CRÍTICAS
Los zamoranos no somos dignos de nuestra Historia
Quizá no me he dado cuenta y vivo muerto, como si fuera Zamora. Pudiera ser que esta ciudad fuera un camposanto y yo un miembro más de esa comunidad de gente de otro mundo, personas sin sangre, apáticas, sin pasiones. No lo sé. Se nota que una sociedad está viva cuando muestra rebeldía, cuando protesta, cuando se la respeta, se la escucha y pelea. Aquí siempre son los mismos asistentes a las protestas, concentraciones y manifestaciones. Siento decir que me parecen pocos, que la rebeldía es escasa y el sometimiento al poder absoluto.
Este verano se quemó la Zamora más verde, la Sierra de la Culebra, que olió a miel quemada, que la naturaleza recogió miles de cadáveres de abejas, de fauna salvaje; que murieron dos hombres, pero las dos concentraciones no pasaron de las 3.000 personas, gente con conciencia e indómita, ciudadanos de verdad. Pero la gran mayoría, la nada, siguió sentada en terrazas tomándose una cerveza o un refresco. Vieron pasar la vida, porque quizá ya estaban muertos.
Con las concentraciones a favor de la Biorrefinería, más de lo mismo, de nuevo, los más rebeldes se dan cita para saludarse, exigir y poner a parir a los oscuros. Se sabe, y parece asumido, que políticos y empresarios, hermanados por un objetivo común, frustraron el sueño de industrializar Zamora, una provincia convertida casi en un desierto demográfico, famélica, que se desmorona cada segundo, que se solo resucita en Semana Santa, un hecho digno de estudio sociológico, psicológico y antropológico.
Queda una semana para que Fromago, la mayor feria internacional de la Industria Quesera, dé a conocer Zamora a medio mundo. Pues hete aquí que los bares zamoranos apenas han seguido ese ruego de ofrecer tapas con el queso como elemento esencial. Aquí cada cual va a lo suyo. Lo común no es de nadie. Zamora es, por tanto, una cosa, un lugar sin vida, una muerte anunciada. La consigna del poder consiste en no hacer nada, no pensar, no pedir.
Zamora es ya solo una naturaleza muerta, un museo antiguo, una ciudad que perderá, a no tardar, hasta su nombre.
Los zamoranos de hoy, del estío de 2022, ya no somos dignos ni de la reina Urraca, ni Arias Gonzalo y sus hijos, ni de Vellido Dolfos. Zamora no se ha hecho acreedora a morir de pie; prefiere vivir de rodillas.
Eugenio-Jesús de Ávila
Quizá no me he dado cuenta y vivo muerto, como si fuera Zamora. Pudiera ser que esta ciudad fuera un camposanto y yo un miembro más de esa comunidad de gente de otro mundo, personas sin sangre, apáticas, sin pasiones. No lo sé. Se nota que una sociedad está viva cuando muestra rebeldía, cuando protesta, cuando se la respeta, se la escucha y pelea. Aquí siempre son los mismos asistentes a las protestas, concentraciones y manifestaciones. Siento decir que me parecen pocos, que la rebeldía es escasa y el sometimiento al poder absoluto.
Este verano se quemó la Zamora más verde, la Sierra de la Culebra, que olió a miel quemada, que la naturaleza recogió miles de cadáveres de abejas, de fauna salvaje; que murieron dos hombres, pero las dos concentraciones no pasaron de las 3.000 personas, gente con conciencia e indómita, ciudadanos de verdad. Pero la gran mayoría, la nada, siguió sentada en terrazas tomándose una cerveza o un refresco. Vieron pasar la vida, porque quizá ya estaban muertos.
Con las concentraciones a favor de la Biorrefinería, más de lo mismo, de nuevo, los más rebeldes se dan cita para saludarse, exigir y poner a parir a los oscuros. Se sabe, y parece asumido, que políticos y empresarios, hermanados por un objetivo común, frustraron el sueño de industrializar Zamora, una provincia convertida casi en un desierto demográfico, famélica, que se desmorona cada segundo, que se solo resucita en Semana Santa, un hecho digno de estudio sociológico, psicológico y antropológico.
Queda una semana para que Fromago, la mayor feria internacional de la Industria Quesera, dé a conocer Zamora a medio mundo. Pues hete aquí que los bares zamoranos apenas han seguido ese ruego de ofrecer tapas con el queso como elemento esencial. Aquí cada cual va a lo suyo. Lo común no es de nadie. Zamora es, por tanto, una cosa, un lugar sin vida, una muerte anunciada. La consigna del poder consiste en no hacer nada, no pensar, no pedir.
Zamora es ya solo una naturaleza muerta, un museo antiguo, una ciudad que perderá, a no tardar, hasta su nombre.
Los zamoranos de hoy, del estío de 2022, ya no somos dignos ni de la reina Urraca, ni Arias Gonzalo y sus hijos, ni de Vellido Dolfos. Zamora no se ha hecho acreedora a morir de pie; prefiere vivir de rodillas.
Eugenio-Jesús de Ávila
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