LITERATURA
Por los siglos de los siglos
La guerra ha sido, sin duda, uno de los temas a los que el hombre más tiempo y esfuerzo ha dedicado a lo largo de la historia. El clásico "si quieres la paz, prepara la guerra" ha estado presente, no sólo en el orden del pensamiento, a lo largo de todas las épocas, sino también en la realidad política mundial. No obstante, la muerte y destrucción que generan los conflictos bélicos no ha pasado desapercibida por historiadores y filósofos e incluso en la tradición grecorromana la alabanza o defensa incondicional de la guerra es algo excepcional, predominando la crítica y denuncia de los males que acompañan al conflicto.
El planeta parece haberse adentrado en un periodo de convulsión constante. En una especie de punto de ebullición geopolítica, economía financiera y socio-cultural. La prolongación en el tiempo de la guerra rusa en Ucrania está empeorando la situación de la economía a nivel mundial, europeo, y, por tanto, afecta a nuestros bolsillos. Todos los indicadores están al alza: IPC subiendo, precios de los combustibles desbocados, la cesta de la compra cada vez más cara. Nos encontramos ante una economía hostil, volátil, de precios elevados y presiones. Una economía que podríamos llamar de guerra (se da cuando, ante una situación de conflicto bélico, un país decide reorganizar su industria y producción de bienes básicos).
La crisis de Ucrania refuerza la desvinculación económica de Occidente con Rusia y subraya con fuerza la cuestión de la seguridad energética. Estamos muy lejos de cartillas de racionamiento, una inflación galopante donde comprar una barra de pan alcance el precio de un salario mínimo, en lugar de café beber achicoria, la escasez de tabaco, aceite, harina, carne y la prostitución de las jóvenes ante los ricos terratenientes. La falta de ropa y calzado, las largas colas de avituallamiento, o la falta de medicinas. Tampoco escuchamos explosiones destruyendo edificios, ni sirenas avisando de un ataque aéreo ni el silbido de las balas que buscan alojarse en tu cuerpo. Quiero pensar que el estado, de momento, trata de abastecer a su población mediante recursos propios para reducir en lo posible la dependencia del exterior, sobre todo ante el riesgo de sufrir un bloqueo económico. Supongo que esta estrategia se combina con la puesta en marcha de medidas para el ahorro energético. Pero yo no entiendo de política ¡y mucho menos de guerras! Para mí toda guerra está creada para montar el gran negocio de la guerra, que eso sí es economía.
El conflicto entre Rusia y Ucrania, no es una guerra como las que vivieron nuestros abuelos: no es una guerra civil; no es una guerra terrorista; no está siendo librada por o hacia Estados fallidos y precarios; su ubicación se encuentra en el umbral de las fronteras de la Unión Europea, y el momento en que se produce, tras una larga pandemia y unos cambios económicos, sociales y tecnológicos inesperados y brutales, hacen que el espectro de su impacto sea como entrar en un túnel sin salida. Quizás, necesitamos hacer ese clic consciente hacia una nueva economía con el ser humano en el centro, que, sin detener el desarrollo, tenga en cuenta los límites de los recursos naturales. Pero, como ya he comentado con anterioridad, yo no entiendo de política, por lo que no entraré en estos jardines de fácil acceso y difícil salida (aunque pueda parecerlo). Solamente soy una observadora más que analiza, tras la campaña de solidaridad de la UE con Ucrania, el escenario de una Europa que se debate entre una economía de guerra (con sus repercusiones económicas) y una economía tecnológica (al parecer) llena de oportunidades.
Vivimos una etapa crítica para la humanidad y la vigencia de los derechos humanos. Lo digo, no solo por esta nueva tragedia humana que acontece en Europa, que podría durar mucho tiempo y hundirnos en una recesión significativa. Pero las consecuencias para la diplomacia, la política y la vida son bastante preocupantes. Y si esto puede deducir una persona como yo, que bien ha indicado mientras escribía estas líneas, que no entiende de política, imagínese usted la sensación de vértigo que podría sentir un experto en este tema. No pongo en duda el posicionamiento de la Unión Europea, la OTAN y Estados Unidos en favor de actuar para respetar la soberanía de Ucrania, con sanciones a Rusia, ayudas y entregas de armamento a Zelenski. Pero, a raíz de la Cumbre de la OTAN en Madrid y su Concepto Estratégico, sí creo necesario reflexionar sobre la realidad de la situación y hacia dónde vamos. Deberíamos preguntarnos si alguien cree posible una derrota militar de Putin, que, de momento, y pese a las sanciones y daños recibidos, ha respondido cerrando más el grifo del suministro del gas ruso a países europeos en apuros, llevando al extremo su autoritarismo y ensayando armamentos más sofisticados.
Estas reflexiones me surgen tras revivir la excepcional película de 1959 dirigida por Alain Resnais, Hiroshima, mon amour. Una nueva versión de aquella temática sería la demostración de que la barbarie, en este caso con motivo de la guerra de Ucrania, se volvió a imponer a la humanidad.
