El amor es tiempo

Te amo desde el dolor. Ahora que mi físico sufre, necesito tus abrazos, tus mimos, tus caricias. Quizá mis deseos parezcan propios de una fémina, pero es que me posee un alma de mujer. Solo me atraen las señoritas. Las siento más próximas a mi forma de entender la vida. Sensibilidad, filosofía, elegancia, capacidad e inteligencia femeninas me seducen, me enamoran. Cuando estoy con una dama su tono de voz, su conversación, sus gestos me provocan éxtasis, como si hiciera el amor con ella.

 La belleza y el talento de una dama me provocan un estado estético que me lleva casi a levitar. Tengo una amiga, con la que compartí casi todo, menos un lecho, que, simplemente, verla andar me producía placer. ¡Cómo movía sus faldas, vestidos, cabello cuando caminaba! ¡Cómo me hipnotizaba el tono de su voz, su manera de asir los cubiertos, su forma de masticar, de cerrar los ojos cuando degustaba una vianda exquisita!

No comprendo la vida sin respirar el aroma que desprenden los poros de una dama. No sé vivir si una fémina no me dedica un “lindo día” desde la distancia o un “descansa”, en la madrugada. No es un día normal aquel que muere sin haber disfrutado de la conversación, la risa, la mirada de una señorita.

Somos tiempo. No sabemos cuánto tenemos, cuánto nos queda. Ignoramos cuánto vale y cuándo Cronos se cansará y nos lo robará. Compartir mi tiempo con una mujer me parece la mayor prueba de amor que he ofrecido en mi vida. Un beso es tiempo. Una caricia es tiempo. Copular es tiempo. El éxtasis es la inconcreción del tiempo. No existe.

 Solo me considero hombre si le intereso a una mujer, si dedica parte de su tiempo a pensar en mí, si me ama. No me siento hombre, si una mujer no pronuncia o escribe mi nombre, al menos, una vez al día. Mejor dos.

Eugenio-Jesús de Ávila