NOCTURNOS
Un monigote enamorado
Nunca obligué a mujer alguna a que me quisiera en virtud de que yo le recitase mis versos, le escribiese cartas de amor, la tratase como a una diosa, fuese galante y educado. No he conocido a hombre o mujer que, por el hecho de ser amados, amaran a las personas que les confesasen su pasión. Nadie ama porque le amen. Se ama sin saber por qué.
Me he sentido muy amado por distintas damas, pero apenas les devolví una miaja de amor del que me concedieron a cambio de nada. Y me comporté como un pelele con señoritas que apenas aprendieron mi nombre, ni me miraron a los ojos, ni me concedieron un detalle, ni un falso piropo para subirme la moral.
Me enamoré de alguien que nunca me prestó atención, que me trató con displicencia, que me vaciló hablando de hombres maravillosos que la pretendían, con los que compartió cenas, viajes, visitas. Pasados los años, ahora afirmo que alcancé la categoría de pelele.
A la mujer que me despreció le regalé joyas, delicatessen para que las degustara en el paraíso de su boca, custodiada por dos labios de frambuesa y vigilada por unos soldados de marfil; la invité a degustar viandas en los mejores restaurantes, busqué metáforas que la definieran…nunca me atreví, ni tan si quiera, a confesarle que me gustaba, porque temí una respuesta que quebrará mi alma, cien veces reencarnada; que me acomplejara, que me retirara de la sociedad.
Me enamoré, pues, de una mujer que me ignoró. Y presté escasa atención a damas que me idolatraron, que esculpieron palabras para definirme, que me trataron con delicadeza, que me entregaron su cuerpo y dedicaron la mejor alcoba de su esencia.
Quizá amamos más a quien no merecía ni una sola mirada de deseo, ni respirar el aroma de su piel de Cenicienta, ni aprender su nombre del derecho y del revés y escribirlo en un papel y pronunciarlo en la oscuridad de tu habitación mientras el búho caza erizos en las madrugadas.
Cuando así me humillé ante una fémina que postergó y menosprecio, bien podría habérseme motejado de monigote del amor.
Eugenio-Jesús de Ávila
Nunca obligué a mujer alguna a que me quisiera en virtud de que yo le recitase mis versos, le escribiese cartas de amor, la tratase como a una diosa, fuese galante y educado. No he conocido a hombre o mujer que, por el hecho de ser amados, amaran a las personas que les confesasen su pasión. Nadie ama porque le amen. Se ama sin saber por qué.
Me he sentido muy amado por distintas damas, pero apenas les devolví una miaja de amor del que me concedieron a cambio de nada. Y me comporté como un pelele con señoritas que apenas aprendieron mi nombre, ni me miraron a los ojos, ni me concedieron un detalle, ni un falso piropo para subirme la moral.
Me enamoré de alguien que nunca me prestó atención, que me trató con displicencia, que me vaciló hablando de hombres maravillosos que la pretendían, con los que compartió cenas, viajes, visitas. Pasados los años, ahora afirmo que alcancé la categoría de pelele.
A la mujer que me despreció le regalé joyas, delicatessen para que las degustara en el paraíso de su boca, custodiada por dos labios de frambuesa y vigilada por unos soldados de marfil; la invité a degustar viandas en los mejores restaurantes, busqué metáforas que la definieran…nunca me atreví, ni tan si quiera, a confesarle que me gustaba, porque temí una respuesta que quebrará mi alma, cien veces reencarnada; que me acomplejara, que me retirara de la sociedad.
Me enamoré, pues, de una mujer que me ignoró. Y presté escasa atención a damas que me idolatraron, que esculpieron palabras para definirme, que me trataron con delicadeza, que me entregaron su cuerpo y dedicaron la mejor alcoba de su esencia.
Quizá amamos más a quien no merecía ni una sola mirada de deseo, ni respirar el aroma de su piel de Cenicienta, ni aprender su nombre del derecho y del revés y escribirlo en un papel y pronunciarlo en la oscuridad de tu habitación mientras el búho caza erizos en las madrugadas.
Cuando así me humillé ante una fémina que postergó y menosprecio, bien podría habérseme motejado de monigote del amor.
Eugenio-Jesús de Ávila

















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