España.
Si el río anda famélico, la ciudad también. Seca de ambición, de proyectos políticos singulares, de empresarios dinámicos, de una prensa frondosa, crítica y libérrima. Si Zamora no combate por su futuro en las instituciones públicas, si nuestros políticos no son más vicarios de los que ordenan y mandan en Valladolid y Madrid, qué podemos esperar. Una ciudad seca, con gente enflaquecida, con los bolsillos vacíos, sin el agua de la juventud, merece un Duero sin alma, sin la sangre del agua, sin la gracias de las carpas y los barbos.
Si se muere el estío y el otoño solo nos trae el viento de Eolo, se secarán también las palabras, dejaremos de hablar y de escribir, de amar y de soñar. Si el Duero no canta, Zamora llora lágrimas secas.
Eugenio-Jesús de Ávila
El Duero se muestra enjuto. Nuestro río ha adelgazado tanto que, si las nubes siguen de vacaciones, de huelga de agua, se convertirá en regato. El río Duradero se muere de sed. Ni los poetas, que tanto lo cantaron, encuentran la inspiración en su caudal para escribir un solo verso. Me dicen los juncos, que ya perdieron su cabello rizoso, que los puentes están enojados con su amigo el río. Ya no se hablan. El río les ha prometido que, allá, para octubre, cuando caigan las hojas, lucirá más garrido, volverá a lucir músculo húmedo y pasará bajo sus arcos con la elegancia que siempre se le reconoció entre los ríos de España.
Si el río anda famélico, la ciudad también. Seca de ambición, de proyectos políticos singulares, de empresarios dinámicos, de una prensa frondosa, crítica y libérrima. Si Zamora no combate por su futuro en las instituciones públicas, si nuestros políticos no son más vicarios de los que ordenan y mandan en Valladolid y Madrid, qué podemos esperar. Una ciudad seca, con gente enflaquecida, con los bolsillos vacíos, sin el agua de la juventud, merece un Duero sin alma, sin la sangre del agua, sin la gracias de las carpas y los barbos.
Si se muere el estío y el otoño solo nos trae el viento de Eolo, se secarán también las palabras, dejaremos de hablar y de escribir, de amar y de soñar. Si el Duero no canta, Zamora llora lágrimas secas.
Eugenio-Jesús de Ávila





















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