No sé odiar a quien tanto amé

No siento odio por las mujeres que me amaron. Se terminó la pasión y cada cual tomó su camino. Quizá aquellas historias pudieron desarrollarse de otra manera y, en vez de primar el orgullo, la desconfianza, los celos, ahora formásemos parejas ideales. Pero nos queremos tanto a nosotros mismos que despreciamos el amor de los demás. Si amas de verdad, te quieres menos, porque dedicas toda tu pasión a esa dama que adoras, sin la que vaciarías tu vida por dentro y por fuera.

Confieso que nunca premedité hacer daño a una señora que me quisiera. No niego que causase dolor por mi forma de obrar, pero jamás planeé perjudicar a nadie que antes hubiese amado. Y si el amor se diluía, preferí que se alejaran de mí antes que romper con alevosía. Yo no me voy, me echan, porque provoco ese adiós, que suele ser silente, sosegado y sin lágrimas. Ella sale vencedora. A mí no me importa perder, si ella cree que ganó.

Todavía, devorado el tiempo por las fauces de Cronos, mantengo relaciones amistosas con mis parejas y amantes. De vez en cuando, aunque ya no nos vemos ni para tomar un té verde o rojo, hablamos de aquellos meses o años que nos unieron. Hay momentos tan hermosos en la vida de cada cual que debes recogerlos en la cajita de música de la memoria.

Yo no sé odiar a quién tanto amé.

Eugenio-Jesús de Ávila