Hay que amar lento y suave

Soy un tipo que siempre va deprisa por el camino que lleva a ninguna parte. Hablo, como, camino como si se fuera a terminar el mundo en cinco minutos. Solo hay algo que celebro con pausa, con lentitud, con sosiego: el amor. Me encanta enamorar poquito a poco.

Al alba, si la me encuentro con una mujer que me toca en los adentros, la miro con dulzura pero también con deseo; si la veo por la tarde, pronunció una palabra con énfasis y, si ya ha anochecido, le recito unos versos. Las semillas hay que sembrarlas con ternura, con mimo, con cariño, en la tierra del amor. Después recogerás un fruto riquísimo en pasión, placer y libertad.

En la juventud, no se ama, se peca; solo el paso de los años seda el amor, le da densidad, elegancia, peso. Ahora sé amar a cualquier mujer que me conmueve, que me hace vibrar, que me alienta, que me roba el alma.

 Después de cada verbo, un beso; tras una caricia, un abrazo tierno, que no hace daño, pero transmite pasión. La sintaxis hay que oficiarla sobre el cuerpo y el alma de la dama que te ha enamorado.

Yo amo lento, pero escribo muy deprisa. Hay que amar despacio como si fuera la última vez que te enamoras y la vida eterna es en cinco minutos. Paradoja de un hombre maduro que asume que le queda muy poco tiempo para seducir y amar a una mujer. Lo demás no me importa.

Eugenio-Jesús de Ávila