COSAS MÍAS
Zamora: una sociedad de otoño y apatía
Amo la Zamora del otoño, más que la de la primavera o el verano. Eolo y su fuerza, las borrascas atlánticas, las nieblas, esas nubes cotillas que besan al Duero y esconden a la gente; los árboles desnudos, la sintonía de las hojas secas cuando las caminas, las lluvias que mojan los huesos de la tierra. Zamora es, como el otoño, una ciudad decadente, lírica, dormida y apática, que no espera a nadie, ni tan si quiera al futuro que nunca llega.
Hay muchos zamoranos que ya son otoño. Nos quedan pocas hojas, unas cuantas nieblas, el frío en el alma y la inercia como vida. No esperamos nada, porque nos conformamos con muy poco. Alrededor, ciudades que crecen, se desarrollan, trabajan, disfrutan. Urbes que contaban con menos habitantes que Zamora a finales de los 60, hoy, medio siglo después, nos han superado. Zamora es la ciudad menguante en un otoño gris, sin expectativas, que busca almas secas, espíritus anodinos y muerte sin flores.
Si pudiera elegir la estación de mi partida, le pediría al destino que me buscase cualquier día del otoño, que amaneciese entre nieblas, que lloviese al mediodía y helase a la postura del sol. No quiero que la muerte me atrape en invierno. Es mejor morir en otoño, porque las lágrimas que se lloran se confunden con las gotas de niebla de la ciudad-pretérita, la ciudad otoño.
Eugenio-Jesús de Ávila
Amo la Zamora del otoño, más que la de la primavera o el verano. Eolo y su fuerza, las borrascas atlánticas, las nieblas, esas nubes cotillas que besan al Duero y esconden a la gente; los árboles desnudos, la sintonía de las hojas secas cuando las caminas, las lluvias que mojan los huesos de la tierra. Zamora es, como el otoño, una ciudad decadente, lírica, dormida y apática, que no espera a nadie, ni tan si quiera al futuro que nunca llega.
Hay muchos zamoranos que ya son otoño. Nos quedan pocas hojas, unas cuantas nieblas, el frío en el alma y la inercia como vida. No esperamos nada, porque nos conformamos con muy poco. Alrededor, ciudades que crecen, se desarrollan, trabajan, disfrutan. Urbes que contaban con menos habitantes que Zamora a finales de los 60, hoy, medio siglo después, nos han superado. Zamora es la ciudad menguante en un otoño gris, sin expectativas, que busca almas secas, espíritus anodinos y muerte sin flores.
Si pudiera elegir la estación de mi partida, le pediría al destino que me buscase cualquier día del otoño, que amaneciese entre nieblas, que lloviese al mediodía y helase a la postura del sol. No quiero que la muerte me atrape en invierno. Es mejor morir en otoño, porque las lágrimas que se lloran se confunden con las gotas de niebla de la ciudad-pretérita, la ciudad otoño.
Eugenio-Jesús de Ávila


















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