ZAMORANA
Inquietudes de ayer y hoy
¡Qué diferentes son los estudiantes de hoy a los de antaño!, y no solo me refiero a aquellos jóvenes universitarios de Nanterre que, en mayo de 1968 protestaron, en principio por algo tan racional como era cambiar la sociedad, reivindicar el ecologismo, la educación igualitaria, el antibelicismo, la libertad sexual, o el feminismo; movimientos de protesta que tuvieron eco internacional, con La Sorbona o el Barrio Latino como escenarios de aquellas revueltas estudiantiles en su inicio, y que fueron secundadas por la clase obrera para reivindicar también sus exigencias laborales, firmadas en los "Acuerdos de Grenelle". Aquello se gestó en medio de una inmensa intervención policial, barricadas y cientos de heridos, además de provocar la huelga general más grande de la historia de Francia.
La sociedad entera traspasó las barreras del país galo para aplaudir las peticiones de aquellos jóvenes que, sin saberlo, estaban cambiando el orden social y demandando en voz alta lo que mucha gente apenas había musitado entre corrillos durante años; y la fuerza de aquellos universitarios obligó a modificar el statu quo reinante dentro y fuera de Europa.
En nuestro país los universitarios tuvieron un importante protagonismo, sobre todo en la dictadura, cuando los “grises” se veían obligados a disolver por la fuerza manifestaciones y asambleas no autorizadas por el régimen, como aquella de marzo de 1965, cuando la Asamblea Libre de Estudiantes consiguió organizar una manifestación ilegal en Madrid, lo que significó los primeros enfrentamientos contra el dictado franquista. A partir de entonces, el movimiento estudiantil se radicalizó en toda España, y empezaron a producirse manifestaciones en diferentes campus universitarios.
He hecho esta introducción, tal vez demasiado prolija, porque me sorprende el cambio de rumbo en las inquietudes de los jóvenes actuales. La universidad es ahora un refugio seguro; quienes allí estudian no precisan rebelarse porque su situación desahogada y una sociedad que no les ofrece un claro porvenir tras acabar sus estudios, son campo abonado para permanecer en silencio. Los universitarios tienen poca motivación y son muchos los talentos que, a falta de potenciar sus aptitudes aquí, se ven obligados a salir de España en busca de mejores condiciones laborales y, tal vez sea culpa de esta sociedad permisiva, amante del ocio y lo lúdico, la que impide que la gente se implique en los asuntos del país e incluso de fuera; aunque sí es cierto que haya llamamientos estudiantiles, casi siempre locales, en favor de la paz, o en contra de la guerra de Ucrania, pero no han sido a nivel general hasta el punto de paralizar el país como ocurrió antaño.
Otro tanto sucedió con otro sector social que una vez tuvo pujanza en España, que fue el de los llamados “intelectuales”. Cuando estas voces autorizadas, con peso y entidad suficiente en la vida cultural y política, alzaban su voz en forma de un manifiesto, ejercían tanta influencia como para modificar estructuras sociales vigentes; se daban a conocer y se les otorgaba el protagonismo que merecían. Sin embargo, en nuestros días, pese a que continúan con su actividad, ocurre lo mismo que con los universitarios, que firman proclamas en ámbitos muy locales, ya sea contra el independentismo, contra la intolerancia y la censura, por la “unidad de España”, la defensa de nuestra Historia… etc.
Es posible que cuando las canas empiezan a florecer, con ellas llega también el tiempo de la añoranza de una época vivida y vívida, cuando corríamos con la adrenalina a tope ante los grises o tras una pancarta, conscientes de que con aquellas reivindicaciones formábamos parte de algo grande, de un país que se transformaría para escucharnos y de mucha gente que conocería de primera mano los compromisos que adoptaba el sector más joven de aquella sociedad.
Tal vez sea que echo de menos aquella sensación de inconformismo; por eso me abochorna que si sale a la palestra la universidad sea, como hemos visto hace unos días, para que unos estudiantes incívicos ofrezcan un lamentable espectáculo de insultos e injurias hacia sus compañeras y, aunque por fortuna este sea solo un caso aislado, no deja de resultar penoso que no resurjan las efervescencias universitarias que siempre han resultado tan estimulantes.
