NOCTURNOS
¿Enamorarse? Nunca más
Mi cerebro le ha pedido a mi corazón que no vuelva a enamorarse, que, cuando descubra a una mujer bonita, inteligente y culta, que no la conozca, que no intercambie ni una sola palabra, ni miradas, nada, que huya. El desamor, a mi edad, nunca se cura. Se muere uno de falta de cariño, de ternura, de pasión. De un pañal enamorado a una mortaja apolillada.
Las mujeres de mi vida, en plural, como las golondrinas de Becquer, no volverán. Yo tampoco las buscaré. Están en mi memoria. Quizá vea alguna en un sueño. El amor es un fue, nunca un será; jamás lo que pasó viajará hacia el futuro. Si amo, amo hoy, cada segundo del día. Mañana, ni se sabe. Ni me importa. Me encantaría amar todos los días. Desde el alba a la madrugada. De palabra y obra. Con caricias y ternura. Sin lágrimas, con sonrisas.
Mi vida erótica, si se la contase a un sacerdote, me echaría del confesionario y, si quería que me perdonase los pecados, me exigiría ceñirme un cilicio a la carne de mis muslos o, con castigo superlativo, a mi sexo.
Cuando elegí amores tranquilos, aprobados socialmente, bendecidos, fracasé. Quizá es que me disgusta perder la pasión con una mujer que destaca solo por su bondad, con la que confesase sentirme a gusto, bien, en paz, cuando me preguntaran amigos y amigas.
No estoy construido para vivir un amor sosegado, sereno, reposado. Me enloquecen los amores apasionados, discutidos, rebeldes, quebrados y enhebrados después. La paz para los cementerios. Yo amo con furia, con pasión, con toda mi fuerza. No creo, pues, que mi cerebro logre convencer a mi corazón de que no vuelva a amar.
Eugenio-Jesús de Ávila
Mi cerebro le ha pedido a mi corazón que no vuelva a enamorarse, que, cuando descubra a una mujer bonita, inteligente y culta, que no la conozca, que no intercambie ni una sola palabra, ni miradas, nada, que huya. El desamor, a mi edad, nunca se cura. Se muere uno de falta de cariño, de ternura, de pasión. De un pañal enamorado a una mortaja apolillada.
Las mujeres de mi vida, en plural, como las golondrinas de Becquer, no volverán. Yo tampoco las buscaré. Están en mi memoria. Quizá vea alguna en un sueño. El amor es un fue, nunca un será; jamás lo que pasó viajará hacia el futuro. Si amo, amo hoy, cada segundo del día. Mañana, ni se sabe. Ni me importa. Me encantaría amar todos los días. Desde el alba a la madrugada. De palabra y obra. Con caricias y ternura. Sin lágrimas, con sonrisas.
Mi vida erótica, si se la contase a un sacerdote, me echaría del confesionario y, si quería que me perdonase los pecados, me exigiría ceñirme un cilicio a la carne de mis muslos o, con castigo superlativo, a mi sexo.
Cuando elegí amores tranquilos, aprobados socialmente, bendecidos, fracasé. Quizá es que me disgusta perder la pasión con una mujer que destaca solo por su bondad, con la que confesase sentirme a gusto, bien, en paz, cuando me preguntaran amigos y amigas.
No estoy construido para vivir un amor sosegado, sereno, reposado. Me enloquecen los amores apasionados, discutidos, rebeldes, quebrados y enhebrados después. La paz para los cementerios. Yo amo con furia, con pasión, con toda mi fuerza. No creo, pues, que mi cerebro logre convencer a mi corazón de que no vuelva a amar.
Eugenio-Jesús de Ávila


















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