Emilia Casas Fernández
La guerra ha sido, sin duda, uno de los temas a los que el hombre más tiempo y esfuerzo ha dedicado a lo largo de la historia. El clásico "si quieres la paz, prepara la guerra" ha estado presente, no sólo en el orden del pensamiento, a lo largo de todas las épocas, sino también en la realidad política mundial. No obstante, la muerte y destrucción que generan los conflictos bélicos no ha pasado desapercibida por historiadores y filósofos e incluso en la tradición grecorromana la alabanza o defensa incondicional de la guerra es algo excepcional, predominando la crítica y denuncia de los males que acompañan al conflicto.
El planeta parece haberse adentrado en un periodo de convulsión constante. En una especie de punto de ebullición geopolítica, economía financiera y socio-cultural. La prolongación en el tiempo de la guerra rusa en Ucrania está empeorando la situación de la economía a nivel mundial, europeo, y, por tanto, afecta a nuestros bolsillos. Todos los indicadores están al alza: IPC subiendo, precios de los combustibles desbocados, la cesta de la compra cada vez más cara. Nos encontramos ante una economía hostil, volátil, de precios elevados y presiones. Una economía que podríamos llamar de guerra (se da cuando, ante una situación de conflicto bélico, un país decide reorganizar su industria y producción de bienes básicos).
La crisis de Ucrania refuerza la desvinculación económica de Occidente con Rusia y subraya con fuerza la cuestión de la seguridad energética. Estamos muy lejos de cartillas de racionamiento, una inflación galopante donde comprar una barra de pan alcance el precio de un salario mínimo, en lugar de café beber achicoria, la escasez de tabaco, aceite, harina, carne y la prostitución de las jóvenes ante los ricos terratenientes. La falta de ropa y calzado, las largas colas de avituallamiento, o la falta de medicinas. Tampoco escuchamos explosiones destruyendo edificios, ni sirenas avisando de un ataque aéreo ni el silbido de las balas que buscan alojarse en tu cuerpo. Quiero pensar que el estado, de momento, trata de abastecer a su población mediante recursos propios para reducir en lo posible la dependencia del exterior, sobre todo ante el riesgo de sufrir un bloqueo económico. Supongo que esta estrategia se combina con la puesta en marcha de medidas para el ahorro energético. Pero yo no entiendo de política ¡y mucho menos de guerras! Para mí toda guerra está creada para montar el gran negocio de la guerra, que eso sí es economía.
El conflicto entre Rusia y Ucrania, no es una guerra como las que vivieron nuestros abuelos: no es una guerra civil; no es una guerra terrorista; no está siendo librada por o hacia Estados fallidos y precarios; su ubicación se encuentra en el umbral de las fronteras de la Unión Europea, y el momento en que se produce, tras una larga pandemia y unos cambios económicos, sociales y tecnológicos inesperados y brutales, hacen que el espectro de su impacto sea como entrar en un túnel sin salida. Quizás, necesitamos hacer ese clic consciente hacia una nueva economía con el ser humano en el centro, que, sin detener el desarrollo, tenga en cuenta los límites de los recursos naturales. Pero, como ya he comentado con anterioridad, yo no entiendo de política, por lo que no entraré en estos jardines de fácil acceso y difícil salida (aunque pueda parecerlo). Solamente soy una observadora más que analiza, tras la campaña de solidaridad de la UE con Ucrania, el escenario de una Europa que se debate entre una economía de guerra (con sus repercusiones económicas) y una economía tecnológica (al parecer) llena de oportunidades.
Vivimos una etapa crítica para la humanidad y la vigencia de los derechos humanos. Lo digo, no solo por esta nueva tragedia humana que acontece en Europa, que podría durar mucho tiempo y hundirnos en una recesión significativa. Pero las consecuencias para la diplomacia, la política y la vida son bastante preocupantes. Y si esto puede deducir una persona como yo, que bien ha indicado mientras escribía estas líneas, que no entiende de política, imagínese usted la sensación de vértigo que podría sentir un experto en este tema. No pongo en duda el posicionamiento de la Unión Europea, la OTAN y Estados Unidos en favor de actuar para respetar la soberanía de Ucrania, con sanciones a Rusia, ayudas y entregas de armamento a Zelenski. Pero, a raíz de la Cumbre de la OTAN en Madrid y su Concepto Estratégico, sí creo necesario reflexionar sobre la realidad de la situación y hacia dónde vamos. Deberíamos preguntarnos si alguien cree posible una derrota militar de Putin, que, de momento, y pese a las sanciones y daños recibidos, ha respondido cerrando más el grifo del suministro del gas ruso a países europeos en apuros, llevando al extremo su autoritarismo y ensayando armamentos más sofisticados.
Estas reflexiones me surgen tras revivir la excepcional película de 1959 dirigida por Alain Resnais, Hiroshima, mon amour. Una nueva versión de aquella temática sería la demostración de que la barbarie, en este caso con motivo de la guerra de Ucrania, se volvió a imponer a la humanidad.
Emilia Casas Fernández
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