Mª Soledad Martín Turiño
¡Qué diferentes son los estudiantes de hoy a los de antaño!, y no solo me refiero a aquellos jóvenes universitarios de Nanterre que, en mayo de 1968 protestaron, en principio por algo tan racional como era cambiar la sociedad, reivindicar el ecologismo, la educación igualitaria, el antibelicismo, la libertad sexual, o el feminismo; movimientos de protesta que tuvieron eco internacional, con La Sorbona o el Barrio Latino como escenarios de aquellas revueltas estudiantiles en su inicio, y que fueron secundadas por la clase obrera para reivindicar también sus exigencias laborales, firmadas en los "Acuerdos de Grenelle". Aquello se gestó en medio de una inmensa intervención policial, barricadas y cientos de heridos, además de provocar la huelga general más grande de la historia de Francia.
La sociedad entera traspasó las barreras del país galo para aplaudir las peticiones de aquellos jóvenes que, sin saberlo, estaban cambiando el orden social y demandando en voz alta lo que mucha gente apenas había musitado entre corrillos durante años; y la fuerza de aquellos universitarios obligó a modificar el statu quo reinante dentro y fuera de Europa.
En nuestro país los universitarios tuvieron un importante protagonismo, sobre todo en la dictadura, cuando los “grises” se veían obligados a disolver por la fuerza manifestaciones y asambleas no autorizadas por el régimen, como aquella de marzo de 1965, cuando la Asamblea Libre de Estudiantes consiguió organizar una manifestación ilegal en Madrid, lo que significó los primeros enfrentamientos contra el dictado franquista. A partir de entonces, el movimiento estudiantil se radicalizó en toda España, y empezaron a producirse manifestaciones en diferentes campus universitarios.
He hecho esta introducción, tal vez demasiado prolija, porque me sorprende el cambio de rumbo en las inquietudes de los jóvenes actuales. La universidad es ahora un refugio seguro; quienes allí estudian no precisan rebelarse porque su situación desahogada y una sociedad que no les ofrece un claro porvenir tras acabar sus estudios, son campo abonado para permanecer en silencio. Los universitarios tienen poca motivación y son muchos los talentos que, a falta de potenciar sus aptitudes aquí, se ven obligados a salir de España en busca de mejores condiciones laborales y, tal vez sea culpa de esta sociedad permisiva, amante del ocio y lo lúdico, la que impide que la gente se implique en los asuntos del país e incluso de fuera; aunque sí es cierto que haya llamamientos estudiantiles, casi siempre locales, en favor de la paz, o en contra de la guerra de Ucrania, pero no han sido a nivel general hasta el punto de paralizar el país como ocurrió antaño.
Otro tanto sucedió con otro sector social que una vez tuvo pujanza en España, que fue el de los llamados “intelectuales”. Cuando estas voces autorizadas, con peso y entidad suficiente en la vida cultural y política, alzaban su voz en forma de un manifiesto, ejercían tanta influencia como para modificar estructuras sociales vigentes; se daban a conocer y se les otorgaba el protagonismo que merecían. Sin embargo, en nuestros días, pese a que continúan con su actividad, ocurre lo mismo que con los universitarios, que firman proclamas en ámbitos muy locales, ya sea contra el independentismo, contra la intolerancia y la censura, por la “unidad de España”, la defensa de nuestra Historia… etc.
Es posible que cuando las canas empiezan a florecer, con ellas llega también el tiempo de la añoranza de una época vivida y vívida, cuando corríamos con la adrenalina a tope ante los grises o tras una pancarta, conscientes de que con aquellas reivindicaciones formábamos parte de algo grande, de un país que se transformaría para escucharnos y de mucha gente que conocería de primera mano los compromisos que adoptaba el sector más joven de aquella sociedad.
Tal vez sea que echo de menos aquella sensación de inconformismo; por eso me abochorna que si sale a la palestra la universidad sea, como hemos visto hace unos días, para que unos estudiantes incívicos ofrezcan un lamentable espectáculo de insultos e injurias hacia sus compañeras y, aunque por fortuna este sea solo un caso aislado, no deja de resultar penoso que no resurjan las efervescencias universitarias que siempre han resultado tan estimulantes.
Mª Soledad Martín Turiño


















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