CON LOS CINCO SENTIDOS
A verlas venir
Decía Julián Marías, filósofo, discípulo de Ortega y Gasset y padre de uno de mis escritores favoritos, Javier Marías “Lo que más me inquieta es que todos se preguntan: ¿qué va a pasar? Casi nadie se pregunta: ¿qué vamos a hacer?”
Pues bien, la gente espera, espera a que otros sean los que den soluciones. Es más cómodo esperar que dar el paso y aportar algo de enjundia y clarividencia a nuestro entorno. El ser humano es bastante cobarde; teniendo en cuenta que la vida nos pone a prueba de manera constante, ya va siendo hora de que espabilemos y nos pongamos a trabajar de una jodida vez. Damos un asco indescriptible.
Nos pasamos las más de las horas del día poniendo verde al vecino, al hermano, al político de turno, a la madre que nos parió y nos hizo la funda de la piel a base de guantazos y no lo superamos; ponemos verde al que sale en la tele por cualquier circunstancia; no medimos, la mesura no va con nosotros, preferimos abrasar al prójimo desde la comodidad de nuestro domicilio, antes que mover el culo “panadero” que se nos pone de estar frente a las pantallas devorando estulticia y mierda embotada con forma de noticia. No tenemos centímetros en el intelecto, ni cuadrados ni cúbicos, tenemos avispas de las gordas, de esas de la especie invasora que te pasa por el brazo y sales corriendo porque abulta como una paloma. Joder. Qué asco damos.
Nos quedamos como si nos cegara la luz, tontos, aturdidos, como las moscas que dirigen su repugnante existencia finita hacia los neones azules que cuelgan de los techos de los bares y terrazas, escuchando el chasquido cuando se achicharran al contacto con el tubo. Una más. Uno más. Somos idiotas.
No tenemos ni dignidad, porque la poca que nos queda o que nuestros padres nos sirven de serie con la genética, la vendemos por nada, por pura egolatría y estupidez. Vemos un programa de debate político o de actualidad y todos los contertulios, sean del color que sean, parecen salidos de una secta que utiliza la verborrea para adormecer al oyente o al televidente. Lo dicho, nos ponen al mismo nivel que a las moscas… Piensan que somos tarados, que tragamos ruedas de molino, que ya no seleccionamos ni exigimos un mínimo de cociente intelectual a la gentuza a la que votamos cuando toca. Y yo me pregunto, como hacía entonces el gran Julián Marías, pero con mis palabras, más humildes, porque no soy nada de importancia ¿será posible que no haya nadie con talento que se quiera inmolar para representar nuestros intereses dignamente? ¿No hay nadie? ¿Es que somos tan absolutamente cobardes que preferimos aguantar a gilipollas de ego elefantiásico rigiendo nuestros destinos, que dar un paso al frente y decir “contad conmigo”?
De verdad, ¿no hay nadie al otro lado?
Urge.
Nélida L. del Estal Sastre
Decía Julián Marías, filósofo, discípulo de Ortega y Gasset y padre de uno de mis escritores favoritos, Javier Marías “Lo que más me inquieta es que todos se preguntan: ¿qué va a pasar? Casi nadie se pregunta: ¿qué vamos a hacer?”
Pues bien, la gente espera, espera a que otros sean los que den soluciones. Es más cómodo esperar que dar el paso y aportar algo de enjundia y clarividencia a nuestro entorno. El ser humano es bastante cobarde; teniendo en cuenta que la vida nos pone a prueba de manera constante, ya va siendo hora de que espabilemos y nos pongamos a trabajar de una jodida vez. Damos un asco indescriptible.
Nos pasamos las más de las horas del día poniendo verde al vecino, al hermano, al político de turno, a la madre que nos parió y nos hizo la funda de la piel a base de guantazos y no lo superamos; ponemos verde al que sale en la tele por cualquier circunstancia; no medimos, la mesura no va con nosotros, preferimos abrasar al prójimo desde la comodidad de nuestro domicilio, antes que mover el culo “panadero” que se nos pone de estar frente a las pantallas devorando estulticia y mierda embotada con forma de noticia. No tenemos centímetros en el intelecto, ni cuadrados ni cúbicos, tenemos avispas de las gordas, de esas de la especie invasora que te pasa por el brazo y sales corriendo porque abulta como una paloma. Joder. Qué asco damos.
Nos quedamos como si nos cegara la luz, tontos, aturdidos, como las moscas que dirigen su repugnante existencia finita hacia los neones azules que cuelgan de los techos de los bares y terrazas, escuchando el chasquido cuando se achicharran al contacto con el tubo. Una más. Uno más. Somos idiotas.
No tenemos ni dignidad, porque la poca que nos queda o que nuestros padres nos sirven de serie con la genética, la vendemos por nada, por pura egolatría y estupidez. Vemos un programa de debate político o de actualidad y todos los contertulios, sean del color que sean, parecen salidos de una secta que utiliza la verborrea para adormecer al oyente o al televidente. Lo dicho, nos ponen al mismo nivel que a las moscas… Piensan que somos tarados, que tragamos ruedas de molino, que ya no seleccionamos ni exigimos un mínimo de cociente intelectual a la gentuza a la que votamos cuando toca. Y yo me pregunto, como hacía entonces el gran Julián Marías, pero con mis palabras, más humildes, porque no soy nada de importancia ¿será posible que no haya nadie con talento que se quiera inmolar para representar nuestros intereses dignamente? ¿No hay nadie? ¿Es que somos tan absolutamente cobardes que preferimos aguantar a gilipollas de ego elefantiásico rigiendo nuestros destinos, que dar un paso al frente y decir “contad conmigo”?
De verdad, ¿no hay nadie al otro lado?
Urge.
Nélida L. del Estal Sastre
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