Zamora necesita que la quieran más los zamoranos

Zamora necesita muchas cosas. Verbigracia: militares en Monte la Reina, autovía entre la capital de la provincia y la frontera lusa, otro polígono industrial propio, del Ayuntamiento y la restauración completa de la muralla medieval, y, por supuesto, un sector primario pujante para que nuestras magníficas materias primas se transformasen aquí, en fábricas. ¿De acuerdo?

Pero esas inversiones públicas del Estado, con ser esenciales, tampoco bastarían para cambiar nuestro futuro como ciudad y como provincia. Porque Zamora precisa que los zamoranos la quieran, trabajen por ella, laboren por ella. Los zamoranos, lo observo, no creen en su provincia, porque prefieren buscarse la vida en otros lares, para regresar en Navidad, Semana Santa y en las vacaciones estivales. Los zamoranos no estiman a su ciudad ni a su provincia. Somos gente licenciada en envidia, doctorada en la apatía, grado en cobardía. Se busca “cazar” siempre al que destaca, no importa el sector: comercio, hostelería, abogacía, justica, docencia, deporte, periodismo. Para triunfar por estos pagos es mejor haber nacido en otra cualquier ciudad, porque se le recibirá con cariño, incluso de manera servil, casi humillándose. Suelo escribir que Caín nació en Zamora.

Tampoco aman a Zamora los políticos que fueron y ya no son y los que ahora están. Porque si la hubieran querido, esta tierra no ocuparía, desde hace décadas, la última posición en actividad económica, en emigración de jóvenes, en envejecimiento. Siempre hay excepciones, pero los políticos zamoranos eligieron seguir en la política antes que trabajar por sus paisanos. Aquí, un senador del PSOE, in illo tempore, llegó a votar en contra de la transformación de la Zamora-Tordesillas en autovía. Sería el PP, con ejecutivo Aznar, quien la construyó. Casi por inercia.

Los zamoranos, además de mostrar poca estima por Zamora, salvo cuando se menta a la Semana Santa, que nadie osé criticarla, votan porque toca, por desidia, por los mandan; pero sin reflexionar, sin analizar si las promesas de los políticos, después de cuatro años de gobierno, se cumplieron. Hemos alcanzado tal grado de estolidez que, a sabiendas de que nos mienten, votamos. Cierto que con desgana, pero elegimos al verdugo, al que se ríe de nosotros, al que se mofa cuando alcanzó su gloria, su cargo.

Ya soy mayor. Tanta experiencia me arrancó idealismo, enterró mi rebeldía y acabó con mi fe en la política y, por supuesto, en el periodismo. Cada día me acerco más a la misantropía. No obstante, me queda una pizca de utopía cuando sueño con el futuro de Zamora.

Eugenio-Jesús de Ávila