HABLEMOS
El gueto de la Universidad española
Carlos Domínguez
Ni antes González, Aznar y demás personajes de la vida pública, debieron acudir a una sede del saber para hacer política en el mejor de los casos, en el peor propaganda personal bajo forma de autobombo descarado. Tampoco debió hacerlo en Granada una Macarena Olona desnortada, incapaz de asumir en Andalucía y ante la representación popular las responsabilidades para las que fue elegida. Si conviertes la cátedra o el aula magna en púlpito partidario, es de esperar, especialmente por el lado de la izquierda dogmática y, a lo que se ve, protagonista de un sectarismo rayano con la violencia, una contestación extrema más allá de lo que, en el ámbito neutral del pensamiento, es consenso conforme a la verdad o, al menos, la dialogante sinceridad de su búsqueda.
Aunque la reflexión que procede es la tocante al por qué la Universidad española se ha convertido en covachuela de la dogmática marxista comunista, con buena parte del alumnado ejerciendo de palmero de la casta de ultraizquierda, auténtica vanguardia en lo que se refiere a casoplones, latisueldos, prebendas e indemnizaciones llovidas del cielo, quiero decir de cargos/cargas públicas que jamás debieron ocupar, dejando a un lado la demagogia perroflauta de una troupe de advenedizos. Visto lo académico, alguna que otra Universidad o bien alguna de sus Facultades podría resultar modélica, en lo que respecta a la degradación de aquello que cabe juzgar saber y conocimiento. Pero sería equivocación atribuir a un izquierdismo de baratillo, afiliado al vocerío y el escrache, la podredumbre de la Universidad española. A día de hoy no puede haber duda sobre el origen del gueto actual, por el lado de una burocracia profesoral convertida en secta ideológico política a falta de otros méritos, más allá de una tesis doctoral de noventa páginas y, por si no bastaba, tribunales ad hoc y ad quem para titularidad, junto a la guinda de un solo tema para acreditar la amplitud de conocimientos. Hoy también casta adocenada, oficiante de los mantras de una corrección política heredera del marxismo.
Es lo que hay, mas fundamentalmente es lo que hubo. A finales de los setenta el país asistió a un verdadero asalto de la Universidad por la militancia socialista comunista, a la rastra de penenes infiltrados en el aula, el departamento o la asamblea de Facultad, para ocupar finalmente agregadurías, cátedras y rectorados, convertidos a no tardar por obra de la LRU socialista en predios de disfrute personal para heroicos antifranquistas, en su particular y provechoso cursus honorum. Santones y trepas del sesenta y ocho reciclados a funcionarios de la “cultura”, pero llamados, y ninguna otra era su misión, a convertir nuestra Universidad en gueto del adoctrinamiento, el fanatismo y la mediocridad. De paso, en una fábrica de parados salvo en lo que a ellos traía cuenta y plaza. Es lo que hay, sencillamente porque es lo que hubo.
Ni antes González, Aznar y demás personajes de la vida pública, debieron acudir a una sede del saber para hacer política en el mejor de los casos, en el peor propaganda personal bajo forma de autobombo descarado. Tampoco debió hacerlo en Granada una Macarena Olona desnortada, incapaz de asumir en Andalucía y ante la representación popular las responsabilidades para las que fue elegida. Si conviertes la cátedra o el aula magna en púlpito partidario, es de esperar, especialmente por el lado de la izquierda dogmática y, a lo que se ve, protagonista de un sectarismo rayano con la violencia, una contestación extrema más allá de lo que, en el ámbito neutral del pensamiento, es consenso conforme a la verdad o, al menos, la dialogante sinceridad de su búsqueda.
Aunque la reflexión que procede es la tocante al por qué la Universidad española se ha convertido en covachuela de la dogmática marxista comunista, con buena parte del alumnado ejerciendo de palmero de la casta de ultraizquierda, auténtica vanguardia en lo que se refiere a casoplones, latisueldos, prebendas e indemnizaciones llovidas del cielo, quiero decir de cargos/cargas públicas que jamás debieron ocupar, dejando a un lado la demagogia perroflauta de una troupe de advenedizos. Visto lo académico, alguna que otra Universidad o bien alguna de sus Facultades podría resultar modélica, en lo que respecta a la degradación de aquello que cabe juzgar saber y conocimiento. Pero sería equivocación atribuir a un izquierdismo de baratillo, afiliado al vocerío y el escrache, la podredumbre de la Universidad española. A día de hoy no puede haber duda sobre el origen del gueto actual, por el lado de una burocracia profesoral convertida en secta ideológico política a falta de otros méritos, más allá de una tesis doctoral de noventa páginas y, por si no bastaba, tribunales ad hoc y ad quem para titularidad, junto a la guinda de un solo tema para acreditar la amplitud de conocimientos. Hoy también casta adocenada, oficiante de los mantras de una corrección política heredera del marxismo.
Es lo que hay, mas fundamentalmente es lo que hubo. A finales de los setenta el país asistió a un verdadero asalto de la Universidad por la militancia socialista comunista, a la rastra de penenes infiltrados en el aula, el departamento o la asamblea de Facultad, para ocupar finalmente agregadurías, cátedras y rectorados, convertidos a no tardar por obra de la LRU socialista en predios de disfrute personal para heroicos antifranquistas, en su particular y provechoso cursus honorum. Santones y trepas del sesenta y ocho reciclados a funcionarios de la “cultura”, pero llamados, y ninguna otra era su misión, a convertir nuestra Universidad en gueto del adoctrinamiento, el fanatismo y la mediocridad. De paso, en una fábrica de parados salvo en lo que a ellos traía cuenta y plaza. Es lo que hay, sencillamente porque es lo que hubo.
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