HABLEMOS
Miseria e ideología
Carlos Domínguez
Había desaparecido en el período estival, pero la publicidad vuelve con ímpetus renovados, invitando de nuevo al traspaso del ropero, sin duda gracias al desinfectante por lo que toca al aseo del producto. El del usuario es ya otro cantar. Eficacia tanta, que a lo que parece alcanza al trasiego comunal de alpargatas y playeras, inevitablemente resudadas con tanto calentamiento y cambio climático, aun dando por hecho también aquí el aseo mencionado. Todo de la mano de la etiqueta eco, más atrezo multirracial, indigenista, moro y mulato de chica/o guapetón, para garantizar limpieza y pulcritud de la mercancía. Por cierto, se echa de menos a la persona negra, en representación de su íntegra y legítima racialidad.
Al margen de ese vago tufo a exclusión, aquello que se esconde bajo la estudiada propaganda de un teatrillo así es fácil de adivinar. Ideología de tres al cuarto, invocando la mugrienta segunda mano con excusa de la ecología, el planeta y la tan traída y llevada sostenibilidad. En el fondo, lo que unos personajes publicitarios que en su papelón causarían hilaridad a no ser por lo que tienen de intelectualmente repudiable, es suciedad, desecho y miseria, pero fundamentalmente una vida carente de identidad, a falta para el individuo de lo suyo, de aquello que es justa pertenencia a disfrutar exclusivamente por quien la posee, en concepto de propiedad privada. Después a la basura y el vertedero, impuestos ambientales de por medio. Cuando menos, por dignidad. ¿O es que alguien se imagina a nuestros mayores, gente pobre pero honorable, rebuscando en cualquier antigua trapería una maloliente prenda o zapatilla, dado lo barato y sostenible?
Por supuesto que no, lo cual lleva a plantear la siguiente cuestión, desde el sentido común y en la línea de lo que con buen criterio pensarían nuestros antepasados, gente, se insistirá, pobre pero digna. Más allá de la ideología eco, multi, indi y demás, ¿qué se oculta económicamente tras semejantes campañas, considerando la inversión colosal que requieren debido a su omnipresencia en el medio televisivo? ¿Qué grupos y estructuras se benefician, y cuáles son sus fuentes financieras? Acéptese la pulcritud de los personajes, en sus papelones hipócritas. Pero, aun así, la clave del negocio es lo que interesa, no vaya ser que, como sucedió y sucede con los verdes, detrás de una masa bien adoctrinada se hallen chinos o rusos, en alianza con la plutocracia de Davos y su impresentable foro. ¿Nadie se acuerda del Club de Roma, siervo acreditado, vía tapado socialdemócrata, del nunca extinto imperialismo soviético?
Había desaparecido en el período estival, pero la publicidad vuelve con ímpetus renovados, invitando de nuevo al traspaso del ropero, sin duda gracias al desinfectante por lo que toca al aseo del producto. El del usuario es ya otro cantar. Eficacia tanta, que a lo que parece alcanza al trasiego comunal de alpargatas y playeras, inevitablemente resudadas con tanto calentamiento y cambio climático, aun dando por hecho también aquí el aseo mencionado. Todo de la mano de la etiqueta eco, más atrezo multirracial, indigenista, moro y mulato de chica/o guapetón, para garantizar limpieza y pulcritud de la mercancía. Por cierto, se echa de menos a la persona negra, en representación de su íntegra y legítima racialidad.
Al margen de ese vago tufo a exclusión, aquello que se esconde bajo la estudiada propaganda de un teatrillo así es fácil de adivinar. Ideología de tres al cuarto, invocando la mugrienta segunda mano con excusa de la ecología, el planeta y la tan traída y llevada sostenibilidad. En el fondo, lo que unos personajes publicitarios que en su papelón causarían hilaridad a no ser por lo que tienen de intelectualmente repudiable, es suciedad, desecho y miseria, pero fundamentalmente una vida carente de identidad, a falta para el individuo de lo suyo, de aquello que es justa pertenencia a disfrutar exclusivamente por quien la posee, en concepto de propiedad privada. Después a la basura y el vertedero, impuestos ambientales de por medio. Cuando menos, por dignidad. ¿O es que alguien se imagina a nuestros mayores, gente pobre pero honorable, rebuscando en cualquier antigua trapería una maloliente prenda o zapatilla, dado lo barato y sostenible?
Por supuesto que no, lo cual lleva a plantear la siguiente cuestión, desde el sentido común y en la línea de lo que con buen criterio pensarían nuestros antepasados, gente, se insistirá, pobre pero digna. Más allá de la ideología eco, multi, indi y demás, ¿qué se oculta económicamente tras semejantes campañas, considerando la inversión colosal que requieren debido a su omnipresencia en el medio televisivo? ¿Qué grupos y estructuras se benefician, y cuáles son sus fuentes financieras? Acéptese la pulcritud de los personajes, en sus papelones hipócritas. Pero, aun así, la clave del negocio es lo que interesa, no vaya ser que, como sucedió y sucede con los verdes, detrás de una masa bien adoctrinada se hallen chinos o rusos, en alianza con la plutocracia de Davos y su impresentable foro. ¿Nadie se acuerda del Club de Roma, siervo acreditado, vía tapado socialdemócrata, del nunca extinto imperialismo soviético?



















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