Quizá un día la luna se quede a vivir en Zamora

Me da a mí que la luna le tiene un cariño especial al casco antiguo, o viejo, abandonado, de la ciudad del Romancero, que clama por una segunda reforma, restauración, renacimiento. Selene le tiene afecto a esa ancianita que es Zamora. Cuando se hace redondita y grande, orgullosa de su luz, que es esperma del sol, crea sombras hermosas en la zona noble de la ciudad: juega con las torres de las iglesias, con los campanarios, con los árboles, con la tierra y las hojas secas que yacen en el suelo, después de recibir la extremaunción del sacerdote de la clorofila.

La luna maquilla a nuestra ciudad con su luz de otro mundo. Le esconde las arrugas, destaca su geometría. La pinta de plata. Y acaricia a los gorriones, el ave proletaria, que dormita entre las ramas, deshojadas, del jardín Antonio del Águila. Zamora es más bella cuando el sol se va a mojarse sus pies dorados al Atlántico. Zamora es más hermosa cuando la luna debate con las aguas del Duero sobre si esta ciudad es más bonita cuando duerme, sueña y ronca, que cuando despierta, vocea y anda de aquí para allá sin llegar a ninguna parte. Nunca llegan a un acuerdo. Entonces ella se va de picos pardos con el búho, sabiduría ateniense en los bosques zamoranos.

Quizá un día la luna se quede a vivir en Zamora para siempre, porque habrá observado que esta ciudad duerme, que no vive, que no avanza, que se queda en la cama, que pasa de todo, que aquí existe el virus de la apatía que tiene querencia por el tedio, el aburrimiento y ese vivir por inercia.

Eugenio-Jesús de Ávila