Zamora en positivo

El viento lleva el agua ondulante del Duero en dirección al puente de piedra que se alza majestuoso y sobrio al mismo tiempo; lo cruza y continúa su camino con un caudal aumentado producto de las lluvias que han llegado ¡por fin! para limpiar calles, árboles y conciencias dormidas que se desperezan al contacto con las gotas de lluvia que empapan las siluetas de los paseantes.

Pasear por Santa Clara sigue siendo un regalo para quien sepa apreciarlo. No dejo de mirar las fachadas que jalonan la calle, obra de artistas como Francisco Ferriol y Gregorio Pérez Arribas, sus balconadas con espléndidos miradores y balcones de forja, insertos en portadas profusamente decoradas que constituyen una auténtica joya del Modernismo.

Al llegar junto a la escultura de Barrón “Adán después del pecado”, llegan vapores provenientes de la Pastelería El Trigal, un establecimiento donde agradar el paladar y los sentidos con pastas, bollos o mantecadas. Sin embargo, el aroma a esencia de anís perdura a lo largo de toda la calle, y aún continúa una vez pasada la plaza de los dos ayuntamientos hasta llegar al parador. Por ese tramo, en la Rúa de los Francos, otra pastelería: Dulces La Rúa, expone en su vitrina una variada oferta de aceitadas, rebojos, amarguillos y demás productos típicos; y si queremos llevar un recuerdo de gastronomía zamorana salada: quesos, vinos, embutidos etc., La Buena Jera, La Abacería, o Entrevinos pueden ser una magnífica elección.

Y así, sin salir de la calle que va en dirección a la catedral, encontramos también la librería Semuret que, no solo vende libros, sino que dedica especial atención a la etnografía y a la historia de la provincia promoviendo y editando obras relacionadas con Zamora.

La capital, coqueta, pequeña y adorable, se adorna con un sinfín de iglesias románicas, conventos y edificios singulares como: la fachada de la antigua Diputación, el Casino, el teatro Ramos Carrión, la arquitectura de hierro del Mercado de Abastos, el estilo historicista del instituto Claudio Moyano, los edificios renacentistas del Palacio de los Momos y el actual parador, o las cinco aceñas históricas en la ciudad, que completan un innegable patrimonio artístico y monumental.

Zamora es para degustarla despacio, para disfrutarla gozando de sus amaneceres o las incomparables puestas de sol desde diferentes enclaves de la ciudad. En la capital las piedras hablan, las iglesias susurran, las calles estrechas relatan historias de emboscados, tribulaciones de reyes, asesinatos y delaciones que acaecieron durante el Cerco de Zamora y las leyendas a que dieron lugar combinándose fábula e historia.

  Zamora ofrece mucho más si nos adentramos en la curiosa calle Balborraz en dirección al río y allí, junto al Duero, escucharemos los sentimientos que reflejó Gerardo Diego en su emotivo poema “Romance del Duero” mientras el agua discurre y tropieza con juncos, cañaverales y pequeñas isletas donde moran aves que van y vienen dando vida y calor a las aguas del río. Desde los márgenes del Duero se contemplan inigualables vistas de la ciudad reflejada en sus aguas: los monumentos, los campanarios donde anidan las cigüeñas o la arquitectura de los edificios.

Quiero a Zamora en positivo, paseando la ciudad una mañana o una tarde cualquiera, gozando con la gente que transita para comprar y vivir la realidad de su día a día; la capital en su esplendor; aun siendo consciente de sus carencias, de comercios cerrados, de falta de jóvenes o de ese sentimiento secular de sumisión tan enraizado en estas gentes sobrias, que no dan que hablar, que viven sin encender polémicas, a pesar de que la administración autonómica y central quieran obviarla e incluso anularla porque son conscientes de que no hallarán oposición entre  sus vecinos.

Hoy mis palabras hablan en positivo, con algo que nadie puede quitarnos y es la belleza de esta ciudad maravillosa que enamora al visitante y de la que me siento tan profundamente orgullosa.

Mª Soledad Martín Turiño