Timidez erótica

Todavía no se ha dado cuenta. La deseo. Esa mujer me mira. Yo también busco sus ojos para que me dé permiso para observarla, admirarla y enamorarla. Soy muy tímido. No sé cómo confesarle que me gusta, que quiero que sea la última mujer de mi vida, mi dama elegida en este tramo del camino en que amo mejor, como un doctor en erotismo; que amo con más sentimiento, menos egoísmo, más poesía.

Y se pasará el tiempo y ella se irá. Y yo me quedaré en esta soledad que no elijo, en esta apatía que no quiero, en esta inercia que me mata.

Ya no busco. Pasó el tiempo de la seducción. Ahora me toca pensar en la existencia de Dios, en si hay vida después de la muerte o en qué es la nada. No habrá, entre reflexión profunda e hipótesis estólida, momentos para acariciar una piel femenina, para recrearme en una mirada de mujer o disfrutar de la elegancia de una dama.

Cuando ya no tengo a quién escribir, siento que no hay razón para existir. La vida me parece una muerte que respira, camina, come y duerme. Si la filosofía ocupa mi pensamiento más que cómo satisfacer a una fémina, quizá mi cerebro perdió todo su lirismo erótico.

Eugenio-Jesús de Ávila