Ramón, el hijo de don Heriberto

Para una generación entera, Ramón Hernández Grande fue, primero "Ramón, el del Sándalo", el primer supermercado que se abría en Zamora, en el inicio de la avenida de Víctor Gallego y poco después la cafetería Sándalo en el edificio que separa el principio de Víctor Gallego y Tres Cruces. Para otra generación, ya más cercana, fue "Ramón, el del Figón", el restaurante que se hizo con un puesto destacado en la hostelería zamorana cuando ésta navegaba a toda máquina por la gastronomía nacional con el Paris, el Sancho 2 y el Serafín, tres ejes sólidos de aquella gastronomía puntera. Para nuestra generación, ya tocando la suya con los dedos, Ramón era el hijo de don Heriberto. Su comercio de la calle de Santa Clara era uno de los más distinguidos y frecuentados por la sociedad zamorana de los años inmediatamente anteriores y posteriores a la guerra civil. Un almacén de mercería y paquetería, de lanas al por mayor, medias, calcetines… Estaba enclavado en el corazón de Santa Clara, junto al Casino. Allí, bien entrados los años cincuenta, yo, con unos once o doce años no más, conocí a Ramón cuando a menudo salía por la puerta trasera que daba a la plaza de San Gil, sólo utilizada por los dueños y personal, para liar un cigarro con su amigo Macario que tenía la fontanería bien cerca, en aquella plaza. Para Macario y tantos amigos y clientes de su padre, Ramón era entonces Ramonín.  

Cuando se le echó encima la vejez primera, la jubilación, Ramón dio un paso atrás con discreción y se retiró a Morales del Vino donde, en compañía de su inseparable Pilar,  ha vivido el último empujón de su vida y su gran amargura, la muerte de Pilar en el último enero que, inevitablemente, le agrandó su pena y le encogió el ánimo y la salud con ella hasta irse cuando apenas pisaba octubre el dintel del año.

Ramón, por inclinación filial, debería haber tenido predilección por el Santo Entierro. Don Heriberto fue administrador tesorero de la Real Cofradía un buen puñado de años y además uno de los zamoranos que en 1924, en representación del comercio local, se embarcó en la revitalización de la Junta de Fomento de Semana Santa, que no tenía pulso alguno desde los primeros años del siglo. Sin embargo Ramón, aunque fue hermano de ésa y algunas otras como el Silencio y las Capas, donde por cierto cargó con el Cristo del Amparo muchos años, tenía una debilidad en sus devociones, el Nazareno de san Frontis, desde chaval hasta el renglón último de su vida. A san Frontis fue a despedirse de Él el día de la Exaltación de la Cruz y a pedirle que le echase una mano, o las dos, porque sabía que se acercaba el momento de pasar de la cruz a la Luz. Así lo creía a pies juntillas.

Os acompaño dos fotografías. En una, en un grupo de ilustres zamoranos, el último de la derecha, de pie, es don Heriberto, su padre, como miembro de la Junta de Fomento en 1924. La otra reproduce una página de la guía oficial de 1935, se ve un anuncio de su comercio. A propósito he dejado completa la página con el excelente dibujo del admirado maestro Andrés Bedate y una breve referencia informativa de la procesión de Jesús Nazareno y la Reverencia.

Me estoy acostumbrando, muy tristemente por cierto, a tener que decir adiós a personas que en algunos momentos, han formado parte de mi existencia. Es lo malo de andar ya por las azoteas de la vida, desde donde se divisan más tristezas que gozos, inevitablemente.

Escribo estas líneas varios días después de su adiós porque han sido muchas y muy afectuosas las referencias personales, familiares y profesionales que aquí se han publicado. Con todo mi cariño para Pilar, Ramón, Javier y Cristina, que en pocos meses han quedado huérfanos pero han podido revivir en días tan tristes el gran afecto que habían sembrado sus padres en su camino por la vida. Y siempre siguiendo la estela de la cruz de su Nazareno del alma. 

Luis Felide DELGADO DE CASTRO